Jueves, 23 de agosto de 2007 | Hoy
Por Werner Pertot
desde Trelew
RAQUEL CAMPS
Es la primera vez que María Raquel Camps Pargas visita Trelew. Es hija de Alberto Camps –uno de los militantes de las FAR que sobrevivieron a la masacre– y de Rosa María Pargas. Ambos estuvieron detenidos en la cárcel de Rawson antes de la fuga. Allí se enamoraron, se casaron con los otros dos sobrevivientes de testigos y tuvieron dos hijos antes de que la dictadura los alcanzase en 1977. “Ellos se conocieron acá y somos parte de esto. Es nuestra historia. Somos Trelew”, dice Raquel, en diálogo con Página/12.
–¿Qué edad tenías cuando secuestraron a tus padres?
–Estaba a un mes de cumplir un año. Nací en 1976, en la clandestinidad. En 1977, mi vieja desaparece cuando salía con mi hermano y mi viejo se resiste en la casa y lo hieren de muerte. Lo llevan a un hospital donde aparentemente no le dieron las atenciones y muere. A mi hermano lo dejan en un hogar y a mi vieja no la vimos más. Después supimos que había estado en El Vesubio.
–No los recordás, ¿cómo empezaste a reconstruir su historia?
–Mi hermano me contó muchas cosas. El tenía tres años, pero se acuerda. Es mi gran contador de la historia. No tanto de amigos o compañeros, porque mis abuelos siempre nos cuidaron demasiado. Vivieron con mucho miedo, quemaron muchas cosas, por lo que nos costó tener cosas de ellos. Pero cuando empezamos a salir a la vida, nos dimos cuenta de que llevábamos una mochila que no era fácil.
–¿Hoy cómo la llevás?
–Recién ahora la llevo mejor. En un momento, creí que no podía más. Por mucho tiempo, viví sin mis viejos en todo sentido. Los tuve que reconstruir para poder después hacer un duelo.
–¿Cambió mucho cuando tuviste a tus dos hijos?
–Sí, el nacimiento de mi primer hijo me hizo ver el vacío.
–¿Leíste la entrevista de Paco Urondo a tu papá?
–Sí, pero no leí muchas cosas. Trato primero de reconstruirlos como papá y como mamá. Para después comprender lo que hicieron y lo que pasaron.
–¿Y la parte política?
–Primero me costó mucho entenderlos como hija. Me pregunté por qué volvieron al país, me enojé como si estuvieran. Después entendí que esto era lo que querían, que era lo más importante. Si bien nosotros éramos lo más importante, lo que los anclaba a la vida. Hay una carta que escribe mi vieja –ya desaparecida– que dice que si no ganaba, debía morir. Y esto le daba razón a su muerte. Estaban convencidos.
–¿Por qué te llamás María?
–Por María Angélica Sabelli, y Raquel por una ex novia de mi viejo que la mataron en Córdoba antes del ’72. Y mi hermano se llama Mariano Alfredo Humberto, por Mariano Pujadas, Alfredo Kohon y Humberto Toschi. Tres de los caídos en Trelew.
–Más allá de no haber sido elegido como herencia, ¿qué significado tiene Trelew?
–Para mí, Trelew es mi hermano y soy yo. Ellos se conocieron acá y somos parte de esto. Es nuestra historia. Somos Trelew.
MARIANA BONET
Los ojos azules de Mariana Bonet transmiten alegría. Piensa antes de responder cada pregunta con un leve acento, como producto de su exilio en Francia, donde creció y hoy vive. Su hija no habla castellano. Son hija y nieta de Rubén Pedro “El Indio” Bonet, el dirigente del ERP que participó de la conferencia de prensa que dio en el mismo aeropuerto en el que ella estuvo ayer por primera vez. Allí le preguntaron cuál era la solución que veía para terminar con las dictaduras. “Continuar con la lucha revolucionaria”, respondió su padre –que luego sería fusilado– con una inocultable sonrisa. Ella tiene esa misma gestualidad. “El pedía justicia, igualdad y más solidaridad entre la gente”, recuerda Mariana, que hoy trabaja en medioambiente y desarrollo sustentable.
–¿Qué recuerdos tenés de tu padre?
–Era muy chica. Nací en 1968. Tenía cuatro años cuando murió papi. Tengo los recuerdos que me van contando. Me contaron cuando íbamos a visitarlo a la prisión de Devoto y también vinimos acá a visitarlo.
–¿El les escribía?
–Estuvimos leyendo un diario de la época, donde mi papá me contaba a mí y a Hernán cómo lo habían trasladado a Rawson, cómo iban pasando los días, que trabajaban, cantaban, se reunían a leer, y así iban pasando los días. Decía que nos estaba esperando para el 9 de julio, cuando lo fuimos a visitar. Es un diario de 1972, que publicó la carta y los dibujitos que le mandamos.
–¿Qué impresión te causó él hablando en la conferencia de prensa?
–El pide justicia, igualdad y más solidaridad entre la gente. Son cosas que eran reales, pero no hay nadie más que luche para eso hoy. Su militancia tenía sentido en ese mundo dividido entre comunismo y capitalismo, con la revolución cubana. Y la represión también forma parte de ese marco con Estados Unidos, que implementó el Plan Cóndor.
–¿Tu madre también militaba?
–Sí, ella también militaba.
–¿Ustedes tuvieron que exiliarse tras la masacre?
–Después del ’72 mi madre hizo una causa contra los militares de acá. Entonces, desde ahí pasamos a la clandestinidad. Estuvimos clandestinos seis años, del ’72 al ’78, cuando nos fuimos.
–¿Seis años?
–Sí, que nos mudábamos de un lado para el otro.
–¿Qué implicaba vivir en la clandestinidad para una niña de cuatro años?
–Implicaba que un día volvías a casa de la escuela. No entrabas a tu casa, seguías caminando derecho y te ibas a otro lugar, a otra escuela y con otro nombre. Sin más nada que tu ropita y tu delantal de la escuela de antes. Y eso, cinco o seis veces.
–¿Qué les decía tu madre?
–Que no se podía contar nada. Andábamos con nombre falso. Mi madre volvió a casarse y tomamos el nombre del señor con el que se casó.
–¿Pero seguiste con tu nombre?
–Siempre fui Mariana, sí. Y cuando nos fuimos a Francia, retomé mi apellido original. Y hasta hoy soy Mariana Bonet.
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