Sábado, 26 de septiembre de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Martín Granovsky
Ya están claras dos de las citas que la Presidenta podría tomar para su discurso en las Naciones Unidas. Cuando hable esta semana, difícilmente Cristina Fernández de Kirchner resista la tentación de mencionar las opiniones del Papa sobre el elitismo del Consejo de Seguridad y sobre el carácter predador de la deuda. Más aún cuando, además, los organismos multilaterales trabajan para los acreedores y los buitres o no impiden sus acciones.
Como en la primera etapa de su gira norteamericana, la de Washington y Nueva York, Francisco habló con crudeza, se convirtió en un huracán para el sistema político de los Estados Unidos. La prueba es la renuncia anunciada ayer mismo por el presidente de la Cámara baja, el republicano de Ohio John Boehner. El periodista de The Washington Post Mike DeBonis escribió que Boehner era presionado para que fuese aún más confrontativo con el presidente Barack Obama en temas como gasto público, aborto, inmigración y salud.
El propio Boehner, un católico practicante que lloró en el discurso de Francisco en el Congreso, aclaró que no decidió renunciar sacudido por la emoción que le produjo el Papa.
Es obvio también que el huracán Francisco no pulverizó un sistema político ya hiperpolarizado, con republicanos sin posibilidades de gobernar pero aprovechando su control del Parlamento para trabar lo que pueden. Lo que hizo el Papa con el ventarrón de sus mensajes en favor de los inmigrantes, sus alusiones a Martin Luther King y su insistencia en controlar el calentamiento global del mundo es dejar la crisis al desnudo en toda su dimensión.
Quien hable del cambio climático automáticamente queda sometido a la metralla de James Mountain Imhofe, el senador de Oklahoma que preside la Comisión de Medio Ambiente y Obras Públicas y es un mimado de Big Oil, como llaman en los Estados Unidos a los lobbistas de las grandes empresas de energía y petróleo. La mayoría de sus donantes proviene de Big Oil o de los hermanos Koch, propietarios del poderosísimo grupo Koch Industries y compañeros de ruta del buitre Paul Singer en la pelea contra todo tipo de regulación en cualquier sector de la economía y en la donación de fondos a la ultraderecha republicana.
Ya cuando el Papa lanzó en junio su encíclica sobre el cambio climático Inhofe reivindicó los combustibles fósiles al igual que lo hizo Jeb Bush, hijo del viejo George y hermano del ex presidente. Inhofe es presbiteriano. Jeb Bush es católico. Ubicados en franjas distintas del cristianismo, ambos superan sus diferencias sin embargo gracias al más grande de los combustibles fósiles, el petróleo. El xenófobo Donald Trump y su cabello a la manzanilla son sólo la caricatura del grupo de poder que se empeña desde hace 35 años, cuando Ronald Reagan ganó sus primeras elecciones, en hacer que los Estados Unidos sean cada vez más desiguales. Menos salvajes en sus modos verbales, Inhofe, Koch, Singer o Bush están obsesionados por quitar aún más impuestos a los más ricos y aún más límites a los conglomerados más fuertes. Todos ellos parecen inmunes a noticias recientes como la renuncia del presidente de Volkswagen, Martin Winterkorn, luego de revelaciones según las que esa empresa cometió fraude al instalar en sus autos a gasoil un software para detectar la presencia de controles para la emisión de gases. Otra noticia que marca una tendencia diferente en el mundo es que mientras Francisco visita los Estados Unidos Obama también recibió al presidente chino Xi Jinping. Ya llegaron a dos acuerdos. Uno contra los ciberataques. El otro contra las emisiones de efecto invernadero. Fósiles, abstenerse.
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