Domingo, 21 de octubre de 2007 | Hoy
El jefe de Gobierno electo se destapó esta semana con un nombramiento inesperado: el perfectamente desconocido Luis Rodríguez Felder como ministro de Cultura. La sorpresa aumenta al conocerlo, ya que se trata de un “exitoso” editor de libros de cocina y maquillaje sin la menor experiencia en el área pero con ideas francamente llamativas.
Por Sergio Kiernan
El nombramiento de Luis Hernán Rodríguez Felder como futuro ministro de Cultura de la ciudad causó asombro: en el mundo de la cultura, el hombre es un perfecto desconocido. Pero conocer al nominado por Mauricio Macri aumenta el asombro y sólo permite entender por qué hasta ahora era tan pulcramente nadie en el área. No se trata siquiera de ideologías, que las tiene: Rodríguez Felder fue elegido, al parecer, por su “éxito”, que consiste en haber formado una editorial comercial, la Imaginador, dedicada a libros de cocina, libros infantiles, libros de maquillaje, alguna que otra antología de cuentos y a publicar las obras de su dueño y de sus dos hijas, ambas gerentas de la firma. Excepto por decir que vendió varios millones de libros de ese tipo, Rodríguez Felder no exhibe la menor mácula de experiencia en administrar la cultura. No lo oculta, pero afirma que está “estudiando el organigrama”.
“Soy un hombre de la cultura profunda. Fui titiritero, maestro, editor, di cursos a distancia... estuve en todas las áreas de la cultura pero con un perfil bajo extraordinario, casi total”, dice el nominado para explicar por qué nadie lo conoce en el mundo en el que será ministro. Con 64 años cumplidos, dos matrimonios, cuatro hijas y tres nietos, algo así como cien libros firmados –que van de antologías a poemarios y una obra de filosofía en cinco tomos en los que funda un “sistema”– Rodríguez Felder se tiene una confianza rara de encontrar. No tiene idea de cómo se gestiona la cultura, algo más que diferente a consumirla y hasta producirla, pero tiene fe implícita en el valor de sus opiniones.
Su editorial en la calle Bartolomé Mitre es un lugar elegante, con lámparas antiguas, buenos muebles y una pared de menciones a sus libros, varios de la Gourmand y en inglés para hitos sobre asados, cocina con wok y sin sal. Rodríguez Felder es una persona cordial y locuaz, todavía acostumbrándose a usar anteojos y felicísimo con sus dos pequeñas hijas. Pocos temas le dan pausa y lo ponen serio. Uno es el de León Ferrari (ver aparte) y otro es, justamente, el de su nombramiento.
En el partido de Macri es un secreto a voces que Ignacio Liprandi, el coleccionista y empresario que formó el equipo de Cultura y hasta publicó un sorprendente libro con la plataforma del área –de paso, la única presentada en el comicio– fue vetado una vez ganadas las elecciones. Todas las versiones apuntan con unanimidad a la Iglesia, sector muy atendido en el PRO. Rodríguez Felder no confirma, pero admite abiertamente que fue recomendado por Ignacio Gutiérrez Saldívar, galerista dueño de Zurbarán y parte de una familia muy católica y con buen tránsito en la institución.
“Hubo una consulta de Macri a la cultura de Buenos Aires”, explica el nominado. “No es que no tuvieran gente, porque ahí está Ignacio Liprandi, que escribió la plataforma del tema, que he leído y es interesante. Lo hicieron porque querían conseguir alguien que pudiera llevar a cabo con éxito una gestión que se auguraba difícil. Para eso tenía que tener experiencia en manejo de una institución, de una empresa. Y por otro lado que fuera un hombre proveniente de Buenos Aires y por tanto de la cultura de Buenos Aires, y que tuviera una concepción de expansión de la cultura a la totalidad de la ciudad y no una de reclusión de la cultura en ámbitos cerrados.”
“Cuando comenzaron la búsqueda hubo recomendaciones de algunas personas. Yo fui recomendado por Ignacio Gutiérrez Saldívar, el galerista de Zurbarán, con el cual no tengo más relación que el conocimiento de ir a una inauguración y que mi esposa actual (Graciela Genovés), valuada como una de las más grandes pintoras argentinas y que trabaja con Guillermo Roux, es representada por su galería. Gutiérrez Saldívar me conoce de hace diez años, conoce mi trabajo, mis libros. Por eso la recomendación, sin condicionamiento alguno. Me citaron a varias reuniones por varios meses, no quince días como dijo algún medio, en las que hablamos de la cultura de Buenos Aires con Mauricio Macri, Gabriela Michetti, sus equipos. Hablamos mucho. Yo nunca me afilié a ningún partido político, no soy de PRO, nunca tuve ninguna actividad con ellos. Me he dedicado a mis libros, mis trabajos de filosofía y mi editorial.”
