EL PAíS › OPINIóN

Podemos debatir seriamente

 Por Alberto Sileoni *

Raúl Alfonsín pedía “no confrontar con las personas, confrontar con las ideas”. Claro que se puede confrontar con las ideas cuando las hay; éste no fue el caso. El encuentro que reunió a políticos, empresarios y periodistas en Mar del Plata no fue un coloquio y lucieron pocas ideas.

Los cuestionamientos y distintos puntos de vista son siempre válidos y aceptables. Especialmente, quienes ejercemos funciones de gobierno debemos estar abiertos a las críticas, al señalamiento de errores y omisiones. De hecho, antes que nadie, es nuestra Presidenta quien suele repetir que “mientras haya un solo pobre, no habremos de pagar las deudas que tenemos con el pueblo argentino”. Pero lo que no es aceptable es el pensamiento cómodo, la repetición de frases vacías destinadas al aplauso fácil, la ausencia de todo reconocimiento, la exaltación de la intolerancia en aquellos que reclaman diálogo.

Quiero ser directo: es inadmisible aplaudir de pie a un señor que comparó a este gobierno con el nazismo. El periodista Luis Bruschtein sostenía en un artículo que “el nombre de Hitler tiene una densidad que convierte en monigote a quien lo banaliza”. Insisto, ¿no era un coloquio? ¿No se trataba de plantear y discutir ideas?

Sabemos que el pensamiento de la derecha es, en general, ahistórico; no hay procesos y luchas, no se contraponen intereses, dibuja escenarios en los que el mundo parece siempre haber comenzado ayer. Es un pensamiento también incapaz de ver al sistema educativo en clave de proceso, como debe mirarlo quien quiera hacer un análisis profundo. Así, con esa visión sesgada, algunos empresarios, dice la crónica, disimularon su vergüenza y tristeza por el sistema educativo argentino actual. ¿Se habrán enterado de que nos llevó más de 90 años cumplir lo que prescribía la ley 1420 en 1884? ¿Habrán sentido vergüenza y tristeza durante la última dictadura, cuando desa-parecieron centenares de docentes?

Algunos de esos expositores “preocupados” por la educación tuvieron, en el pasado reciente, responsabilidades de gestión educativa en nuestro país. ¿Cuando tomaron la decisión de reducir el 13 por ciento los recursos destinados a educación se entristecieron? ¿Cuando “les tiraron por la cabeza” a las provincias las escuelas sin recursos sintieron vergüenza?

Exhibimos con orgullo la reconstrucción del sistema educativo argentino, las leyes, la mayor cantidad de días de clase, el aumento de los salarios, el incremento de la inversión. Al expositor que aseguró que necesitamos el 7 por ciento del PBI destinado a educación, queremos preguntarle: ¿desde dónde llega usted más rápido a ese 7 por ciento? ¿Desde el 3 por ciento que se asignaba en 2003 o desde el 6 que invertimos en la actualidad?

Reconstruimos la educación técnica, se incorporaron 306 mil chicos más en el nivel inicial, vamos a pasar de 10 a 14 años de escolaridad obligatoria, distribuimos 80 millones de libros y 4,5 millones de netbooks para todos los alumnos del secundario, para los estudiantes de profesorados docentes y para los niños y jóvenes que asisten a escuelas de educación especial. Inauguramos nueve universidades nacionales nuevas, no hay provincia que no tenga por lo menos una, desde el censo 2001 a la actualidad hay 500 mil estudiantes universitarios más y somos conscientes de que debemos trabajar para que sigan aumentando los egresos. ¿Quieren que discutamos también el nivel de egreso de las universidades privadas argentinas? Sentimos orgullo por Encuentro, por Pakapaka, por el Programa Nuestra escuela que está formando al millón de docentes de la Argentina en los próximos tres años.

Por supuesto que aceptamos las críticas, y siempre preferiremos un empresariado al cual la educación le importe. De hecho, con muchos realizamos acciones desde hace muchos años. Sostenemos que el primer deber y acto de colaboración –para reforzar la coherencia ética– es pagar los impuestos, así las políticas públicas nacionales, provinciales y municipales tienen más recursos para hacerse efectivas.

La reiteración de la zoncera autodenigratoria –como la definió Jauretche– ya resulta insoportable: por favor, basta de afirmar que debemos seguir el camino de tal o cual país. De todos aprendemos, todos tienen experiencias educativas a las que miramos con atención; de igual modo, ellos observan con respeto y aprenden de las decisiones educativas que tomamos en nuestro país. ¿Qué sugieren que imitemos? ¿Las innumerables marchas de miles de hermanos contra del modelo educativo imperante en su país? ¿El menor porcentaje de jóvenes estudiantes incluidos? ¿No resulta torpe la estrategia de comparar lo mejor de algunos con lo peor de otros?

Estamos dispuestos a sostener discusiones generosas. Debemos seguir mejorando los aprendizajes y el egreso en la secundaria, pero sabemos que esas metas hoy importan porque la agenda educativa es distinta, en el contexto de un sistema educativo mejor y en expansión.

Comprendan esto: en el pasado no había más alumnos en la secundaria y no había mayor porcentaje de egresados. ¿Dónde sitúan el apogeo de esta decadencia de la cual tanto hablan? ¿Saben cuántas escuelas secundarias había en la Argentina en 1960, en 1980? ¿Saben cuántos accedían a la educación en el norte grande? Por favor, eviten la expresión “potencia educativa”, porque evoca épocas de dolor.

Alguno sugirió que sería bueno que el ministro les tuviera miedo a los empresarios. Una torpeza más. Las democracias no se construyen con miedo; se construyen con diálogo. No tememos a los sindicatos, trabajamos con ellos, discutimos, pero siempre pensando juntos una mejor sociedad y una mejor educación. No queremos ni debemos tener miedo a los empresarios. Todavía creemos que podemos unir fuerzas, queremos que nos expresen sus preocupaciones, sus puntos de vista, pero a través de pensamientos complejos, que nos ayuden a crecer a todos, en disenso, pero en libertad.

Somos el gobierno nacional y estamos dispuestos a dar todas las discusiones que sean necesarias. Exigimos poco: honestidad intelectual y respeto.

* Ministro de Educación de la Nación.

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