EL PAíS › CARMEN ARGIBAY, CANDIDATA A LA CORTE SUPREMA, HABLA DE LAS PRIMERAS REACCIONES A SU POSTULACION
“Si hay presiones hay que dejar el sillón”
De vacaciones con su familia, la jueza del Tribunal Penal Internacional explica por qué no debería escandalizar a nadie que se declare atea y cómo piensa que se reconstruyen las instituciones con “trabajo y más trabajo”. El problema de las expectativas y su decisión de ser independiente a toda costa.
Por Carlos Rodríguez
Desde Miramar
Ella sabe que viene despertando tempestades en algunos sectores conservadores, después de declararse públicamente atea, más próxima a la izquierda que a la derecha y, sobre todo, a favor del aborto. “Si la Iglesia está enojada conmigo –dice sobre algunas versiones periodísticas– es un problema de la Iglesia, no mío. Yo no quiero causar ningún conflicto con la Iglesia. No soy predicadora y no voy a salir a convencer a nadie para que se haga ateo como yo.” Carmen Argibay afirma que no tiene miedo de plantarse frente a los legisladores que deben aprobar su designación en la Corte Suprema de Justicia. Recuerda que el país ha firmado convenios internacionales contra la discriminación. “No hay que discriminar ni por religión, ni por raza, ni por sexo, ni por elección sexual”, advierte de antemano a sus examinadores. Sobre el procedimiento de impugnación al que fue sometido Raúl Zaffaroni, nuevo miembro de la Corte, afirma que no sabe si es “un método sangriento”, pero entiende que “en el caso de Zaffaroni, al menos, parece que lo fue”.
Argibay admite que también participa de ese espacio de esperanza que abrió en distintos sectores el gobierno de Néstor Kirchner. Pero dice que no va a tolerar ningún tipo de presión. La premisa es “recuperar los valores morales, la ética” y en ese marco sostiene que “el Ejecutivo no puede invadir las funciones de los otros poderes” porque “el fin no justifica los medios”. Luego de asegurar que de ella “no van a conseguir nada si el medio no es el que corresponde”, señala entre sonrisas que la solución es fácil: “Uno se va. No está atornillado a ningún sillón”.
A lo que sí se aferra es a la idea de un cambio positivo para el país y advierte a los que piden resultados inmediatos: “Siete meses de gobierno es poco tiempo. Hay que trabajar y hacer todo lo posible para lograr el cambio que se busca. Los milagros no existen”. Argibay, que veranea en estas playas con su madre y una hermana, habló con Página/12:
–¿Cómo se hace ahora para ir abriendo un camino distinto, desde la Justicia en general y desde la Corte en particular?
–Desde cualquier lugar, no solamente desde el Poder Judicial o desde la Corte, para consolidar las instituciones lo que hay que hacer es trabajar. Trabajar bien, honestamente, y empezar a dar el ejemplo para recuperar los valores morales, la ética. No importa desde qué cargo.
–A la Corte se la había señalado muy especialmente...
–Sí, y eso seguramente ocurrió porque la Corte es la cabeza de uno de los tres poderes del Estado. Esa es la organización republicana que tenemos y la Corte, como cabeza del tercer poder, tiene la obligación de que todos sus integrantes cumplan con las garantías constitucionales, las defiendan y sean el freno de los otros poderes del Estado. ¿El freno en qué sentido? El Ejecutivo y el Legislativo no deben traspasar los límites de su propia función. Tiene que garantizar que las leyes se ajusten a la Constitución y el Ejecutivo no puede invadir las funciones de los otros poderes. Y la Corte también tiene que defender a los ciudadanos frente al poder del Estado.
En este punto, la doctora Argibay no quiere entrar en polémicas públicas con la vieja Corte. “Si la Corte no defiende a los ciudadanos frente al poder de un Estado que es muy fuerte, los ciudadanos no tienen ninguna posibilidad de defensa”, recuerda como hablando en clave. La Corte “debe velar por garantizar esa posibilidad de defensa de los ciudadanos a través de los tribunales. Eso es lo que debe ser, debe ser la cabeza digna y prestigiosa del Poder Judicial”.
