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Un escuadrón de la muerte y otro miembro de la SIDE en la mira

Comenzó el juicio a ocho policías que integrarían un escuadrón de la muerte. Se los involucra en el asesinato del Monito y Piti, de 14 y 16 años. De las declaraciones de uno de los acusados se desprende que habrían confundido al Monito con un ladrón.

 Por Cristian Alarcón

Pasaron cuatro años y medio desde que aparecieron fusilados, con las manos y los pies atados con cuerdas náuticas, al costado del Puente Negro, en José León Suárez. Después de una larga investigación judicial que se mantuvo en el más solemne de los secretos, ayer comenzó en los tribunales de San Martín el juicio oral por el asesinato de Gastón “Monito” Galván, de 14 años, y Miguel “Piti” Burgos, de 16. A Piti le dieron ocho tiros por la espalda. Al Monito le dieron 11, y sobre la cabeza, una vez muerto, le colocaron una bolsa de nylon como mensaje. El tribunal juzga si fueron víctimas de un escuadrón de la muerte que actuó en la zona de Don Torcuato para eliminar de manera sistemática a pequeños rateros. Ayer la lectura de las declaraciones de los ocho policías acusados del crimen arrojó por primera vez un dato que permanecía en las sombras: uno de ellos, el Monito, pudo ser confundido con un chico que durante un robo había baleado a un coronel del Ejército con vinculaciones en la SIDE.
En la lista de asesinatos que se le imputan a lo que fue el escuadrón de la muerte de Don Torcuato, las del Monito y del Piti no son ni las primeras ni las últimas (hubo casos posteriores), pero sí son las únicas que se produjeron sin siquiera simular un enfrentamiento con hombres de la Bonaerense. Hace casi un año, un tribunal de San Isidro condenó al que fuera el capo del escuadrón, el sargento Hugo Alberto Cáceres, y a su lugarteniente, Alberto Puyo, por el homicidio agravado de Guillermo “Nuni” Ríos, un pibe de 17 años al que le plantaron un arma simulando que se había tiroteado con ellos tras un intento de robo. A Cáceres le dieron 22 años de cárcel. A Puyo, 19. En este caso, por el “delito de privación ilegal de la libertad agravada, en concurso real con homicidio agravado por alevosía” le podría caber la cadena perpetua al oficial Marcos Bre- ssán, conocido como “El Karateca” por su profesional manera de golpear a los menores detenidos en la comisaría 3ª. Su presunto coequiper en el fusilamiento, el oficial Martín Ferreyra, quien lo secundaba al frente del Servicio de Calle de la seccional, nunca pudo ser capturado. Hijo del tercero de la “maldita policía”, Marcelo Ferreyra, ese bonaerense sigue prófugo.
Pero los acusados en este juicio son ocho, todos en libertad por excarcelaciones que llevan un tiempo: a Bressán se le suman los que eran sus compañeros en la comisaría 3ª, famosa también como “La Crítica” y como la que fuera una especie de sede oficial del escuadrón. Entre ellos están Carlos Horacio Icardo, también integrante de la patota de calle; el sargento ayudante Eduardo Escobedo, el cabo Ramón Acosta, el oficial subinspector Juan Domingo Barrientos, el cabo Oscar Casco y el sargento Sergio Mauricio Ontiveros. Uno de los nudos a resolver a lo largo de las cinco o seis jornadas que llevará el juicio oral es el que abarca el período de horas en el que los dos chicos muertos habrían pasado por un pasillo de la comisaría 3ª en el que solían esposarlos, a la vista de los presos adultos que había en los calabozos del fondo.

Pegadores
Página/12 investigó estos crímenes como presuntos eslabones en una cadena de eliminaciones que se sucedieron entre 1999 y 2001. En aquel momento, en la puerta de la casa de los Galván, Nélida Zunilda, la madre del Monito, contó mientras adentro velaban a su chico, cómo lo habían ingresado una docena de veces a los calabozos de la tercera y cómo lo habían golpeado hasta ocasionarle convulsiones. Ayer volvió con su relato, pero frente al Tribunal Oral en lo Criminal 2 de San Martín. Ahora sin miedo, ella y su hija Mariana señalaron a Marcos Bressán como uno de los “pegadores” que tenía a su hijo en la mira. “Los chicos le decían el ruso y le tenían mucho miedo”, contaron. En una sala enorme pero vacía (las cámaras de TV estaban puestas en el crimen de la Panamericana), el juicio fue seguido ayer por el papá del Monito y un grupo de mujeres, madres de otros chicos asesinados. Allí estaban Sabina Sotelo, la mamá de VíctorManuel “El Frente” Vital; Alicia Velázquez, mamá del “otro” Monito, fusilado en las vías cercanas de Bancalari, y la madre de Gustavo Luna, caído en otro supuesto enfrentamiento fraguado. Del lado de los acusados, los padres de uno de ellos, y la rubia novia de otro.
El comienzo de la primera jornada se estiró hasta la siesta por el paro judicial. Y parecía entrar en un letargo cuando comenzaron a sonar más que interesantes a oídos de los jueces las declaraciones que en su momento hicieron los policías. De todos ellos, el testimonio que parece patear el tablero es el de Barrientos: declaró que su firma fue falsificada en el libro de la comisaría para inculparlo como el Oficial de Servicio, puesto que según dijo jamás ocupó. Barrientos describió algo así como una locademia de policía con un comisario que llegaba borracho y le pedía rendición de coimas. “Escuché el comentario de que si hubiera revisado el privado del comisario encontraban el arma homicida”, dijo. Fue el primero que además reconoció saber “del militar que habló con el comisario Doldán” y sobre una versión según la cual en el crimen habría estado involucrado un miembro de la SIDE.

El coronel y su hijo
La propia familia de Monito y Piti se ha preguntado sobre el móvil del crimen. Siempre dijeron haber escuchado el rumor de que a Monito lo habían matado en venganza por un asalto sufrido por la familia de un militar, cuyo hijo había resultado herido por los ladrones. Ayer supieron su nombre: se trata del coronel Iván Lanusse. Al menos así lo relató en su declaración el propio Bressán, el Karateca. Durante marzo, casi un mes antes del doble homicidio, acompañó al coronel Lanusse, quien conducía una camioneta Kia Blanca, en cuyo asiento de acompañante iba un joven, alto, muy flaco, que sangraba. Lo llevaron al Hospital Militar de Campo de Mayo, donde fue atendido.
Esa misma tarde, contó Bre- ssán, al comisario Doldán, de la 3ª, lo llamó el entonces comisario inspector Cabrera, a cargo de la Departamental de Tigre. Por la noche, entre las 21 y las 22, Doldán recibió por media hora a un primo del coronel, también de apellido Lanusse.
Era un hombre de un metro ochenta, con campera azul, que se identificó como miembro de la SIDE. En la misma reunión, dijo, habría estado el comisario Cabrera y otro jefe policial más. Es en esa reunión y en sus derivaciones donde su testimonio vuelve más siniestra la trama de este juicio y más agudas las preguntas que los jueces deberán responderse. Bressán mismo fue quien hizo la “inteligencia” de ese robo. Según dijo, sus informantes le aseguraron que lo cometió un menor de apellido Meléndez. “¿Era parecido Meléndez al Monito?”, le preguntaron. “Sí, tenía el mismo corte y el mismo color de piel”, les dijo en su momento a los investigadores.

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Los ocho policías acusados por el asesinato de dos chicos de 14 y 16 años.
 
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