EL PAíS › OPINION

Nace un populismo de derecha

 Por Maria Esperanza Casullo *

La pasada elección presidencial ha dejado una pregunta: ¿cómo puede ser que el gobierno kirchnerista haya fracasado tan estrepitosamente en su política de seducción hacia los sectores antiperonistas? ¿Cómo puede ser que un gobierno que ha hecho de la “desperonización” su bandera sea rechazado con argumentos que vuelven a revisar los estereotipos antiperonistas del pasado?

Una respuesta posible a esta pregunta es ésta: porque la desperonización del kirchnerismo ha dejado vacante un modo de movilización política populista, modo que ahora ha sido retomado de manera exitosa (aunque con sentido inverso) por la Coalición Cívica de Elisa Carrió.

Retomando a Ernesto Laclau, se puede decir que el modo de construcción político populista se basa en la conformación de una articulación de tipo movimientista que suma muy diversos actores políticos y sociales, nucleándolos alrededor de algunas ideas-fuerza muy potentes pero también muy vagas (lo que Laclau llama “significantes vacíos”). Las identidades populistas suelen estar además asociadas a liderazgos personalistas; no por casualidad, sino porque el/la líder cumple con la función imprescindible de asegurar, dentro de lo posible, la coherencia interna de un movimiento que está, siempre y necesariamente, a punto de estallar. Para lograr esto, el líder deberá hacer una definición sumamente astuta de los significantes vacíos (definiéndolos de tal manera que apelen por igual a los distintos sectores del movimiento) y reforzar la solidaridad interna mediante una permanente división del campo político (es decir, dirigirse a un “nosotros” y antagonizar permanentemente a un “ellos”).

Cristina Fernández de Kirchner ha manifestado repetidas veces que el populismo peronista debería dar paso a una nueva identidad, a veces llamada “centroizquierda”, inspirada por partidos modernamente reformistas tales como los socialismos chileno o francés. Para esto, Cristina encabezó una campaña que en todo momento eligió un registro discursivo muy medido, que hizo constantes llamados a la pluralidad, la amplitud, la modernidad y la racionalidad, que renegó de la simbología tradicional peronista y que se negó a confrontar aun en su momento de victoria (victoria que cerró, por otra parte, con la potente imagen de su abrazo con Ségolène Royal, la derrotada candidata socialista francesa),

A primera vista, parecería que el éxito de esta renuncia fue relativo: los sectores históricamente no peronistas no se vieron seducidos por esta nueva propuesta, y la victoria terminó debiéndose en gran medida a los votos de aquellos sectores con pertenencia histórica al movimiento. Es decir, se renunció a algo (la tremenda capacidad movilizatoria de una estrategia populista) a cambio de nada, o muy poco.

Pero el fracaso de esta estrategia se debió también, según creo, a que Elisa Carrió comprendió de manera acertada que sin una articulación de tipo populista no hay política exitosa posible en una sociedad de masas, y decidió ponerse a la cabeza de un experimento inédito en la política argentina: la conformación de un movimiento populista de derecha.

Digo que la Coalición Cívica (no así el ARI) es populista porque cumple con las características que mencioné antes: intenta articular a actores políticos muy disímiles entre sí (partes del Partido Socialista, Patricia Bullrich, sectores del peronismo, sectores del radicalismo de la provincia de Buenos Aires, remanentes de previos intentos progresistas, apelaciones al “campo”, sectores identificados con la Iglesia Católica), busca hacerlo alrededor de significantes vagos y potentes tales como “la república” o “la ética”, se centra en el liderazgo de la propia Carrió, tanto en el mantenimiento de las ambigüedades como en el disciplinamiento interno del movimiento y, finalmente, porque Carrió no ha vacilado en dibujar un campo político dividido en dos partes entre las cuales no hay negociación posible: un “nosotros” moral enfrentado a un “ellos” –el “régimen”– absolutamente inmoral. El éxito de esta apuesta quedó visto en su capacidad, no ya de ganar, sino de movilizar detrás de su figura a sectores no peronistas (es más, antipopulistas) de clase media y alta.

Por supuesto que, entendido así, el populismo es más una forma que un contenido: un movimiento populista puede ser tanto de izquierda como de derecha, según sea su contenido ideológico y cuál sea el actor político y social que lo hegemonice. En el caso de la CC, y a pesar del tinte socialdemócrata que supo tener el ARI en el pasado, el curso actual de ese movimiento se dirige decididamente a la derecha. La CC le ha dado un lugar central a los “valores de clase media” dentro de su discurso y su práctica, y esto va aparejado de una llamativa renuncia a cualquier intento de movilizar aunque más no sea a parte de los sectores populares. Y dado que los sectores populares son caracterizados como esclavos o prisioneros del régimen, que sólo son invitados a sumarse a la CC en la absoluta pasividad que significaría el “dejarse liberar” por las clases medias, no puede ya dudarse del tinte conservador de este nuevo movimiento populista.

* Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín. Blog la barbarie.

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