–¿Cómo hacer para no volver a caer en lo mismo, para mantener esa independencia que es fundamental y que se había perdido totalmente?
–Esto pasa, fundamentalmente, por una cuestión de principios. Cuando uno tiene ciertos principios y valores morales muy asentados y arraigados, no cuesta tanto. En primer lugar porque ya es una actitud de vida. Yo he venido diciendo a lo largo de mi vida, que ya es bastante larga, que el fin no justifica los medios. De ahí no me van a mover. No van a conseguir que yo haga nada si el medio no es el que corresponde. Y no hay ningún motivo por el cual me vaya a mover de eso.
–¿No importan las presiones ni el convencimiento de que se está en una línea política supuestamente correcta?
–Uno siempre tiene una salida. Si no está conforme o si recibe muchas presiones y no quiere hacer las cosas que le tratan de imponer, es muy simple la solución. Uno no está atornillado a un sillón. Si la cosa se plantea en esos términos, uno se va, se acabó (se ríe). Yo no veo que esto pueda convertirse en un problema para la independencia del Poder Judicial.
–De todas maneras, la situaciones a veces son complejas y difíciles...
–Indudablemente, porque en la situación actual del país hay muchos intereses encontrados. Muchas veces las decisiones que pueda tomar la Corte o un juez cualquiera son difíciles, pero esto forma parte de nuestra formación. Nosotros sabemos que los jueces que tienen que resolver en un conflicto entre dos partes nunca le pueden dar el gusto a todo el mundo. En el fuero penal, que es lo que yo manejo, si uno condena al acusado, la familia va a decir que es inocente y la familia de la víctima dirá que esa condena es muy corta. El conflicto siempre está presente.
–Usted siempre ha sido muy frontal. Ya despertó controversias porque dijo ser atea y de izquierda y por declararse a favor del aborto. ¿Qué les diría a los que ya se pusieron en guardia y se preguntan “qué pretende esta mujer”?
–Por de pronto les diría que mis creencias, o mis no creencias, en todo caso, no tienen nada que ver con la función que voy a desempeñar. El Estado es laico y, por lo tanto, la Justicia también es laica. No tiene nada que ver con ningún tipo de religión y lo que piense cada uno de sus miembros es una cuestión particular y privada. En este país hay libertad de cultos y por mí usted puede ser católico, protestante, musulmán, budista o lo que quiera. Eso no tiene nada que ver con la Justicia. Esa es una cuestión personal, privada. Cada uno sabe lo que hace o lo que quiere hacer.
–Usted sabe que estas cuestiones ya están siendo planteadas por algunos medios y hasta por voceros de la Iglesia.
–Ya lo sé, pero lo que yo creo es que esas son cuestiones que no se pueden imponer a nadie y nadie las puede señalar como un motivo de discriminación. Una de las cosas fundamentales es que hay que aprender a no discriminar por ningún motivo, no sólo por cuestiones de religión. No hay que discriminar ni por raza, ni por sexo, ni por orientación sexual o por cualquier otra cuestión que pueda ser esgrimida para dar un trato diferente. Yo no admito la discriminación, siempre he peleado contra la discriminación y creo que la no discriminación es la base fundamental del derecho internacional humanitario. Tenemos una ley que penaliza los delitos derivados de la discriminación.
–Estas diferencias que usted reivindica se van a ver en la misma Corte que usted puede integrar.
–Por supuesto, yo sé que en la Corte hay alguno de los miembros que es católico practicante. Allá él, no tiene nada que ver conmigo. Yo pienso de otra manera pero esto no tiene nada que ver con la función que vamos a cumplir. No tiene nada que ver con lo que es la misión de un juez. Como integrante de un poder del Estado, tiene que ser laico y no confesional. Porque la gente que va a venir con sus causas tiene distintas religiones o ninguna. Ese no es un dato que tiene que ser tenido en cuenta, salvo que se trate de un proceso especial.
