ESPECTáCULOS › LA AVANZADA CONSERVADORA EN EL CASO DE JUAN CASTRO
Pecados que se pagan así de caros
Se habló de trasplante de órganos, de muerte cerebral, de una orden de Kirchner para desconectar a Castro, de vida promiscua, se leyeron presuntas cartas íntimas. Bajo el disfraz de la información, algunos medios dieron cátedra sobre cómo impartir moral desde la desgracia ajena.
Por Julián Gorodischer
En el extraño universo de la tele, el de Juan Castro debió ser un final con redención posible. A la crónica de excesos se opuso una última acción heroica para consagrar al mártir: la donación de órganos. “Había dado autorización para donarlos”, se apresura Mariano Gesse en América Noticias. Los movileros recrean la primicia, y Mauro Viale, en Edición Extra, transmite desde el Incucai. Un médico en estudio ofrece el paso a paso del tramiterío. Apurar el cadáver tiene sentido: obtener la moraleja. El noticiero del 9 recuerda un informe de Kaos sobre donantes. “Es increíble que se haya anunciado una decisión de donación de órganos antes de un diagnóstico de muerte –dice Liliana Votto, directora del Fernández–, se enfrenta a los familiares a un final anticipado.” Pero se hizo, como último grito de la inverosimilitud televisiva, allí donde fue imprescindible desviar hacia la causa noble (donante) como compensación a tanta palabra indigerible (suicidio, gay, sangre y hasta sida). Entre tanto movilero exaltado, se escuchó algún llamado a la compostura. “Esperemos a que lo digan los familiares”, de Mónica Gutiérrez a su propio cronista, a punto de pegar el grito, pero lagrimeando.
“Esperan autorización presidencial para desconectar el respirador” (movilera de Contalo, contalo, en Canal 9).
La de Juan Castro, según la tele, fue la contracara del modelo Pipo Cipolatti. Si aquél fue el mundo de la anomia, aquí se exceden los atributos, hasta el límite del delirio: “El Presidente será el que decida”, en elevación apoteótica de la influencia K al mundo de lo privado. En los informes, vuelven la directora del Hospital, el vocero de Kirchner, un ministro y hasta la visita de María Valenzuela, de otra institución vigente en la Argentina: los famosos. Si el de Pipo fue el mundo del ciudadano a su suerte, el de Castro es el reflejo de la sociedad amparada. Si Pipo fue el bufón, o el cínico, Castro es el “formador de opinión” en el centro mismo del poder. La noticia es desmentida pero inaugura un género aparte: el del comentarista de inventos en Indomables o La Cornisa: “Están presionados, los obligan a tirar primicias”, dice Petinatto sobre los movileros, protagonistas impensados de la tragedia. Crónica TV no se da por aludida: “Muerte cerebral”, en la placa roja, y con la fascinación de esta vuelta a la era premoderna, a la vida tutelada.
“Convertí la belleza en fotogenia, el deseo en lujuria” (de una supuesta carta privada de Juan Castro difundida por la revista El paparazzi).
Las improbables cartas firmadas por Castro se releen en Intrusos, Los Intocables y en la revista El paparazzi abonando a la teoría del desvío castigado. La crónica de la tele es un gigantesco planteo moral que se legitima con la confesión directa del “suicida”: ha pecado. Para Chiche Gelblung, “la culpa la tuvo la droga”, no identificada, pero omnipresente en el verano 2004, dicha apenas como el efecto devastador en Pipo o como el móvil del suicida. El pasaje (del deseo a la lujuria) sostiene la estructura de los polos enfrentados: el bien y el mal, perversión y pureza. “Cuando quiso formar una familia –dice Jorge Rial, carrasposo–, ¡era tarde!...”. El héroe manchado anticipa el ingreso triunfal de un discurso con ecos del “sabe usted qué están haciendo sus hijos en este momento”. La psicoanalista aniñada (Leonor Viale en Edición Extra) da el sermón, recurso favorito del psicólogo mediático: “Estemos cerca, alejémoslos de la droga”.
“Se dice que habría llevado una vida promiscua” (Luis Ventura en Los Intocables).
Todo en términos morales: “Reinaba un total desorden: computadoras tiradas, todo revuelto, hecho un lío...”, se lee en la edición del jueves 4 del diario Crónica. La noche envuelve al caso Coppola, al de Pipo, y hasta a Giselle Rímolo, que –parece– era habitué de un boliche deDevoto. La “noche” permite abarcar, indiferenciar, surtir drogas, alcohol, orgía en un corpus que es decible y no altera conciencias. La “noche” agrupa al enemigo y evita pifiadas posteriores (como una posible ausencia de drogas en los informes clínicos): si no fue la droga habrá sido la vida disipada. “Luis lo sacó de todo eso”, dice Rial, satisfecho con el empleo del caso para el bien, por una vez exento de la acusación de “amarillista”: la pareja estable ayuda. Si con Pipo le había llegado el descenso a los infiernos del conductor (acusado de pagar, observado por morboso), con Castro se instala la causa noble: prevenir a padres de familia. Allí donde Rial, Gelblung o Viale expanden su diatriba contra la noche (recordando fiestas locas o multitud de parejas) se desencadena una certeza aterradora: hay conexión entre los informes con travestis y sadomasos, de Kaos, y la vida del suicida.
“La palabra que ayer recorrió estudios de TV y de radio fue sida” (Diario Popular, 5 de marzo).
Sin evidencia, se expande el rumor de la caída como reacción al diagnóstico. Final que obliga a la desmentida de su pareja, pero no omite el informe detallado del sexo liberado. El castigo llega en el balcón: la escena perfecta de la desesperación: un rincón enrejado, expuesto, suspendido que conecta el interior con la calle y hasta permite la infiltración del camarógrafo. Allí donde alguien saltó, se cayó o lo tiraron (de Olmedo a Alicia Muñiz, de Charly a Pipo), la tele encontró su escándalo de verano, con el plano detallado de la mancha en el pavimento o la “baldosa lavada” que define otro nivel social. La avanzada conservadora se mete en la cama, y no encuentra el deseo sino la sangre, el análisis clínico y el salto al vacío, la tragedia concentrada en unos cuantos emblemas de final, narración rapidita y al pie para actualizar anacrónicos bastiones de la seguridad: monogamia, toque de queda y, por supuesto, castidad.