ESPECTáCULOS › TEATRO ENTREVISTA AL MIMO MARCEL MARCEAU, QUE MAÑANA SE PRESENTA EN EL COLON
“El silencio no es otra cosa que música interior”
A los fantásticos 82 años que ostenta, el gran Marceau decidió incluir a Buenos Aires en su gira mundial de despedida. Víctima del nazismo, miembro de la Resistencia francesa, con un pasado que está plasmando en sus Memorias, el mimo más célebre del mundo explica su relación con el silencio.
Por Cecilia Hopkins
Hace por lo menos 15 años que amaga con despedirse de los escenarios y, sin embargo, no consigue concretar su retiro. A sus 82 años (nació el 22 de marzo de 1923), el célebre mimo Marcel Marceau vuelve a Buenos Aires, una de las ciudades incluidas en su gira mundial de despedida, con su espectáculo Lo mejor de Marcel Marceau. Hará una función de gala en el Teatro Colón el lunes 4 y al día siguiente se presentará en el Teatro Gran Rex. En ambos casos seguirá fiel a su tradicional estética: cámara negra, maillot al cuerpo, la cara blanca y los rasgos acentuados por el maquillaje negro y rojo. Solo en el escenario, su acto durará en total 90 minutos. En “Pantomima de estilo” presentará algunos de sus mimodramas clásicos, como El pajarero, Las manos, La máscara y Adolescencia, madurez, vejez y muerte. En la segunda sección de su show, Marceau volverá sobre el personaje de Bip, el payaso soñador y vulnerable que creó en 1947 a medio camino entre Pierrot y Carlitos, invariablemente vestido con una camiseta a rayas y un sombrero de copa deformado. El nombre lo tomó del protagonista de la novela de Charles Dickens, Grandes esperanzas. A lo largo de los años, Bip fue deportista, pintor, poeta y cazador de mariposas. Esta vez, será vendedor de porcelana y heladero en una plaza.
Nacido como Marcel Mangel, Marceau adoptó este apellido para encubrir su origen judío durante la ocupación nazi. “Mi padre nació cerca de la frontera entre Polonia y Rusia, pero se vino a Francia, a Estrasburgo. Mi abuelo era rabino. Mi padre puso una carnicería, se casó y nacimos mi hermano y yo. Nos dieron educación, porque no querían que sufriéramos las penurias de aquella época. Mis padres creían en las bondades de la Revolución Francesa y los derechos del hombre. Pero estalló la guerra.” Cuando Alemania ocupó Francia, Marceau pasó a la clandestinidad e integró una red de la resistencia. Adolescente, falsificó documentos de identidad y cartas de racionamiento. También ayudó a algunos chicos judíos a que escaparan a Suiza. Su padre fue arrestado por la Gestapo y deportado. Tras la liberación, Marceau se alistó en el Primer Ejército Francés. Pero antes de dedicarse al arte de expresar a partir del gesto y el movimiento, también se desempeñó como pintor y orfebre. Decidió ingresar al mundo de la escena una vez salido del ejército, en la escuela de arte dramático que dirigía Sarah Bernard. Pero su ilusión de encontrar un lenguaje de síntesis más elocuente que el teatro lo llevó a inclinarse por la danza y la plástica para luego terminar prescindiendo de la palabra. Inspirado en los modelos del cine mudo, Marceau perfeccionó su técnica con los maestros Charles Dullin y Etienne Decroux. Creó su concepción del mimo cuando formó su propia compañía, el mismo año que dio a conocer a su personaje más famoso. Muchos años después, en 1978, decidió sistematizar sus enseñanzas abriendo la Escuela del Mimodrama de París. La pasión por su oficio ha brindado buena salud y un cuerpo elástico, aun a pesar del paso del tiempo. Marceau llegó por primera vez a la Argentina en 1951 y repitió sus visitas hasta el golpe del ’76. “La mejor conquista del hombre es su propia libertad... es la democracia que me hace regresar”, dijo en 1987, en Buenos Aires, en su primera gira luego de aquella impasse. “Las dictaduras son una consecuencia de la ignorancia, así como la libertad es una consecuencia de la inteligencia y el respeto hacia los demás”, amplió Marceau, ciudadano ilustre de Buenos Aires desde 1991.
–¿Cuál de los mimodramas que incluirá en su presentación cree que se relaciona más con América latina?
–Tal vez sea una de mis pantomimas más conocidas, El fabricante de Máscaras, porque representa la lucha de un hombre desgarrado interiormente con lo tragicómico de la vida. En él cohabitan la magia y la realidad, lo simbólico y lo cotidiano, lo sublime y lo banal. Un color de surrealismo y poesía trágica.
