ESPECTáCULOS › ENTREVISTA AL MUSICO DE FOLKLORE UÑA RAMOS
“Mi argentinidad está intacta”
Vive en Francia desde hace 33 años.
Llevó allá su visión de la música del altiplano y vendió millones de discos.
Por Cristian Vitale
“Yo soy el que está en la tapa, tengo un ponchito y el pelo más largo.” Como si hiciera falta, Uña Ramos, “el Jaime Torres de la quena”, se sobreempeña en autenticar que es uno de los Urubamba que aparece en la contratapa de Live Rhymin, el recordado disco en vivo que Paul Simon grabó en 1974 con el objeto de fusionar la mejor tradición folk estadounidense con ritmos andinos. Hoy, claro, con 71 años, el pelo de Uña luce menos brilloso, más corto y mucho más canoso, pero el rostro aindiado, curtido de origen por los aires de Humahuaca, sigue siendo el mismo que aparece en aquella obra. Y también su talento: luego de 33 años casi ininterrumpidos de vivir en París y con infinidad de disco editados –“ni yo sé cuántos tengo, nunca pude controlarlo”, dice–, este embajador universal del folklore del altiplano viajó al país con el fin de visitar hermanos, primos y nietos y, de paso, presentar un fino disco de sonidos andinos, editado hace meses en Francia. “Ahora estoy más práctico. En un momento llegué a usar 12 o 13 flautas, entre quenachos, antaras, anatas, tarkas y moseños, pero reduje el equipaje a cinco flautas afinadas en distintos tonos, que no encontrás en ningún lado”, asegura, entre palabras en francés que se entrometen si apura un poco el castellano.
Por extensa y prolífica, la historia del hombre de la flauta mágica que nació bien al norte, rozando Bolivia, requiere ser acotada. Hijo de madre india y padre charanguista, Uña grabó su primer material a los siete años a instancias del musicólogo Carlos Vega, que quedó registrado como documento cultural de niño prodigio, y no paró hasta tocar sus quenas en los cinco continentes, vender “solamente en Japón” 15 millones de discos gracias al hit Aquellos ojos grises, y grabar con Simon no solo El Cóndor pasa –la versión que recorrió el mundo–, sino otros temas de la época fuerte del dúo que completaba Art Garfunkel: Duncan, The Boxer y The Sound of Silence. “Mi sueño de chico era tocar algún instrumento: mi madre tenía otras ideas para sus hijos, pero mi padre me ayudó. Fue el que me hizo la primera quena cuando yo tenía 4 años. El tocaba charango e integraba las orquestas de carnaval con músicos bolivianos, creo que de ahí viene mi inspiración”, evoca, sin necesidad de forzar la memoria. “Cuando tenía 11 años vino a mi pueblo Luis Peralta Luna, que era director de la academia de música tradicional y danzas de Santiago del Estero. Cuando lo vi tocar me di cuenta de que el arte había penetrado mis venas. Luego de algunas resistencias de mis padres, me fui con él a Santiago a estudiar al conservatorio y a dar clases de quena. Estar ahí me abrió mucho la cabeza, porque conocí todas las danzas de mi país: gato, zamba, chacarera y pericón. A la par, hice algunos cursos para trabajar y vivir. Estudié telegrafía en seis meses, me dieron un puesto en el correo de Santiago y empecé a trabajar como telegrafista a los 15 años.”
–¿Cuándo llegó a Buenos Aires?
–A los 18. Me trasladaron como radiotelegrafista para trabajar en el Ministerio de Telecomunicaciones; llegué una mañana y la misma noche me integré al grupo de Peralta Luna para tocar en un boliche de Avenida de Mayo. Así empezó oficialmente mi carrera, que después me llevó a renunciar a mi trabajo y a mi familia. Con toda la tristeza del alma tuve que irme del país para hacer conocer nuestra música norteña en el mundo.
Antes de radicarse en Francia, mucho antes de grabar Un rosal pleno de música, Uña permaneció casi 20 años en Buenos Aires. Formó una familia, tuvo una hija, subió puestos en el ministerio y gastó quenas y sikus en noches de música autóctona junto a Jaime Torres, Ariel Ramírez y Hugo Díaz, pero la ansiedad por mostrar su música al mundo pudo más. “Estaba en una disyuntiva –evoca–. En un momento se me ocurrió irme a Francia y dije ‘si no me voy ahora, no me voy más’. Tenía una hermosa hija de 15 años y mi ex mujer mi dijo: ‘Te vas a morir de hambre allá, no sé qué puede pasar con tu música’ y le contesté: ‘Haré lo posible para que no suceda eso’. Y me fui.”
–Una decisión temeraria...
–Pero yo era muy consciente del riesgo; además, cuando presenté mi renuncia en el ministerio, quien me rescindió el contrato puso una cláusula: “Si le va mal puede retornar a su trabajo”, por eso me fui tranquilo. Una vez en París, el Chango Farías Gómez me presentó al director del sello Trova, que me pidió un demo para ver si mi música se podía vender. Comencé a componer con amigos (Domingo Cura, Tito Béliz), armé una banda y lo grabé. Cuando lo escuchó, me dijo: “Podés componer otro disco, te doy un mes para ensayar, te preparo los contratos y empezás a grabar”. Sin dormir casi, compuse 24 temas y los discos –fueron dos– se editaron en 1969. Recuerdo que Cura no aprobaba que yo metiera redoblantes en los temas, pero mi idea era hacer algo distinto. Inclusive llamé a Roque Narvaja para que tocara la guitarra. Gané unos 140 mil pesos, una enormidad para la época.
—¿Fue espontáneo su encuentro con Paul Simon?
–José Pons, que era amigo de mi amigo Piazzolla, me lo recomendó pensando que podíamos hacer algo importante juntos. El acercamiento fue muy rápido. Llegué a su casa, él estaba con los integrantes del grupo Los Incas, sacó su guitarra, empezamos a improvisar y me dijo: “Tenés que venir conmigo a Nueva York, a grabar”. Así se hizo el disco en vivo. También toqué en los últimos conciertos que dio con Garfunkel. Gracias a que grabé con él me pude radicar en Francia para continuar mi carrera solista.
–Una de las razones por las que no es masivamente conocido aquí radica en su larga vida en Francia. ¿Vino poco al país?
–Sí, pocas veces. Toqué una vez con Mercedes Sosa allá por los ’80 y recuerdo que ella me presentó como a un chico de la familia; también Gieco tuvo gestos muy amables conmigo, pero el excesivo trabajo en el exterior me impidió venir las veces que hubiera querido. Igual, mi argentinidad está intacta: me gustan mucho las mujeres y mi sangre está acá.
–¿Se considera un músico de folklore a secas?
–Diría que hago música a secas. Aunque mis raíces son folklóricas, soy un compositor en permanente evolución, un hombre inquieto. Mis raíces vienen de muy lejos pero son cercanas a la vez.