Lunes, 4 de agosto de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Atilio A. Boron
La Argentina llega debilitada a la proyectada reunión de los tres presidentes. Por una parte, con un poder político presidencial menguado por la reciente (e inesperada) derrota de una iniciativa –la Resolución 125– que insólitamente el Gobierno elevó casi al rango de un referendo revocatorio y perdió. Pero también debilitada económicamente, pese a los datos de la macro que continúan arrojando elevadas tasas de crecimiento del PBI bajo cuya euforia se disimulan, por ahora, algunos graves problemas. La inflación es un enemigo muy serio que el Gobierno no toma como tal, ni diseña una adecuada estrategia para combatir porque persiste en creer en las increíbles cifras del Indec. La crisis energética es otra formidable y aún más letal amenaza: liquidada a precio vil nuestra petrolera estatal durante el menemato (en una operación que contó con el apoyo irrestricto del PJ, la CGT, los gobernadores de las provincias petroleras y buena parte de la dirigencia política), dos grandes empresas extranjeras continúan extrayendo crudo de nuestros yacimientos y exportando lo que se les viene en gana sin ningún control del Estado para resguardar un bien público no renovable y de extraordinario valor. Sabemos lo que ellas exportan por lo que dicen en sus declaraciones juradas, algo que ahorra pruebas a la hora de denunciar la demorada reconstrucción del Estado en la Argentina. Las reservas se están agotando, no hay exploraciones ni nuevos pozos y, ante la ausencia de nuevos emprendimientos hidroeléctricos, la llegada de la crisis es sólo cuestión de tiempo. Cuanto más crezca la economía, más rápido será. Súmese a eso la inexistencia de un plan nacional de desarrollo –reclamado por Aldo Ferrer en su memorable exposición en la Cámara de Diputados– y el panorama estará lo suficientemente claro. Cuando se dice que “el modelo no se cambia”, lo que no se dice es que en el modelo que orienta la acumulación, fija el rumbo del crecimiento y decide lo que se distribuirá “hacia abajo” no es el Estado sino el mercado. Y éste, si hay acumulación no redistribuye sino que concentra.
Lo anterior demuestra que la Argentina sigue siendo el reino del “cortoplacismo”: ningún gobierno desde la restauración democrática hasta aquí ha pensado más allá de la próxima coyuntura electoral, y así nos fue. En Brasil, en cambio, la propensión a pensar –y actuar pensando– en el largo plazo ha sido uno de sus rasgos más característicos. Por eso pudieron construir Brasilia en medio de un páramo, por eso persisten durante décadas en hacer de Petrobras y Embraer dos grandes empresas, por eso pudieron crear el Banco Nacional de Desarrollo y hacer que, al cabo de los años, disponga de más recursos para préstamos orientados al desarrollo que el Banco Mundial; por eso, mientras Brasil construye carreteras, puertos, aeropuertos y grandes obras hidroeléctricas, la Argentina construye... discursos.
Claro está que pensar en el largo plazo no siempre equivale a pensar correctamente. El “largoplacismo” brasileño tiene un “talón de Aquiles”: su errónea visión de la inserción de Brasil en el sistema internacional. Por eso la contribución que puede hacer Chávez al robustecimiento del Mercosur (si lo dejan) es de fundamental importancia. El bolivariano es el único que posee una visión no sólo de largo plazo sino también estratégicamente acertada. Chávez no se equivoca, como los demás, esperando “comprensión y apoyo” de Estados Unidos o la Unión Europea para nuestro desarrollo. Sabe que la lógica que preside el sistema es imperialista y que las potencias dominantes, y especialmente su centro principal, no hacen concesiones, ni se conmueven con las aspiraciones de nuestros pueblos. Lula, en cambio, celebró en marzo de 2007 su acuerdo estratégico con George W. Bush para producir etanol y biodiesel, optando por alimentar los tanques de los automóviles del Norte en lugar del estómago de su pueblo. Y por eso mismo en la agonizante Ronda de Doha se alineó con las grandes potencias y se “despegó” de sus hermanos del Sur, prometiendo abrir sus mercados a cambio de que los ricos del mundo le compren sus productos. Todo, posiblemente, en pos de una ilusión: acceder a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, obsesión que los viejos y nuevos colonialistas estimulan hábilmente para obtener más y más concesiones del gigante sudamericano al módico precio de mantener viva su demagógica promesa. La Argentina tiene una larga historia de supeditación a los deseos e intereses del Norte y terminó con las manos vacías. Chávez, en cambio, sabe que la única opción para el desarrollo y el bienestar de los pueblos es reforzar la integración de nuestros países y potenciar nuestra autonomía decisional: de ahí las estratégicas decisiones de crear el ALBA, el Banco del Sur, el Gasoducto del Sur, Telesur y tantas otras iniciativas por el estilo. Y en esa convicción el bolivariano no exhibe flaqueza alguna ni cede ante el canto de sirena del imperio. Ojalá que los demás se contagien.
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