Miércoles, 20 de diciembre de 2006 | Hoy
“La rebelión es la parte subterránea siempre presente de la política”, dice González, que rastrea la línea que lleva de las rebeldías del 20 de diciembre a algunas actuales.
Por Horacio González *
La rebelión es la parte subterránea siempre presente de la política. No hay política, no hay institución, sin la rebelión y el espíritu de la rebelión. En aquellos días de diciembre, hace cinco años, el hombre rebelde se hizo de a tramos, creciendo desde la vereda a la esquina, de la esquina a la avenida próxima y de allí a la plaza. Es la rebelión que prospera, asciende desde un llamado anónimo, quedamente escuchado desde la ventana de casa. Esta forma de la rebelión es más ruidosa que destructiva, más alborotadora que violenta. Es el ciudadano rebelde, vieja figura argentina.
Sin embargo, una profundización de la rebelión la vemos cuando hay corridas sudorosas, adoquines decimonónicos, desafío directo a la fuerza pública. Este modo más dramático está bastante alejado del clásico ciudadano rebelde, que cumple su buena tarea poniendo su conciencia civil en estado de ebullición, como las marchas del lejanísimo octubre de 1945 que estudia Daniel James.
En verdad, es el rebelde de la lucha callejera, de honda y guijarro, el que está siempre en discusión. Lo vemos solo sobre el pavimento, versión del hombre que está solo y espera pero en una calle envuelta de gases y gritos. Es un personaje de la modernidad. No se cesa de debatir sobre él. Está claro que todo ciudadano es un rebelde. Ese es el origen sin misterio de toda forma cívica permanente, cuya memoria alicaída de tanto en tanto es menester recuperar.
¿Y el rebelde que no se sacia si no voltea las vallas? Siempre ofrece una reflexión angustiosa la torsión y continuidad que podría haber entre el rebelde puro y la vida política real, con sus ciudades, ritos e instituciones. ¿El insurgente de torso desnudo, de qué modo se traduciría a todas las esferas posteriores de la verdadera conversación política? Esta es una discusión argentina que recorre todos los estratos de la vida pública. Porque llamamos política a la continuidad afortunada, cuando la hay, de las rebeldías que se subliman luego en una mayor calidad de la imaginación colectiva y democrática. Hago estas rápidas reflexiones porque lo único que me parece inadecuado en este “difícil tiempo nuevo”, como decía Deodoro Roca, numen de la Reforma Universitaria de 1918, es que se llame delincuentes a los rebeldes. Ciertos o equivocados. Allí, la institución comienza a pensar mal, con descuidada falla, a su otro de la calle, a su imagen inversa detrás de las empalizadas.
* Director de la Biblioteca Nacional. Director de las revistas El ojo mocho y La Biblioteca. Entre otros libros publicó Filosofía de la conspiración, Retórica y locura, para una teoría de la cultura argentina y La crisálida, dialéctica y metamorfosis.
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