–¿Cuál es su método para enriquecer su oficio?
–La observación es fundamental, pero no es suficiente. No se trata de copiar el ser humano pero sí de estilizar su comportamiento. En el arte del mimo el gesto debe ser eficaz. No tenemos que andarnos con intelectualismos, tiene que ser simple, directo pero con estilo. Debe poseer su ritmo y alejarse de la forma naturalista. El público debe identificarse con el actor mimo, admirando su virtuosismo. Esto exige rigor y disciplina, aparte de los dones artísticos necesarios.
–Siempre se le ha señalado que el arte del mimo puede no estar en consonancia con el mundo actual...
–Sí, pienso que el mundo actual está imponiendo unas reglas frenéticas de actividad productiva, siempre tenemos que estar haciendo algo, rápido, para poder hacer algo más, y más... esto impide que encontremos tiempo para pensar, reflexionar, meditar o contemplar, cualidades que son lo propio del hombre. Poco a poco nos deshumanizamos perdiendo lo esencial. Yo propongo en mi espectáculo un tiempo fuera del tiempo, una reflexión como un espejo que refleje el interior del ser.
–¿Cómo caracterizaría el silencio?
–Es algo que existe en el interior de uno mismo. Para mí el silencio es una música interior. Es necesaria para encontrarse a sí mismo y para encontrar la paz. Este mundo está invadido de ruidos y caos; el hombre moderno se rodea de infinitas posibilidades de comunicación y, paradójicamente, es lo que siempre le falta. Con mi arte he conseguido trasmitir la emoción. El silencio es una actitud de escucha. Y ésta es la magia de mi espectáculo, que el espectador se disponga a “escuchar el silencio”. Ahí es donde encuentra mis mensajes. He consagrado mi vida a crear mi propio estilo, inventando una gramática gestual y un lenguaje corporal que libera el mimo de su dependencia del teatro de la palabra. Si las palabras crean una imagen en nuestra mente, nuestro objetivo es recrear y, mejor aún, sugerir con nuestro cuerpo esa imagen. El silencio es infinito como el movimiento, no tiene limites. Para mí, los límites los pone la palabra.
–¿En qué sentido cree que el mimo puede convertirse en un arte comprometido?
–Al menos en el interior de cada espectador yo espero que mis gritos silenciosos hayan producido una emoción, una toma de conciencia, un cambio. He recogido multitud de testimonios de gente que afirman que temas como Bip soldado, Las manos, Bip recuerda han producido profundos cambios personales. Bueno, para cambiar el mundo hay que empezar por uno mismo. Creo que para lograr la paz hay que pelearse a través del arte, pues la cultura es más fuerte que la política. La política tiene compromisos, el arte no, el arte es puro. La historia se repite y hay que luchar por la paz a través del teatro, de la música, del arte. Esta forma de lucha es más efectiva.
–¿Qué semejanzas existen entre usted y su personaje Bip?
–Marceau, al igual que Bip, combate por un mundo mejor, por ideales humanitarios, defiende la justicia, lucha por la democracia, empuja a los jóvenes a la solidaridad, exhorta al público a la reflexión, a conservar la esperanza. Si con mi espectáculo, por unas horas, puedo inmovilizar el odio, calmar las angustias y ofrecerle al público una parcela de felicidad, sí, soy un idealista, pero no inocente.
–¿A qué va a dedicarse cuando se retire?
–Entre una gira y otra, estoy trabajando en el segundo volumen de mis memorias. Se trata de rescatar las memorias del olvido. Y contar la vida, no lo que uno ha vivido sino cómo lo ha vivido, como dijo Gabriel García Márquez. Seguiré enseñando, dirigiendo la compañía, mostrando el camino como maestro que soy. Seguiré pintando. Mis cuadros son como un segundo decorado donde realizo nuevas puestas en escena, nuevos dramas, nuevas tragedias y comedias.
–¿Quiénes serán sus sucesores?
–Hace 25 años creé una escuela con la intención de transmitir mi arte a las nuevas generaciones. Pero nadie sustituye a nadie. Esta transmisión es el legado de un estilo, de una forma y de una filosofía del arte del mimo. No pretendo hacer clones, todos somos únicos e irrepetibles. El arte evoluciona y se transforma y yo acompaño y aconsejo a los nuevos artistas que salen de nuestra escuela en sus iniciativas artísticas.