Domingo, 16 de marzo de 2014 | Hoy
Por Horacio Verbitsky
Las reformas a prácticas y estructuras eclesiásticas no me conciernen, ya que no soy creyente ni especialista en esa materia. Sólo estudié durante quince años las raíces históricas e ideológicas de la complicidad de esa institución con el terrorismo de Estado, advirtiendo que no haría juicios de valor sobre el dogma ni el culto (lo que el Episcopado argentino llamó su “realidad teológica de misterio”) sino un análisis de su comportamiento en la Argentina entre 1976 y 1983 como “realidad sociológica de pueblo concreto en un mundo concreto”, según los términos de su propia conducción. Además, como dice De la Serna, es demasiado pronto para evaluar la consistencia del discurso papal con su aplicación, por lo que sólo puedo desear que le alcance el tiempo para hacer todo lo que insinúa. En contraste con sus predecesores, tiene todo para ganar. Si algún sufrimiento humano alivia o ahorra, bienvenido sea. Mientras llega ese momento sería interesante que alguno de los interesados en una declaración breve y picante se tomara el trabajo de contrastar las actuales propuestas del Papa Francisco con la conducta, tema por tema, del cardenal Bergoglio como presidente de la Iglesia Católica argentina, ya sea para prevenir sobre un exceso de optimismo o para celebrar la infinita capacidad de cambio de la persona humana.
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