Martes, 12 de enero de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Jorge Alemán *
Durante el siglo XX existió una experiencia inédita que mostró y volvió definitivamente patente un aspecto que anudaba la organización colectiva con el terror, el llamado Totalitarismo. Más allá de los distintos análisis que intentaron interpretarlo en su verdadera esencia, casi todos coinciden en que dicha formación histórica, admitiendo la diferencia crucial entre el estalinismo y el nacionalsocialismo, intenta asegurar su cohesión, su plenitud como identidad, su clausura como sociedad consistente y realizada desencandenando una lógica de terror y eliminación de toda existencia que se perciba como amenaza de la totalidad alcanzada.
Después de Aristóteles la gran invención política moderna ha sido el totalitarismo como un estado de terror capaz de llegar a capturar en sus redes al lenguaje mismo. De esta experiencia siniestra de la política, surgieron distintos pensadores que intentaron pensar la democracia, como el auténtico reverso y cura del totalitarismo, como la auténtica prevención y “cura” de la vocación totalitaria. Para estos autores, la democracia como tal, debía presentarse como una estructura parcial, siempre mejorable, inacabada y constituida a partir de un vacío que no fuese posible colmar ni clausurar por un líder o una ley racial o una ley “científica de la Historia”. Así las democracias occidentales hablaron a través de sus representantes el idioma dilecto, tanto a izquierda como a derecha, del antitotalitarismo.
Pero en esta nueva mutación del capitalismo, que denominamos neoliberalismo, la disyunción totalitarismo o democracia se ha vuelto opaca y enmascara una nueva cuestión, que las verdaderas decisiones que toman los mercados no son nunca votadas, y que es el neoliberalismo el que funciona como un dispositivo con pretensiones totalizantes, tanto intentando cerrar toda brecha social que muestre la heterogeneidad inevitable de lo social, como el de negar cualquier antagonismo con el nombre de “grieta”, “crispación” y finalmente denunciando como “totalitaria” a las experiencias populares que por desear no seguir los pasos del Amo corporativo necesitan sostenerse en un discurso ideológico que exige una militancia social que va mas allá de la vida institucional, vida, que hasta el momento de las experiencias contrahegemónicas populares, desfallecía en un inmovilismo inerte.
Un ejemplo claro de todo esto es el actual gobierno argentino, el que se anunció como un gobierno “liberal”, “republicano” y democráticamente inspirado por los tonos de la autoayuda y el coach. Han bastado apenas unos días para observar la verdad de lo que estaba en juego. Primero, sus mercenarios mediáticos de las grandes cadenas se encargaron de mostrar al gobierno popular como totalitario, preparando de este modo la deslegitimación pertinente que les permitiera hacer cualquier cosa, reprimir como hacia años a los trabajadores en la calle, atentar contra los centros de derechos humanos con amenazas de bombas, presentar a los intelectuales y artistas que apoyaron el proyecto popular anterior como abducidos (utilizando la adhesión a Hitler cómo fenómeno explicativo) o en todo caso contratados por el Estado. Por ello, como están desmontando un estado totalitario, que además había construido un relato sobre su aventura la intención ilimitada de destruirlo se manifiesta en toda su potencia, incluso sin calcular en la propias condiciones de gobernabilidad, que aún el proyecto neoliberal tiene que demostrar.
En cualquier caso se ha producido, por las exigencias de seguridad y los protocolos de control que la gobernanza neoliberal exige, una transformación perversa de la oposición entre el totalitarismo y la democracia. Ahora es el neoliberalismo, cuyo verdadero funcionamiento es el de un nuevo “estado de excepción”, el que tendencialmente no podrá ser regulado democráticamente, el que despliega su vocación totalitaria al modo de un festival, mientras acusa de totalitaria a cualquier experiencia, que desee, ya no atentar contra la propiedad privada o alentar la propiedad colectiva, sino incluso a aquellos proyectos populares que sólo deseaban la existencia de la inclusión social.
Que los ricos nunca atentan contra ellos y votan por quienes los saben custodiar y en cambio un gran segmento de la población se entrega al proyecto neoliberal no es ajeno a lo que venimos invocando aquí. El neoliberalismo seduce y atrapa con lo ilimitado, con el comienzo absoluto, con el presente permanente de la tv, con la inmediatez sin rodeos de los medios técnicos y con un nuevo tipo de identificación propio de la pulsión de muerte en su expansión democrática, ser capaz de hacerme un gran daño, incluso perder todo con tal de destruir al otro. Hacerse la victima para poder matar, así el nuevo gobierno neoliberal argentino, llama al “amor” que el supuesto totalitarismo anterior no entendía porque asumía confrontaciones, mientras prepara la devastación general.
* Psicoanalista y escritor.
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