Viernes, 25 de octubre de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mempo Giardinelli
Tomando un café, tres amigas me consultan por quién votar. Dos votaban K, pero ahora les parece que no. La tercera dice que siempre votó a Pino, pero ahora ni loca, si lo apoyan Piumato y Julio Bárbaro imaginate. Una dice que pensó en votar a Massa, pero se dio cuenta de que es más de lo mismo: un Macri de la provincia que repite el credo de los ’90. La otra se declara deprimida porque le gustaba ser recontra-K, pero ahora está muy pesimista.
Las tres están enojadas porque les gustaba Casero y mirá lo que dice ahora. Y encima el nuevo trenazo en Once, todo te afecta y confunde, y para colmo el dólar, fijate el dólar a diez mangos, estos miserables son capaces de cualquier cosa.
Hago silencio pensando que a veces tengo la sensación de que nuevamente podría haber un suicidio político colectivo, como en el ’89, cuando el país votó alegremente a Menem. Quizá no sea para tanto, pero algo así sucedería si por ejemplo Daniel Filmus –por lejos, y por conducta y gestión, un candidatazo– no fuera reelecto senador por la siempre cambiante capital de la República. Y si Massa & Macri crecieran como dicen sus encuestadores.
Me despido de mis amigas pensando que este domingo es clave para ver si se ratifican los rumbos generales. Pero no porque el kirchnerismo acierte todo el tiempo, que no lo hace, sino porque los rumbos alternativos que se ofrecen a la nación votante son, para decirlo suave, entre peligrosos y patéticos.
Ofrecen, por ejemplo, fuertes acusaciones de corrupción, pero monitoreadas por muchos de los que corrompieron y robaron durante décadas. Con periodistas abyectos a su servicio, se alinean candidatos que recortaron salarios y jubilaciones en un 13 por ciento y otros que hicieron megacanjes, Banelcos y corralitos mientras hacían crecer la deuda externa porque eso significaba negocios fabulosos para los negociadores, o sea casi todos los mismos economistas que hoy desfilan por los programas televisivos dizque “políticos” o “especializados”.
Ahora hablan de “inflación galopante”, cuando la inflación en la Argentina –que es seria y mal negada por el Gobierno– también tiene mucho de fantasma. Un proceso inflacionario galopante fue el de hace años, cuando superaba el mil o dos mil por ciento y los salarios se evaporaban a la par que la industria y el consumo se desmoronaban. Pero una inflación controlada del orden del 20 al 25 por ciento anual como ahora, que se acompaña con aumentos salariales y jubilatorios por encima de esos porcentajes, de ninguna manera es galopante ni hiperinflación y para nada justifica la histeria que prohijan Clarín y La Nación.
Hoy la oposición es feroz como nunca antes por la sencilla razón de que el kirchnerismo, con todos sus errores y torpezas, ha afectado intereses como también nunca antes en la Argentina. Es eso lo que no le perdonan.
Por eso así como apoyaron o hicieron silencio cuando se liquidaban los ferrocarriles en los ’90, ahora, cuando se esbozan e inician recuperaciones, atacan a Florencio Randazzo, que por lo menos tiene un plan, lo lleva adelante y merece un mínimo crédito ciudadano.
Y obvio que hay que sumar los ataques a la única política concreta y aplicada de derechos humanos que en 30 años ha respondido a los principios de Memoria, Verdad y Justicia. A ver qué candidato/a de oposición propone algo diferente y mejor. No lo hacen. Cuestionan y critican, pero no proponen alternativas superadoras, si las hubiese.
De este lado, además, en este rumbo, hay que anotar el empleo creciente, la AUH, las miles de viviendas con créditos blandos, los millones de jubilados al día y cobrando como nunca antes, las mil y pico de escuelas construidas y tanto más. Cómo no apoyar todo eso, aunque el kirchnerismo tenga puntos oscuros. A mí no me gusta, y lo reclamo en libros y artículos desde hace años, que el Gobierno no sea capaz de implementar una seria y dura política anticorrupción que alcance a todos los niveles de la administración pública. Me disgusta que sus políticas ambientales son horribles porque en el fondo es obvio que no les interesa. Y me chocan ciertas formas con que se mueven, el talento que tienen para ganarse enemigos al cuete, la incapacidad comunicacional y su montón de contradicciones.
Pero aunque no me gustan muchas cosas, los voy a votar una vez más y a contrapelo de tantos imbéciles que suponen que cuando uno escribe esto es porque está a sueldo o es prebendario de algún cachito de poder. Yo los voy a votar porque simple y sinceramente apoyo sus mejores políticas aplicadas y adhiero al rumbo autónomo, latinoamericanista y cada vez menos dependiente de este gobierno.
Regreso al café para decirles esto a mis amigas, pero ya se fueron. Me quedo pensando qué harán el domingo, y siento que me gustaría decirles, ahora, que repiensen su voto. Recordarles que las clases media y alta argentinas se quejan furiosamente por lo que llaman cepo cambiario, pero viajan por el mundo cada vez más. Y que hace años había colas en consulados y aeropuertos para huir del país, no para hacer turismo. Y recordarles cuando se devaluaba nuestra moneda de un día para el otro y solamente los economistas amigos del poder estaban enterados; o cuando se cerraban fábricas y nada se construía; aumentaba el desempleo, no había paritarias y las inflaciones –aquéllas sí, galopantes– se comían los ingresos de los que todavía tenían ingresos.
Y me voy, cabizbajo, deseando que sepan mis amigas y el pueblo votar, que es lo que importa, y que la Argentina, otra vez, no se suicide políticamente.
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