Martes, 20 de enero de 2015 | Hoy
EL PAíS › LA MUERTE DE NISMAN > OPINIóN
Por Sandra Russo
Desde que el fiscal Alberto Nisman presentó la semana pasada su dislocada denuncia por encubrimiento del atentado terrorista de la AMIA contra la presidenta de la Nación y un ramillete de dirigentes entre los que incluía al líder de Quebracho –por dar una idea de los alfileres que sostenían semejante acusación en un mes de feria y en un año electoral–, dio algunas entrevistas a periodistas de medios opositores en las que enfatizó un núcleo de esa denuncia: el Memorándum de Entendimiento con Irán había sido impulsado para vender granos y comprar petróleo. A cambio, se iban a bajar los alertas rojas de Interpol sobre los imputados iraníes. “Lo sostengo y no tengo ninguna duda”, declaró en TN. En la vida real no sucedió ni una cosa, ni la otra, ni la otra. Pero se sabe que en TN quieren preguntar pero no repreguntar. Interpol aportó el sábado la prueba irrefutable de que no fue ésa la intención del gobierno argentino, y sigue sonando más verosímil para muchos –incluidos algunos familiares de las 85 víctimas del atentado– que de lo que se trataba era de mover de algún modo una causa que en nueve años Nisman no había podido hacer progresar. La admisión de esto presupone, de paso, que el trabajo de Nisman no prosperó nunca. La causa original estaba completamente detenida, mientras la causa por encubrimiento, en la que no hace falta extraditar a nadie ni firmar ningún acuerdo con otro país, duerme su largo e inexplicable sueño de los injustos: el Poder Judicial no logra constituir un tribunal que se haga cargo de ella.
El gobierno argentino le pidió a Interpol todo lo contrario de lo que aseguraba Nisman e hizo explícito que cualquier decisión al respecto iba a corresponderle, llegado el caso, al juez de la causa, Canicoba Corral. En un país “serio”, esa información confirmada oficialmente por Interpol y al mismo tiempo ese dato duro –no hubo ni granos ni petróleo a cambio, porque no fue una transacción– le hubiera planteado al fiscal al menos algunas sólidas repreguntas, ya que la denuncia formulada era decididamente grave y visiblemente aventurera.
No es momento para especular si se mató y por qué se mató Nisman, e incluso por recato y por respeto a sus familiares, tampoco es momento para adjetivar su trabajo de nueve años al frente de una unidad especial que no produjo avances, aunque sí resulta inevitable una ligera revulsión cuando ayer se escuchaba al rabino Bergman hablar de Nisman como de “un referente de la Justicia independiente” que requiere el país, cuando es público que su trabajo era conocido primero por Servicios de Inteligencia extranjeros que por el juez de la causa. Eso no suena ni refleja ningún tipo de independencia.
Lo que sí se observa cada vez más seguido tanto en los medios lanzados a la batalla electoral como en muchos dirigentes opositores (dio vergüenza escucharlo ayer a Macri, procesado por escuchas ilegales, querer sacar ventaja política de la situación y autoerigirse en modelo del manejo de esa área) es que la verdad importa poco. En la tertulia del sábado por la noche comandada por Mirtha Legrand, Alfredo Leuco hablaba de lo vergonzoso de “haber negociado a las víctimas del atentado por granos y petróleo”, y la conductora asentía muy segura de lo que se decía. Es decir, ya opinaban dando por cierto lo que no era cierto. Pero qué va, qué importa la verdad en los grandes medios, si hace rato han perdido el interés en la verdad y solamente apuestan a la ganancia del clima general a través de la confusión.
Más allá de esta causa y este caso, espectaculares y dramáticos por donde se los mire, ésa es claramente la apuesta opositora, mediática y política: la confusión de los ciudadanos a través de un relato que tejen ellos mismos con sus propias denuncias, con o sin elementos, con o sin algún tipo de prurito por la verdad. Así se vienen desarrollando todos los golpes o los intentos de golpes blandos en la región. Manuel Zelaya nunca llamó a una reforma constitucional en Honduras, pero la Corte Suprema de ese país dijo que sí, la prensa se hizo eco de la confusión y lo voltearon. A Rafael Correa, en Ecuador, quisieron derrocarlo los policías que habían sido en su momento mal informados –esto es, confundidos– sobre una ley del Ejecutivo que los involucraba. A Fernando Lugo, en Paraguay, le armaron una masacre que nunca fue aclarada, el Congreso le hizo un juicio sumario trucho sin esperar ni conocer la verdad de los hechos, y lo echaron de la presidencia. En todos los casos de golpe blando hay confusión, y en todos los casos después de esos golpes, los respectivos países cambian su alineamiento y se integran a la Alianza del Pacífico. Hay una bola que se echa a rodar, hechos presuntos que se dan por ciertos, canallas que editorializan sobre sucesos que nunca ocurrieron, en fin, pura impotencia electoral y mala entraña humana.
Lo que se sabe hasta ahora es que Nisman apareció muerto justo el día en el que tenía que ampliar y explicar su gravísima denuncia ante legisladores opositores y oficialistas. Era un momento de máxima tensión, porque el tenor de la denuncia reclamaba pruebas fehacientes que estuvieran incorporadas al expediente. Y de eso, según el propio juez, no había. En el relato de los operadores integristas de la oposición, Nisman ya es un mártir, un ejemplo al que le rinden homenaje, un “referente”, al decir de Bergman. Quisieron usar a Nisman vivo y ahora lo usarán muerto. A él, a otro, a cualquiera, a cualquier cosa. Desbordan desquicio y sudan irresponsabilidad. La apuesta en este año que viviremos en peligro no es al debate profundo de ideas ni a la discusión política sobre el destino de este país. Esa gente no tiene nada que discutir porque no tiene nada para ofrecer, políticamente hablando, salvo rociadores de mugre, aerosoles de infamia, casetes con escuchas ilegales y nada que perder. Al menos, ése no fue el caso de Nisman, que perdió la vida. No se sabe, por ahora, antes de eso, qué más perdió.
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