ESPECTáCULOS › JOSE LUIS TELECHER, PADRE DE CAROZO, NARIZOTA Y POMPIN
El señor de los muñequitos
El hacedor de los títeres que invaden los noticieros prefiere hablar a través de ellos: “Quiero que los bichos tengan vida propia”, dice.
Por Julián Gorodischer
Algo suena fuera de tono cada vez que se descubre a Pepe Pompín, el conejo del 7, alternando con Víctor Hugo Morales. O cuando se pesca a los históricos Narizota y Carozo, un minuto después de la placa roja, como conductores vespertinos de Crónica TV. José Luis Telecher, o el mago, se tira en el piso como un contorsionista para que sólo se vean sus creaciones detrás del mostrador; no está dispuesto a revelar el secreto de los gestos tan sutiles, del mínimo movimiento de una garra o un guiño de ojos. El tipo es, en el fondo, un cultor de la deformidad. ¿Qué es Narizota, popular desde 1978? Algo es seguro: menos un títere que una marca generacional. “Una garrapata mutante –dice su autor–, o más bien un capricho de la naturaleza.”
Sus bichos son protagonistas de un fenómeno: la invasión del noticiero. Pepe se planta en Desayuno (de lunes a viernes a las 7); Carozo y Narizota se cuelan en Crónica TV (de lunes a viernes, desde las 15); el niño RPM, único humanoide de la serie, presenta noticias musicales y artistas en el Canal de la Música (los sábados, desde las 18). José Luis preferiría ser “mudito” para dar el protagónico a sus bichos, que presentan las noticias con actitud de infiltrados. “Dirigite a ellos durante la entrevista”, pide sin rubores. El pacto fue: con los muñecos. Yo no pretendo ser más poderoso que mis personajes, quiero que ellos tengan su propia vida.”
–Bueno, a los muñecos, preséntense...
Narizota: –Yo estoy en Crónica TV.
Pepe Pompín: –Pero yo llegué más lejos, al panel de Víctor Hugo en la TV abierta.
N.: –A ver si aguantás 26 años como nosotros.
Lo que está en juego no es poco: la credibilidad del muñeco. Dice José Luis que el cronista que revele cómo mueve a Narizota (y ahora se ve claramente) será su enemigo. Y el tipo no es tan tierno como los bichos; más bien puede parecer amenazante. Entonces no dan ganas de contarlo. Lo que es indiscutible es su rol como pionero. Los demás muñecos de la tele son unos bobos que empujan a los conductores (el oso de Tinelli, los mutantes de Maru Botana), mudos, torpes y –en general– en el lugar del abucheado. Narizota, Carozo, Pepe Pompín y RPM representan al bicho intelectualizado, con pretensiones de conductor o hasta de comentarista. “Carozo y Narizota se reservan una zona blanda de Crónica”, dice el mago, en una pausa de la entrevista “a los muñecos, tal como se pactó”. “Hay que dar respiro a la programación: presentan móviles desde la AFA, el servicio metereológico, las carreras o la lotería, pero los días complicados no salimos. Cuando cayeron las Torres Gemelas, nos sacaron del aire por cuatro días; terminás pidiendo por favor que no haya noticias fuertes.”
Cuando se lo halaga, y se le dice que sus muñecos podrían entenderse como una forma solapada de crítica de medios (quitar solemnidad, cuestionar la imparcialidad del presentador o hasta ponerlo en ridículo), José Luis se afloja un poco. Y hasta se le escapa (o concede) alguna aclaración “en persona”. Es, sin duda, un prócer en las sombras; uno que se escondió durante 26 años para mantener el mito de su pareja de bestias (Carozo y Narizota), nacidas para dar utilidad a una linda tela color azul, y otra amarilla. El mago no deja que le saquen fotos (¡sólo al muñeco!) y goza dejando preguntas flotantes a lo largo de las décadas. ¿Por qué Narizota tiene el corazón en la boca? ¿Y qué extraña relación los mantiene tan unidos con Carozo? José Luis ofrece un único dato: “Tienen ocho años, como todos mis muñecos: no quiero que pierdan la ternura. Además, cuando Popeye se casó con Olivia, fue un fracaso. No tienen que crecer; el chico quiere un par”. Y después retoma su propio mito: aquel que asegura que empezó con 0 punto de rating y presupuesto nulo –en 1978– y dio vuelta la tele con sus excursiones a tomar la leche. O el que afirma que tiene ochocientos muñecos encerrados en su casa (vacas, chanchos, robots y hasta un grillodel tamaño de un dedo), esperando una oportunidad. “La nutria va a llegar”, dice. “Me la imagino con Alejandro Fantino en TyC Sports. Ya van a ver.”
–¿Y cómo consiguió que Víctor Hugo compartiera el panel con el conejo?
José Luis Telecher: –Pepe le cuenta chistes malos a Víctor Hugo, comenta noticias insólitas, se lo fue ganando. Le gustan los records, como dar a conocer la empanada más grande. Pero nunca se olvida de que está en un noticiero.
–Pepe, además, revela un gusto por la deformidad que empezó con el monstruo Narizota. En este caso es su voz metálica, como distorsionada...
J.L.T.: –Mmmhhh... es un conejito, nada raro. Puede dialogar con gente grande, meterse en las noticias serias. El ofrece un remanso con algo más liviano, pero es más ácido que Carozo y Narizota.
–Y el nene RPM, ¿es el más bobito?
J.L.T.: –No es nada bobo: está en el mundo del rock y la bailanta. Es el cadete del Canal de la Música, pero a los invitados les dice que es gerente. Es nuestro primer niño de carne y hueso, unido a los otros por una misma vocación. Nuestro espíritu fue siempre el periodismo.
A José Luis Telecher no le pesan las largas jornadas de grabación, siempre contorsionado en un estudio o en otro, tirado en el piso, a veces tapado con una manta que lo oculta del todo. Sus bichos se llevan los premios: la fama, el dinero, y hasta la simpatía de Víctor Hugo. Los humanos acarician el flequillo de RPM o las orejas de Pepe Pompín, y ni un halago para el pobre mago que está oculto, de tres a seis horas seguidas, entrenado para resistir. ¿No siente celos? ¿No dan ganas de estrangular a los pequeños monstruos? Jamás lo admitiría, aunque un leve atisbo violento asoma cuando le mete el brazo entero a Narizota desde la cabeza al caracú. Pero es para poder manipularlo. Lo suyo, cuando habla, es la defensa incondicional del “peludito” y un reclamo que, por estos días, no lo deja dormir tranquilo.
J.L.T.: –Algunos (como Canal 26 o Televisión Registrada) prefieren los dibujos animados. Son criaturas frías, ajenas, que nunca interactúan. Los bichos son palpables, corporales, llegan de otra manera. ¡Al muñeco podés abrazarlo!