EL PAíS › OPINIóN

Seis claves para el futuro K

 Por Alejandro Sethman *

1 El kirchnerismo no tiene futuro. Sus tiempos son el pasado y el presente. El pasado remoto de la dictadura junto al pasado próximo de los ’90 y el estallido de 2001/2002. El presente permanente del camino que va de ese doble infierno al purgatorio. Y tal vez en esta ausencia de cielo esté (hoy más que nunca) su principal punto débil. El kirchnerismo nunca prometió nada, no acuñó nada parecido a un futuro que se presentara como superador de este presente no tan malo como el pasado. Esa falta de futuro, de cielo, de horizonte, no puede (no pudo) evitar ser interpretada como un “más que esto no se puede pedir”. Y todos siempre quieren más.

2 Al haberse dedicado más a explicar de dónde venimos que hacia dónde vamos, el oficialismo perdió la posibilidad de inscribir su acción de gobierno en un proceso progresivo de desarrollo económico y democrático. Hasta una medida ineludiblemente vinculada con el futuro, con la previsión, como la estatización de los fondos privados de pensiones, quedó diluida en un presente volátil. En este sentido no es casual que la inmanencia que rodea a la gestión se traduzca en un hiato en la trayectoria política de los dirigentes y funcionarios comprometidos con ella. Y tampoco lo es que en seis años no se haya afianzado al interior del dispositivo kirchnerista un conjunto de referentes que estén biográfica y políticamente (esto es, generacionalmente) vinculados con el futuro.

3 Uno de los puntos donde puede apreciarse con mayor claridad la relación esquiva del kirchnerismo con el tiempo por venir es en la figura recurrentemente invocada de “los logros obtenidos”. Logros que es posible identificar principalmente en la reconstitución del tejido social que se llevó adelante basada en dos pilares fundamentales: la expansión y regulación del mercado de trabajo; y la ampliación y profundización de los mecanismos de protección social. El trabajo y la protección social permitieron retejer en cinco años buena parte de lo que se había destruido en más de diez. Pero si se piensa en lo que viene, incluso en el corto plazo, no puede dejar de resaltarse la endeblez de los pilares sobre los que están apoyados los logros de la cohesión social.

4 Más allá de la discusión sobre los alcances y el contenido del proceso de inclusión social iniciado en 2003, resulta notable que el conjunto de dispositivos a través de los cuales se realizó sigan estando a tiro de decreto o, peor aún, de firma de funcionario de segunda línea. Por el lado del mercado de trabajo tenemos una ampliación, sobre todo por parte de la demanda (aunque no deberían desestimarse los avances hechos en el campo de la oferta a través de los programas de formación), que en buena parte es hija de la política cambiaria, algo difícil de consolidar. Sin embargo, esta ampliación (evidenciada claramente en el descenso de la desocupación abierta) no hubiera tenido efectos integradores tan fuertes de no ser por el mecanismo puesto en marcha para su regulación: la negociación colectiva. A partir de este instrumento, eficazmente gestionado por el Ministerio de Trabajo, el mercado laboral ampliado pudo ser, además, un mercado con salarios cuyo poder de compra no se deteriorara. Un logro que alcanza solamente a los trabajadores registrados y a sus familias, pero un logro fundamental en un contexto inflacionario. Sin embargo, la continuidad de la juiciosa utilización de este mecanismo después de 2011 está atada a que sean asignados a la cartera de Trabajo funcionarios tan virtuosos como Carlos Tomada y Noemí Rial. Algo parecido sucede en el campo de lo que genéricamente puede denominarse como protección social. Esta protección fue puesta en marcha a través de varios mecanismos entre los que pueden destacarse los planes sociales, la inclusión previsional y la construcción de vivienda social. En los tres rubros el Gobierno ha tenido resultados impactantes; basta pensar en los cientos de miles de planes sociales entregados a partir de 2003 y su posterior reconversión, los millones de nuevos jubilados, y las más de 550 mil soluciones habitacionales terminadas o en marcha. Pero, al igual que con la negociación colectiva, el futuro de estas políticas puede ser truncado sin más trámite que un cambio de programa dispuesto hasta por un subsecretario de Estado.

5 ¿Cuál es el futuro de un proceso político que, incluso en sus mejores momentos, actuó como si el futuro no existiera? Antes de clausurarse como experiencia histórica, el kirchnerismo debería contribuir a darle perspectiva de continuidad a ese presente que tanto trabajo le costó alcanzar. Esto implica convertir los logros en derechos e instituciones que les den más margen de maniobra a los actores políticos que tengan voluntad de defenderlos. No es éste el momento de preguntarse por qué no se avanzó con la creación de un Consejo Económico y Social que permitiera darle un marco más amplio a la negociación colectiva, por qué no se sancionó una ley de acceso a la vivienda (que, de paso, formalizara la participación de los movimientos sociales en ese ámbito) o de ingreso de ancianidad, a pesar de que existían las mayorías legislativas necesarias y las políticas públicas que esas leyes hubieran dispuesto ya estaban en marcha. Es el momento de hacerlo para impedir que cualquier retroceso en el ámbito de la inclusión social pueda ser traficado en un despacho y, en cambio, esté obligado ser defendido en el Congreso.

6 La tragedia del kirchnerismo sería que la heterogénea porción de los sectores populares que volvió a formar parte plena de la comunidad política durante sus gobiernos emerja de ellos en una posición tan buena como vulnerable. Y, peor aún, que la parte que no pudo ser incorporada se quede sin ningún tipo de garantía de subsistencia (como, por ejemplo, un ingreso básico universal a la niñez), sobre el cual construir ulteriores demandas. El futuro del kirchnerismo está en poder generarle a este presente condiciones de supervivencia en el país que vendrá. Y el futuro de los que, desde distintas posiciones y con distintos matices, quieren trabajar para transformar la democracia argentina en un espacio de justicia y solidaridad social, debe ser el de imaginar y prometer, sobre la base de este presente, futuros que sean más apetecibles para las mayorías que la fantasía securitaria y neoprivatista de los vencedores del 28 de junio.

* Politólogo, integrante de Generación Política Sur.

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