Domingo, 15 de octubre de 2006 | Hoy
EL PAíS › BERGOGLIO EN CRISIS
Entregado a su confrontación con el gobierno, Bergoglio también se ha sacado chispas con la Santa Sede, que reclamó silencio y respaldó al vicepresidente Radrizzani. En 1955 el Episcopado marginó al cardenal Copello, quien se oponía a la conspiración antiperonista. Hoy duda en seguir a Bergoglio en su ciego curso de colisión, motivado por lo que cada día mayor cantidad de obispos perciben como la defensa personal de un hombre que no está en paz con su propia biografía.
Por Horacio Verbitsky
Desde el Vaticano
El deterioro de las relaciones del Vaticano con el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Mario Bergoglio, y el malestar en la Conferencia Episcopal argentina con quien desde este año la preside llegaron la semana pasada a un nivel con pocos precedentes. Para encontrar un punto de comparación es preciso remontarse más de medio siglo atrás, cuando el arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado, Santiago Luis Copello, fue reducido a funciones decorativas mientras las conducción efectiva de la Iglesia era depositada por el Vaticano en los arzobispos de Rosario y Córdoba, Antonio Caggiano y Fermín Lafitte. En 1955 la decisión ejecutada por el Nuncio Mario Zanín obedeció al propósito de alinear al Episcopado argentino para la confrontación definitiva con el gobierno del presidente Juan D. Perón. Ahora, el Vaticano parece reacio a permitir que la Iglesia siga al cardenal Bergoglio en su ciego curso de colisión con el gobierno del presidente Néstor Kirchner, motivado por lo que cada día mayor cantidad de obispos perciben como la defensa personal de un hombre que no está en paz con su propia biografía.
Medio siglo después
A partir de noviembre de 1954 la Iglesia y el peronismo entraron en una escalada recíproca. El gobierno acusó a tres obispos y dos docenas de sacerdotes de infiltrarse en las organizaciones populares y de conspirar para su derrocamiento, equiparó a hijos matrimoniales y extramatrimoniales, sancionó el divorcio con nueva aptitud nupcial, suspendió la enseñanza religiosa obligatoria, expulsó a los capellanes de cárceles y hospitales, eliminó subsidios y exenciones impositivas a colegios y obras religiosas que fueron acusados ante la justicia por defraudación, levantó programas radiales de la Iglesia, acusó de perversión sexual a un obispo, autorizó la apertura de prostíbulos, prohibió procesiones, deportó a un obispo y un canónigo. La Iglesia acopió armas en templos y colegios, formó comandos civiles que tiroteaban a policías en las calles y colocaban explosivos, organizó una red clandestina de difusión de panfletos que convocaban al alzamiento contra el gobierno constitucional al que calificaban de tiranía, prestó sus instituciones para la preparación del golpe. El climax llegó el 16 de junio de 1955. Al mediodía, aviones navales con el emblema Cristo Vence pintado en sus alas bombardearon la Plaza de Mayo y mataron a centenares de civiles, inaugurando el ciclo de la violencia en la Argentina moderna. Al anochecer, grupos operativos con protección policial prendieron fuego a la curia eclesiástica contigua a la Catedral y a ocho iglesias en los alrededores de la Plaza de Mayo y saquearon sus altares. En cambio, Kirchner asistió a la coronación de Benedicto XVI en abril de 2005, en mayo de este año soportó sin reaccionar una exasperada homilía de Bergoglio que recitó en sus narices el catálogo completo de agravios de la oposición. Tanto él como su esposa CFK han hecho saber a todo el gobierno que no apoyarán la legalización del aborto. Pese a haber desconocido como funcionario público al Obispo Castrense Antonio Baseotto por una frase dirigida al ministro de Salud, que interpretó como una reivindicación de los métodos de exterminio de la dictadura militar, el gobierno ha sido tolerante con cada una de sus apariciones públicas y no le ha impedido el uso de su sede. Además del presupuesto de Culto, el Poder Ejecutivo ha ordenado al ministro de Planificación Julio De Vido transferir a diversos obispados centenares de millones de pesos para la reparación de templos; al ministro de Educación Daniel Filmus suministrar fondos para que los colegios católicos equiparen los salarios de sus profesores con los de la educación privada no confesional y a su hermana Alicia apoyar los programas de asistencia social de Caritas. En el ministerio de Acción Social un busto de un prócer liberal fue reemplazado por una imagen de la Virgen María. Hasta en sus irónicos cruces verbales con Bergoglio y otros obispos, Kirchner emplea metáforas que revelan las huellas de su formación religiosa. Las opiniones ríspidas sobre hechos de la historia o del presente político, que Kirchner vierte sin el temor reverencial al que otros gobiernos malacostumbraron a la jerarquía, no es suficiente para que el conjunto del Episcopado se deje arrastrar a una pugna para la que sólo Bergoglio tiene buenos motivos.