–Usted va a tener que responder a todas las objeciones que se le hagan en el Congreso. ¿Es muy sangriento el método elegido para aprobar la designación de los jueces de la Corte?
–No puedo afirmar que sea un método sangriento, pero en el caso de Raúl Zaffaroni, al menos, parece que lo fue. Yo estaba afuera del país (en Holanda) y no vi la entrevista completa. No sé si es sangriento, es un método nuevo que pretende buscar la transparencia, para que no sean designaciones por amiguismo. Creo que hace falta práctica para afinar la puntería. La gente tiene que analizar muy bien qué objeciones tienen que ver realmente con el cargo o con la integridad moral que se requiere. Y saber qué objeciones no tienen absolutamente nada que ver, porque se trata de cuestiones privadas que no tienen que ver absolutamente nada con la función. En ese caso, lo único que hacen es perder el tiempo y tratar de lesionar, si usted quiere, la imagen del candidato.
–Es raro oírla hablar de “imagen”.
–Es cierto, a mí no me gusta hablar de imagen, no soy una persona mediática, pero admitamos que es a través de los medios que la gente puede llegar a conocer al candidato. Entonces, también hay que tener cuidado de no lesionar la imagen del candidato por una cuestión que no tiene nada que ver con la función para la que es propuesto. Yo creo que esto se va a ir mejorando con la práctica y se va a ir haciendo mejor, más seriamente, y no salir a decir pavadas. Porque a mí no me gusta, entonces hay que decir cualquier cosa.
–¿Cómo se ve usted frente a la mesa examinadora?
–No le tengo miedo al proceso. Hasta ahora me vienen tratando muy bien. Un colega suyo me preguntó por qué pienso que me tratan mejor que a Zaffaroni. Será por galantería, le respondí. No tengo idea de la razón, pero hasta ahora me vienen tratando muy bien.
–Sin embargo, se dice que la Iglesia está un poco enojada con usted porque se declaró públicamente atea.
–Ese es un problema de la Iglesia y no mío. Yo no quiero causar ningún conflicto con la Iglesia. Yo solamente dije yo no soy creyente, soy atea y chau. Pero como no soy predicadora, no voy a tratar de convencer a nadie para que cambie de religión o para que se convierta en ateo. Si quiere creer, fenómeno, es un problema y una decisión de cada uno. No es mi problema.
–La gran expectativa que hay en torno de la nueva Corte Suprema, ¿crea una obligación mucho mayor?
–Yo creo que sí porque es muy terrible dejar caer esas expectativas en la nada. Nadie es perfecto, todos nos equivocamos, somos seres humanos, tenemos nuestros propios límites. Yo no quiero que las expectativas sean de tal magnitud que la gente después diga, como en el secundario, que no alcanzamos los objetivos. Lo que hay que aclararle a la gente es que desde los cargos no se puede hacer cualquier cosa. Nadie puede hacer milagros y hay que tener paciencia. Destruir, se destruye en cinco minutos. Reconstruir cuesta mucho tiempo y mucho sufrimiento. Pagan muchas veces los menos responsables. Esto es parte de la vida. Siete meses de gobierno es muy poco tiempo. Todos dicen que el índice de desocupación no bajó mucho y es cierto, pero no puede bajar tanto de golpe. Bajó y esa es una línea de esperanza. Se han descubierto casos de corrupción que se han destapado y eso es una buena señal. Antes no ocurría. Se sabía, pero nadie lo destapaba. Se destapaba, pero nadie traía las pruebas. Se va a poder, no se va a poder. Se va a poder hasta acá y no hasta más allá. Hay que ver cómo se van dando las cosas. Milagros no se pueden hacer. Hay que trabajar y hacer todo lo que sea posible.