Domingo, 6 de mayo de 2012 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Discursos hubo para todos los gustos y paladares. El más aplaudido, con todo merecimiento, fue el de cierre del jefe del bloque oficialista, Agustín Rossi. Le añadió fuego, como le es habitual, a sus buenas razones. Entre ellas la de explicar cómo influye la especulación financiera en el mercado del petróleo y cuánto pecó en ese aspecto Repsol. Y la de replicar que el gobierno de Cristina Kirchner no estaba en condiciones de expropiar acciones en su primer mandato, cuando se le cuestionaba la legitimidad y estaba en minoría en el Congreso, a punto tal que se le negó hasta la más rutinaria e institucional aprobación del Presupuesto.
Fernando “Pino” Solanas se manifestó a sus anchas, criticando a peronistas y radicales. Pero matizó su catilinaria con alarde de su tradición justicialista. Y supo saludar lo esencial, el cambio de paradigma, que es un triunfo parcial, un paso adelante en sus luchas.
La identidad y la coherencia histórica fueron un denominador común en muchos discursos. El repaso de los ’90 interesó a legisladores del Frente para la Victoria (FpV) y de otras vertientes peronistas: qué hizo cada cual en el ’92 y en el ’99 fue motivo de interpretaciones variadas, casi todas autoindulgentes. Días atrás el senador Miguel Pichetto (presidente del bloque del FpV) optó por un rizo inusual. Comentó que arribó al Congreso recién en 1993 pero que, si hubiera estado un año antes, hubiera acompañado a su partido y a su bancada. El gesto de organicidad es digno de mención, también la ratificación de identidad. La autocrítica debería venir de la mano: la decisión consagrada en 1992 acumulaba críticos valorables y con buenos argumentos. La CTA, el ubaldinismo, el Grupo de los 8, el ya aludido Pino Solanas, Página/12 sin ir más lejos.
El diputado Felipe Solá distinguió el paso dado en 1992 de la privatización absoluta cometida en 1999. El ex gobernador recordó haber votado la primera. Y expresó que ahora no lo haría porque es otra la circunstancia, otro el país, otro él mismo. Y se enojó, rotundo aunque de buen talante, con los que esgrimen “el dedito” para señalar incongruencias. Más adelante, fustigó a los radicales su desmemoria: se jactan de haber defendido siempre a YPF pero olvidan que no hicieron nada al respecto durante el gobierno de la Alianza. El reproche es acertado, aunque de alguna forma, pone el dedito en ristre.
De hecho, es imposible y hasta errado pretender no discutir el pasado y privarse de señalar las flaquezas o inconsecuencias del adversario. Imposible no mirar el espejo retrovisor para valorar coherencias y trayectorias. Expresarlo con benevolencia (como propuso Piche-tto en el Senado) es un buen consejo, difícil de implementar para políticos o para periodistas.
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La diputada del PRO Laura Alonso se excedió en el uso del dedito. El mayor, en su caso. Lo elevó en el clásico gesto fuck you, desafiando a las graderías que la chiflaban y azuzaban de lo lindo. El presidente del cuerpo, Julián Domínguez, exhortaba al público a respetar el derecho de expresión de la oradora y a esperar la votación. Estuvo bien en lo formal y fue un gesto correcto de autoridad, la sonrisa de oreja a oreja denunciaba su pertenencia.
Alonso es novata en la actividad política, proviene de la ONG Poder Ciudadano. El espectro de las ONG es pluricolor como la vida. Suele haber en tales instituciones y en sus elencos actores encomiables que mejoran la calidad institucional, generan agenda, defienden a sectores minoritarios o perseguidos. También abundan los catecúmenos de la democracia, los que se especializan en denunciar carencias o vicios del sistema político con más ansia de deslegitimarlo que de agregarle valor. Nutrientes de la antipolítica bajo el ropaje de la transparencia, que no se exige a los poderes fácticos ni se habilita para sincerar quiénes son sus sponsors.
Uno de los tópicos onegeístas es la enseñanza de buenos modales, el reproche a la prepotencia en el lenguaje, las buenas formas... a menudo sin prestar atención a los contenidos o a los intereses en juego. Por ejemplo, son los que se indignan porque la embajadora Alicia Castro, con ingenio y timing, le coló una pregunta tan incómoda como respetuosa al canciller británico.
El discurso de Alonso fue exaltado, confuso y pobremente dicho. El fuck you resultó más explícito y quedó fotografiado para la historia, se recordará cuando se hayan olvidado las palabras de la diputada PRO, si es que alguien las retiene todavía.
Para protagonistas avezados en la acción política un gesto desafiante o soez, un insulto, un empellón son alternativas posibles en una discusión fragorosa. Como mucho, un pecadillo venial.
Distinta es la vara para quienes ponen las formas, los ritos y una consensualidad hueca por encima de todo. La diputada Alonso debió respetar a las mayorías que pesan poco en su imaginario elitista pero que en democracia valen mucho. Y, sobre todo, ser consecuente con sus propias premisas sobre la política. Protocolares, formalistas, negadoras de los poderes en disputa, negadoras de los poderes fácticos, berretas si se quiere... pero premisas propias al fin.
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