Política en latín
La problemática argentina es apenas un capítulo de otro conflicto, centrado en la política vaticana: Bergoglio procura erigirse en referente crítico al papado tradicionalista de Benedicto XVI, quien esta semana firmó el indulto que autoriza a oficiar la misa en latín y de espaldas a los fieles, según el rito tridentino codificado por San Pío V hace cinco siglos. El Novo Ordo Missæ, oficiado en las lenguas nacionales y de frente a los fieles, fue la innovación de más alta visibilidad introducida hace cuatro décadas por el Concilio Vaticano II y que condujo incluso al cisma del sector integrista liderado por el arzobispo francés Marcel Lefébvre.
Bergoglio atribuye la crisis a una mala relación con el recién sustituido secretario de Estado, cardenal Angelo Sodano, pero aquí se piensa que ésa podría ser apenas una expresión de deseos, ya que las medidas recientes que desairaron al cardenal argentino fueron adoptadas dos semanas después de la asunción del nuevo secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone. Las disputas por el poder interno, en la Curia Vaticana y en el Episcopado argentino, y el entrecruzamiento entre ambas instancias, son obvias y forman parte del modo de ser de la burocracia eclesiástica. En la Argentina comenzaron con la sucesión del ex cardenal arzobispo de Buenos Aires, Antonio Quarracino, quien protegía a dos de sus auxiliares: Bergoglio y Héctor Aguer, actual arzobispo de La Plata. Quarracino ordenó a ambos en 1992, pero en 1997 cuando su salud se deterioró, propuso a Bergoglio como coadjutor con derecho a sucesión.
Las declaraciones del vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal, Agustín Radrizzani, para quien no hay un problema de relación entre el gobierno y la Iglesia sino entre los respectivos presidentes Kirchner y Bergoglio, sobre quienes dijo que habían pronunciado “frases desafortunadas” y deberían llamarse a silencio por un tiempo, coinciden con las apreciaciones del Vaticano. La crítica de un obispo a otro es excepcional, sobre todo cuando comparten la conducción de un Episcopado, y no hubiera ocurrido de no mediar las instrucciones transmitidas a Buenos Aires por el obispo Pietro Parolin, quien reclamó acallar tanto estrépito. Desde la renuncia de Giovanni Lajolo, Parolin quedó en forma interina a cargo de la secretaría de relaciones con los Estados. Su nuevo titular, el arzobispo francés Dominique Mamberti, aún no ha regresado desde Sudán, donde era Nuncio Apostólico. La secretaría de relaciones con los Estados es una de las dos grandes divisiones que dependen de la Secretaría de Estado. Mientras Bertone aprende el métier, continúa como su segundo el obispo argentino Leonardo Sandri. Tanto Sandri como Aguer son eventuales reemplazantes de Bergoglio en el arzobispado porteño. El año pasado, poco después de la elección de Ratzinger, se originó aquí la versión de que Bergoglio sería llamado para cubrir un cargo relevante en la curia. De Buenos Aires salió la contraversión: Bergoglio habría expresado su desinterés por el cambio de roles. En la rígida estructura curial la obediencia es el valor supremo. Sin embargo, no es concebible que un alto cargo del gobierno de la Iglesia universal pueda desempeñarse a disgusto, sólo porque así fue ordenado. Hay también otras variantes, como la que padeció el ex arzobispo de Boston, Bernard Law, quien fue trasladado a Roma, como archipreste de la Basílica de Santa Maria Maggiore. Nadie le preguntó si le satisfacía ese destino. Pero antes había quebrado su diócesis por las indemnizaciones pagadas por abusos de pedofilia. Bergoglio conoció un castigo semejante en la compañía de Jesús, al concluir la dictadura, cuando la nueva conducción provincial que intentaba adecuarse a la transición democrática lo recluyó en una Casa de la Compañía en Córdoba. Personas próximas a él cuentan que allí estuvo virtualmente secuestrado. “Decían que estaba loco y lo tenían encerrado, no le pasaban las llamadas, presuntamente para protegerlo.” Una de las más altas autoridades de la Compañía en aquellos años lo explicó así: “Los conflictos internos fueron muy serios, tanto por la línea seguida como por el modo de gobierno y por cierto maquiavelismo. Para él, vale todo. Si se estaba tratando de cambiar la orientación de la Compañía, es probable que no le pasaran llamadas de los estudiantes, porque hubiera perturbado ese trabajo de cambio”. Ningún extremo equivalente aparece por el momento en el actual horizonte bergogliano.
