Lunes, 25 de abril de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
La coherencia discursiva no es algo que deba cuestionársele al gobierno de Macri. Muy por el contrario, tanto él como sus funcionarios siguen ensamblándose casi a la perfección en torno de la cajita feliz que pronto, o ya mismo, comenzará a desparramarse entre los argentinos. De hecho, y como si nada, festejan volver a endeudarse en dólares para pagarles a los buitres. Podrá ser repudiable en lo simbólico y tener serios cuestionamientos técnicos, jurídicos, económicos, financieros. Pero de ninguna manera es incoherente.
Hay quienes sostienen lo contrario porque Cambiemos dijo, en la campaña, que no habría devaluación brutal, ni tarifazos, ni despidos a lo pavote, ni nada que fuera a afectar a los que menos tienen. Si se toma a esas ofertas electorales en forma literal, estaría claro que los prometedores engañaron y que más de la mitad de los votantes, o una porción muy significativa de ellos, fue defraudado en su buena fe. Pero como las cosas nunca son así de sencillas, porque hay contextos, antecedentes indesmentibles, historias igual de categóricas sobre los intereses que representan y defienden tales y cuales gentes, no es sensato que alguien pudiera llamarse a engaño acerca de a quiénes respondería una gestión encabezada por Macri. En todo caso, podría aceptarse que la bronca contra Cristina y el kirchnerismo, en la dichosa franja fluctuante del electorado, fue más fuerte que las prevenciones habidas y por haber sobre un ricachón al frente del gobierno nacional. En esa conjetura u observación, “la gente” se cansó de los modos K, los medios hegemónicos ganaron por media cabeza la batalla cultural de coyuntura y, a través de ese pelito de distancia, acabó aconteciendo que el malo por conocer fue interpretado como más potable que lo malo conocido. Tienta señalar que la Historia, y no la palabra como sustantivo en minúscula, obligaba a ser más cuidadosos respecto de lo que significaría un gobierno de Macri, por más encono que despertase el estilo kirchnerista antes que la situación económica realmente existente: si es por eso, la bronca anti K no pasó por los bolsillos sino mediante el presunto hartazgo ante corruptelas e imágenes de autoritarismo. Pero convendría revisar cuánto juega la Historia ésa, la grande, en la percepción de los votantes. ¿No interviene acaso, y casi sólo, la historia más reciente? ¿O no es comprobable la masa de electores jóvenes que no vivieron el infierno de comienzos de siglo, y que votaron al macrismo con percepción de acostumbramiento a derechos adquiridos sin darle espacio a de dónde se venía? No solamente porciones juveniles, vaya aclaración. Se diría, en otras palabras, que lo actuante es la historia que va ocurriendo en lo más reciente, con una memoria efectiva de pocos años, de patas cortas, susceptible de caer bajo los efluvios de que “la felicidad” popular puede quedar como expectativa a la vuelta de la esquina, en manos de quienes de popular no tienen ni jamás tuvieron un pito.
Alrededor de esa base, con todos los grandes medios a favor y la suma de ser muy difícil aceptar que –a sabiendas del riesgo– se votó una propuesta conservadora feroz, menemista, revestida de honestidad republicana cuando no se tardaría ni un ratito en descubrir a un oficialismo de ejecutivos multinacionales y grupos locales ultraconcentrados, el Gobierno celebra la felicidad de un pase de manos financiero, como si fuera un acto fundacional de prosperidad. Una disposición a retroceder sobre parte de lo mejor que ya estaba avanzado, y que era no vivir a cuenta del monitoreo usurario internacional. Dicen que después de 14 años por fin salimos del default. En primer lugar, no había default alguno desde los canjes de deuda de 2005 y 2010. Pero, bien antes que ese detalle, ¿qué default era ése, capaz de haberle permitido al país salir de la masacre a que dieron lugar las recetas de quienes ahora lo reintroducen en la timba financiera? ¿Con qué solvencia profesional se animan a argüir que un puñado de buitres, un mínimo por ciento de quienes no habían entrado al canje, eran o son la clave para reingresarnos “al mundo”? ¿A cuál mundo? No debe ser el referido por el gobierno de Macri en el documento que confeccionó para atraer inversionistas de los Estados Unidos, y que Página/12 reveló en su edición del domingo pasado, en la nota de Werner Pertot. Son textos en inglés, elaborados por el equipo de comunicación presidencial y entregados a los ministros. Se lee allí que Argentina tiene una economía robusta, con la menor desigualdad social de toda la región y la mayor clase media, con instituciones sólidas (ay) y una “infraestructura bien desarrollada”, gracias a “43 puertos, 54 aeropuertos y más de 35 mil kilómetros de rutas y vías de trenes”, que contrastan con la penuria resaltada por Macri en su discurso ante el Congreso. Pero lo más impactante, por lejos, es el párrafo referido a la capacidad de endeudamiento argentino, dado su “baja relación” entre lo que el país debe en dólares y el tamaño de la economía, que es apenas del 13 por ciento. Este paper oficial fue anterior a que, arreglo con los buitres mediante, esa relación deuda/PBI saltara en un santiamén al 23 por ciento. He ahí el mundo al que volvimos, tras que el gobierno macrista, de esa manera tan textual, sea quien avisó a los inversionistas externos de una herencia mucho más liviana que pesada. O, si es por esa letra macrista en esos papeles ocultados al gran público: una herencia buenísima.