“Mi editorial tiene características especiales”, abunda el nominado. “Hemos creado más de mil títulos y ha vendido más de catorce millones de unidades, lo que explica la recomendación. Es una editorial revolucionaria en su método de venta y en la calidad de sus colecciones populares. Imaginamos libros para el sector de nuevos lectores. Mi pensamiento es que toda campaña incentiva la cantidad que leen los lectores. No sé si Gutiérrez Saldívar le cuenta esto a Macri. El es un descubridor de talentos, busca pintores jóvenes, los pone en valor. Es muy admirable. Evidentemente lo que él vio en mí es algo que él no desarrolla, trabajar no para el segmento superior de los lectores sino generar libros para los sectores más carenciados, que no tienen bibliotecas, no van a las librerías. Para mí es lo que lo atrajo, mi éxito y mi cultura personal.”
–Sin embargo, su editorial es más bien de cocina, maquillaje y bricollage, con títulos de primeras letras y alguna antología. No es una editorial de cultura.
–Es verdad, ahora hay un porcentaje cada vez más elevado de clásicos y filosofía. En los últimos cinco años hay trabajos del más alto nivel de cultura. La filosofía de esta empresa está referida a los libros populares. Tengo un concepto de cultura, que les manifesté a Mauricio y Gabriela.
Para explicar ese concepto, cuenta un chiste al parecer favorito, el del Boeing lleno de intelectuales que cae en una jungla y es rescatado por un “indiecito analfabeto” que los alimenta y les enseña a sobrevivir. El punto del chiste es preguntar quién realmente es el “culto”.
–Disculpe, pero en realidad usted no es ni el indiecito ni uno de los pasajeros, porque fue nominado para ser el piloto del Boeing. ¿Sabe volar?
–Jamás me hubiera atrevido a aceptar este cargo no solamente si no pensara que lo puedo volar sino que lo puedo volar bien. Mi talento es elegir la mejor gente posible, entre la que está y la que tiene que venir. La prueba está en esta editorial que crece. Reconozco que no es lo mismo manejar un Fitito que un Mercedes... pero la soberbia es casi un mecanismo de defensa frente a lo que no se sabe hacer o manejar.
En el ministerio
Todo Boeing, con intelectuales o viajantes de comercio a bordo, debe presentar un plan de vuelo antes de despegar. Aquí comienzan los silencios del piloto Rodríguez Felder, que sólo ofrece garantías “ad hominem”: “Yo no me subo a proyectos en los que voy a fracasar. Es como la tristeza, que deteriora. No me voy a lanzar a proyectos que fracasan”.
Entre frases como “la cultura está viva”, van a apareciendo algunas pocas cosas concretas. Rodríguez Felder no piensa ningún cambio drástico de dirección o estructura, ningún plan llamativo. Está contento de recibir Industrias Culturales, proveniente por iniciativa legislativa del Ministerio de Producción al de Cultura, y su alegría es personal. La subsecretaría es la encargada de otorgar subsidios a editores, y él los aprovechó desde 2004. Por algo anuncia que “va a seguir al frente Estela Puente, una persona excepcional. Va a ser de las dependencias que más visite”.
Luego aparecen exactamente tres ideas genéricas. Una es crear un programa para el tango –“y no una subsecretaría, como dijo algún medio”– y terminar la Ciudad de la Música en la vieja usina de La Boca. Otra es hacer “integrado” el Centro Cultural Recoleta, institución a la que el nominado parece tenerle una inquina personal. El tercero es hacer todo eso a través de una ley de mecenazgo, al parecer el centro de su pensamiento. “Hay que buscar la forma en que esa ley se articule para intensificar el presupuesto de cultura no pidiendo más presupuesto sino consiguiendo donaciones”, explica. “Por supuesto, custodiando que esto no signifique dominio: si hay mecenazgo de una plaza no significa que pueden poner la estatua del dueño del banco que aporta.”
El resto son nociones muy generales, como que “hay que diversificar sobre la estructura actual, en la que hay muchas cosas buenas. Por ejemplo, el Centro Cultural San Martín, donde yo fui titiritero. Muchos se han burlado de que yo diga que fui titiritero, pero habría que entender mucho lo que quiero decir. Yo quiero que también hagan títeres de sombra y compañías trashumantes que vayan a las villas, a las escuelas. Uno puede lograr entrar en una villa por las asociaciones bolivianas pero no puedo entrar con actores y escenografías, pero sí con titiriteros”.
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