Infelicidades
El 27 de setiembre, Bergoglio descartó como “infeliz” la cita utilizada por Ratzinger en su conferencia de Ratisbona que enfureció a un sector del Islam. Lo hizo por medio de su vocero, el presbítero Guillermo Marcó, en un artículo publicado en la revista News- week/XXIII. Agregó que no se sentía representado por las palabras del Pontífice que podrían destruir en veinte segundos el acercamiento al Islam que Juan Pablo II “edificó en veinte años”. La aclaración posterior de que el vocero se pronunció a título personal sólo pudo tener algún impacto en la Argentina, donde el uso de la palabra para encubrir el pensamiento o eludir la responsabilidad por los propios actos ha llegado a ser una apreciada artesanía. La misma coartada dio el Episcopado sobre la descalificación de Bergoglio al presidente Kirchner, a quien hizo calificar por Marcó como “peligroso para todos”. Con similar dialéctica el Episcopado argentino pretende que la candidatura del obispo de Puerto Iguazú, Joaquín Piña como líder de la oposición en los comicios que tendrán en lugar dentro de dos semanas en Misiones no es política, ya que será electo para integrar una convención constituyente y no a un cargo ejecutivo o legislativo. La utilización de su título de “Padre Obispo” en las boletas electorales no es bien vista aquí, donde esas argucias no surten efecto.
La respuesta pontificia al ataque de Bergoglio fue fulminante. La revista entró en circulación el jueves 28 de setiembre. El domingo 1º de octubre, el Nuncio en la Argentina, Adriano Bernardini, comunicó al gobierno que el viernes 6 se aceptaría la renuncia presentada por Piña, quien permanecería como administrador apostólico de su diócesis hasta los primeros días de noviembre, cuando asumiera su reemplazante, el presbítero cordobés Marcelo Martorell. Pero el anuncio público se adelantó sin explicaciones para el lunes 2 y también se modificó su contenido: la renuncia de Piña fue aceptada ese mismo lunes y de inmediato lo reemplazó como administrador apostólico el arzobispo de Corrientes, Domingo Castagna, quien también sobrepasó los 75 años y sin embargo aún sigue en funciones. El operativo fue veloz pero selectivo: Piña fue el último en enterarse. Sólo faltó que el candidato impulsado por Bergoglio fuera expulsado de su diócesis por un pelotón de guardias suizos aerotransportados desde aquí. La tensión es tan grande que Bergoglio suspendió su programado viaje a Roma, donde Benedicto XVI anunció el segundo Sínodo de su reinado. Los Sínodos son encuentros de representantes de todos los episcopados del mundo. Bergoglio había tenido una actuación que algunos vaticanistas describieron como destacada en el último Sínodo convocado por Juan Pablo II y esto avaló su candidatura a la sucesión pontificia, en el cónclave que eligió a Joseph Ratzinger.
Tarea para laicos
El fastidio causado por la decisión del jesuita Bergoglio de involucrar a la Iglesia en cuestiones electorales, por medio de otro miembro de la misma orden, se basa también en cuestiones menos coyunturales, de índole doctrinaria. Consultado para esta nota, el respetado historiador y teólogo Giancarlo Zizola (autor entre varios libros de La otra cara de Wojtyla, El enigma de Benedicto XVI, ¿qué papa para qué Iglesia? y Los papas de los siglos XX y XXI) recordó que en su hasta ahora única Encíclica, Deus Caritas est, de enero de este año, Ratzinger fue aún más específico respecto de la participación de la Iglesia en política. Postuló como fundamental del cristianismo la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios, “esto es, entre Estado e Iglesia” y dijo que la Iglesia “no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado”, porque la sociedad justa “no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política”. Sin lugar a dudas, sostuvo que “el establecimiento de estructuras justas no es un cometido inmediato de la Iglesia, sino que pertenece a la esfera de la política”. A la Iglesia sólo le corresponde “contribuir a la purificación de la razón y reavivar las fuerzas morales”, pero “el deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos”. La explicación adicional que Bergoglio ha dado a través de sus intérpretes oficiosos (los mismos del ex ministro Roberto Lavagna) de que la candidatura de Piña obedece a que la democracia corre peligro por el proyecto de un gobernador provincial de perpetuarse en el poder y de que es preciso combatir el autoritarismo kirchnerista, sólo provoca sonrisas en esta informatizada ciudad-Estado, sede de la última monarquía absoluta del mundo.
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