Los medios más oficiales que oficialistas, con algún pudor comprensible para mostrar que se festeja volver a endeudarse a ese solo efecto, compensan con la novelización de la ruta del dinero K. No habría duda alguna de que la volteada abarca a corruptos reales, sin perjuicio de no ser ésa la vara con que debe medirse la totalidad de un gobierno. Pero de paso, como quien no quiere la cosa, el folletín les sirve para la tapadera de la ruta M. Lo que debiera ser el escándalo del Panamacri, que en mucha prensa internacional tuvo y aún tiene –menos– ribetes enormes, como coletazo de los funcionarios de todo nivel involucrados en las maniobras offshore, aquí parece ser un juego de niños; de capitalistas que al fin y al cabo no cometieron delito sino, y apenas, travesuras para zafar del Estado asfixiante. Les va bastante bien con eso. Con esa estructura de propaganda donde sólo contaría que hay un tiempo nuevo, en el que deben tragarse los sapos que no le perdonaron al kirchnerismo. Con ese tejido de que en lo macro estamos mejor. El problema es que, tras salir del “Veraz internacional” y como lo escribió uno de los voceros del macrismo, no hay solución a la vista para los tres obstáculos de la economía. Recesión aguda, caída del empleo y aceleración de los precios. Ya están pensando en un blanqueo de capitales para el segundo semestre, ahora dicen, pero la cuestión es que eso tampoco alcanzará para sacar agua de las piedras. Con un mercado interno deprimido, Brasil estrangulado y la inversión extranjera limitada a la esperanza de que lleguen fondos que no sean para bicicletear, los actores locales de la economía empiezan a percibir que así no va. Y en alguna medida, muy incipiente, ya extrañan al kirchnerismo porque tenía liderazgo y dinámica política para mover ese mercado, el local, el de tanta gente pudiendo empardar a la inflación y con capacidad de consumo, el del Estado presente para equilibrar mucho o poquito pero nunca nada. La burguesía nacional, en tanto no existe como sujeto emprendedor, necesita conducción. Y este gobierno sólo provee capacidad rentística para columnas que, como la agroexportadora a la cabeza, no provee mano de obra intensiva. La felicidad queda(rá), entonces, para unos marcados sectores del privilegio. Y para la vergüenza ajena de que el carroñero Paul Singer, suerte de referencia mundial de los buitres, salga a decir que Macri es “el campeón de las reforma económicas”, a horas de haberle pagado.
El Gobierno cuenta a favor con lo que ya se sabe: la inopia de las centrales sindicales, que andaban preocupadas por el Impuesto a las Ganancias de un ínfimo porcentaje de trabajadores para hoy enfrentarse a la pérdida del empleo, y la fragmentación peronista que le sirve en bandeja el avance contra el sector del trabajo. Eso tiene sus límites, que no serán autofijados por el macrismo sino por obra de las circunstancias externas. El viernes próximo habrá una contundente manifestación gremial y unificada, porque ya no alcanza únicamente a los órganos confederativos de empleados públicos, docentes y algunos sindicatos minoritarios. Se agregan las CGT. Y hubo esa reaparición de Cristina que no se limitó a la movilización impresionante del miércoles 13. Tuvo, ella, gestos y actitudes concretos que la expusieron no al margen, pero sí más allá, del organigrama PJ. Habrá quienes trancen ahí, llegado el momento, pero quedó claro que Cristina se planta por afuera de esa burocracia partidaria, Liga de Gobernadores o como quiera llamársele, que no es más que un grupo de tribus enviudadas y que políticamente no dicen nada de nada, al igual que los prófugos parlamentarios (y otros) del Frente para la Victoria que se van a ninguna parte, y que quedan asimilados al opo-macrismo de Massa & Cía. Hay algo muy seductor en lo que sugirió Cristina en su reaparición: no renegar de que hay aparatos territoriales desvencijados a los que deberá recurrir, porque el poder también es eso, pero la construcción de la reconquista debe superar a tal esquema.
La noticia, o una de ellas, es que éste no deja de ser un momento políticamente apasionante. Se trata de ver cómo se resuelve la tensión entre lo nuevo que es viejo y lo que parece viejo, que era mejor.
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