Lunes, 18 de julio de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mempo Giardinelli
Hoy lunes 18 de julio se cumplen 22 años del feroz atentado contra la AMIA y nuevas paradojas están a la vista: las dirigencias comunitarias judías no se pronuncian contra la invitación a neonazis a la Casa Rosada, de igual modo que en tiempos de Menem hacían la vista gorda frente a la tramada confusión que buscaba, y encontró, garantizar impunidad a los asesinos. Como ayer el Sr. Beraja, hoy el secretario de Derechos Humanos Claudio Avruj y muchos legisladores y funcionarios macristas judíos practican el mismo silencio inexplicable, inmoral.
La perplejidad y la rabia que eso produce en millones de buenas personas que son simples ciudadanos y ciudadanas que trabajan honradamente, coincide, de modo contundente, doloroso y atemorizado, con los múltiples datos y amenazas de lo que solemos llamar la realidad. Es un sentimiento que de diversos modos viene ganando al pueblo argentino, y sobre todo a quienes viven en las provincias, lejos del siempre exasperado microclima porteño. Amigos, colegas, lectores, gente de las más diversas extracciones, orígenes y residencias, informan a esta columna acerca de sus sentimientos: desánimo, desesperanza, desasosiego, bronca, frustración e incluso deseos de emigrar, como pareciera que está condenada a sucederle a una de cada dos generaciones argentinas.
La dirección ideológica que imponen los llamados “grandes medios”, que son los verdaderos enemigos de la democracia y la civilidad, viene triunfando en su perverso propósito: desalentar, desmotivar, sumir en la impotencia y la inacción. Esos sentimientos, perfectamente funcionales al gobierno macrista y a los intereses transnacionales, están destruyendo en pocos meses las pymes, el empleo y la producción nacional, sustituida día a día con basura importada.
La desazón que se expande, pegajosa, e impregna la piel de tantos argentinos y argentinas de bien, está siendo fabricada en usinas y redes sociales, en la telebasura cada vez más asquerosa y en la mentira sistemática del poder. Y lo hacen tan hábilmente que producen en la sociedad pasividad y pasmo en lugar de hastío y rebeldía. ¡Y vaya que lo saben hacer! Estos también leyeron a Chomsky, y aprendieron a joderlo.
Son maestros en la instalación de condenas mediáticas. Así confunden a la gente decente, la de trabajo y esfuerzo, el pueblo jodido y estafado mil veces que no logra saber en qué se diferencian, realmente, los millones de dólares del Sr. López, del Sr. Báez o de la familia Kirchner, de los millones de dólares del presidente Macri, el Sr. Caputo o el Sr. Calcaterra. ¿En que unos son mostrados en fotos en la primera plana de Clarín y La Nación, y los otros, seguramente muchísimos más, incalculables, están escondidos en Panamá, Bahamas y Suiza y aquí el aparato mediático los protege con silencio o minimizándolos?
La ciudadanía honesta sabe que la Justicia en la Argentina no condena, y si acaso alguna vez lo hace siempre hay cámaras amigas, o la mismísima Corte Suprema, para des-condenar. En cambio, acá los que sí condenan son los mentimedios. Los Sres. Lanata y Morales Solá sí condenan, como condenan los Sres. Wiñaszky y Majul y tantos más. Pero eso no es justicia. Aunque se crean o comporten como si fuesen jueces republicanos, en realidad son sólo, y apenas, operadores a sueldo de intereses antinacionales y antipopulares.
Claro que, aunque la desinformación y la reinstalada censura es la causa principal (en el Chaco, por ejemplo, Radio del Plata fue eliminada del dial hace dos semanas, y en todo el país se desinforma sobre la brutalidad en Jujuy), la verdad es que la desazón que se está generalizando es producto también de lo que esta columna sostiene desde hace varios meses: el incomprensible, absurdo y ahora se ve que suicida silencio de quien condujo el entusiasmante proceso nacional y popular de los últimos años. Silencio que ha provocado que las mejores figuras democráticas de recambio cedieran espacios a dirigentes desgastados y de nulo prestigio como los que hoy conducen el PJ y el Senado. E incluso dio pie a que sectores importantes de la militancia de base ahora estén desperdigados y algunos ilusionándose... ¡con el Sr. Massa!
El silencio, la desinformación y la mediocridad publicitada en la tele a toda hora hacen que la ciudadanía no se sienta representada por quienes votó. Ni los derrotados que hoy parecen un hormiguero pateado, ni los vencedores que se abroquelan detrás de vallas, policías y represiones porque en esencia, es obvio, no sólo desprecian a las clases medias y bajas sino que además les temen.
Lo que nos queda, ahora y apenas, es la nostalgia de un país que durante algunos años se pareció, o buscó parecerse, al que soñaron nuestros padres fundadores de 1810 y 1816. No era poco ni fue chico ese sueño, como tampoco fue perfecto, pero ahí en su durísima derrota está, piensa esta columna, la razón misma de la desazón actual del pueblo argentino.
Por eso es en la conciencia de ello y en la gravedad misma de la constatación –que es sano reconocer– donde está la posibilidad de recuperarnos como pueblo. No hay mucho que inventar en la política argentina. El camino no será otro que recuperar lo mejor del peronismo en sus ideales de Patria Justa, Libre y Soberana; lo mejor del radicalismo combativo capaz de romperse pero no doblarse como ahora; lo mejor del socialismo que enseñó Alfredo Palacios e incluso lo mejor del conservadorismo popular. Es decir, la inmensa mayoría del pueblo argentino que es trabajador, honrado, pacífico y está harto de chorros y mentirosos.
La frustración existe y es nuestra. De ahí la desazón. Entonces hay que asumirla, llegar hasta el fondo y tocarlo para dar la patada que nos reponga en la superficie. Sólo así se puede volver a nadar y a remar.
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