ESPECTáCULOS
“El tango no es bandera y yo no soy un patriota”
Daniel Melingo define su posición frente al pasado y el presente del género. Sus discos se editan en Europa, pero su vida transcurre en Villa Ortúzar, desde donde recrea sus tangos reos y carcelarios.
Por Karina Micheletto
Daniel Melingo se mueve con tranquilidad de vecino en el barrio de Villa Ortúzar. Este es un barrio tanguero, se enorgullece el músico, y la flamante estación Tronador del subte B lo ratifica con un listado de tangueros ilustres del barrio. Melingo va tirando hitos históricos en cada lugar destacado. La entrevista se desarrolla en el bar Bob, atendido por el hijo del fundador, Manolo. Enfrente está el City, cuyas mesas siguen siendo testigos de furiosas discusiones sobre tópicos milongueros entre partidas de ajedrez. Melingo cuenta que Pugliese, que vivía a una cuadra, recibía allí los llamados hasta que tuvo teléfono. En la otra cuadra aparece la cantina Don Chicho, que Melingo eligió para grabar su video Ayer, escasamente difundido, junto a amigos como Pipo Lernoud, la Clota Ponieman y Fabi Cantilo. Más allá, Oriente, donde Pugliese –que “no era del grupo de los nocheros, volvía a la casa a dormir”, se aclarará– solía desayunar. Melingo saluda a los parroquianos y tira la primera de las sentencias alrededor del género: “El tango es una costumbre”.
Este es un año de reediciones para Melingo. En Europa va por el tercer compilado en el que se incluye un tema suyo. Aquí Pelo Music reeditó sus dos discos tangueros, Tangos bajos y Ufa! Pero además aparece en Francia Santa milonga, un CD que reúne los anteriores y suma dos temas nuevos compuestos junto a Luis Alposta. En diciembre habrá una presentación en París, como parte de una ruta europea ganada en parte luego de contactos con los pioneros del tango electrónico Gotan Project. Antes de eso, en estas tierras, este viernes a partir de las 22 Daniel Melingo se presentará en El Condado (Niceto Vega 5542) y repetirá funciones el 15 de octubre y 19 de noviembre próximos.
Antes de ser un hombre de tango y de lunfardo, Melingo formó parte de la mejor época de los Abuelos de la Nada, de los comienzos de Los Twist, de Las Ligas (el grupo de apoyo de Charly García en los ’80), se fue a España y creó la banda devenida de culto Lions in love. Se pasó al tango justo antes de que explotara detrás de la moda de la danza, pero para buscar en sus orillas, en el lenguaje carcelario y reo del lunfardo con su voz pastosa y con el poeta Luis Alposta como compañero de ruta ideal. Melingo fue construyéndose a sí mismo derribando el mito del rockero y del tanguero, aunque hay uno, el de los excesos –desde las drogas duras hasta las temporadas en el Borda–, que sigue surtiendo efecto. “Melingo no está loco, por eso son posibles sus tangos improbables, vertebrados por la locura. Se ha sobrevivido a sí mismo, hasta convertirse en un personaje literario en carne y hueso. Melingo es el protagonista de una vida a veces demasiado intensa que tuvo que desembocar, inevitablemente, en el tango”, dice su amigo Sergio Makaroff en el texto que acompaña al CD de Santa milonga. ¿Inevitablemente? El aclara que el tango le viene de familia. Entre otros cruces tangueros, su madre fue esposa de un representante de Edmundo Rivero, a quien Melingo conoció y, piensa ahora, desaprovechó. “Eran los ’60 y a mí el tango no me caía bien. Estaba viviendo su decadencia, la desaparición de las grandes orquestas, la puerta que no le dejaban abrir a Piazzolla... En esa época el tango era amargo”, sentencia.
–Tantas reediciones de su obra invitan al balance. ¿Qué encuentra cuando mira para atrás?
–Eso no lo puedo saber. Uno va haciendo lo que le toca. A mí me tocó la misión de generar este sonido. Puede que con las reediciones esté obligado a mirar hacia atrás, pero solo metafóricamente. Como creador, yo siempre miro hacia el este, hacia donde sale el sol. Esto fue como un borrón y cuenta nueva que sirvió para ver los límites de un laburo. Vos largás un disco y es como un faro en el medio de la nada. Llegó a lugares recónditos del planeta sin que yo lo dirigiera o lo planeara, quién sabe adónde puede seguir llegando más adelante.
–¿Cómo es su forma de trabajo con Luis Alposta?
–El doctor Alposta es grandioso. Todo sale de una forma muy fluida, trabajamos y nos divertimos, realmente nos cagamos de risa. Tenemos un punto de acuerdo esencial que aparece en el tango que parimos. Yo leo una letra suya y la música me sale muy de una, e increíblemente conectada con el contexto de la letra, hasta con cosas que yo desconocía. Por ejemplo, él sacó de los cajones un par de poesías que escribió cuando tenía quince años y a mí me salió una cosa muy riveriana. Después supe que las escribió mirando a Rivero y soñando con que él cantara sus temas, algo que ocurrió tiempo después. Como esa, cada letra tiene su historia, aparte de la historia de la letra. Alposta me hace todo un preámbulo antes de mostrármela y yo entro como loco. Fue increíble que él y yo nos encontrásemos. Esta ciudad a veces se hace chica.
–¿Por qué tantas historias oscuras en las letras que canta?
–Tal vez tocar las energías más oscuras es una manera de intentar sanearlas. Esto es algo que aparece hasta en la homeopatía, y lo sé porque el doctor Alposta, además de ser médico, es homeópata. Cada uno cierra como puede y como le dé el bolsillo. De eso se trata la vida.
–¿Está de acuerdo con que faltan letras nuevas en el tango?
–¡Por favor! Lo que falta es olfato, letras sobran. El tema es darles forma. Una letra es nada más que piel, ropaje. Hay que encontrar lo que hay abajo y arriba de esa piel. Y ojo que para mí ni el tango es una bandera ni yo soy un patriota. Si hay un tema acá es la música.
–¿Qué tangueros actuales le gustan?
–Me fijo poco en lo que pasa ahora. Como amante del tango siempre voy a buscar referencias a la raíz, al núcleo de la cosa, al primer tango. Por suerte tengo una familia tanguera a la que puedo acudir si tengo una duda. Siempre puedo recurrir a algún tío abuelo para consultar, aunque no es cuestión de levantar el teléfono y largar la pregunta, claro, tengo que pasarme toda una tarde en la casa. Quisiera salir más a ver qué pasa pero entre el tango y mi hijo Félix, que va a cumplir dos años, no tengo tiempo. Toda mi energía, mis días y mis noches, están puestos ahí. Cuando tenés un hijo, el universo se altera. Si él te necesita, el resto es cartón pintado.