ESPECTáCULOS › LA MITICA “VIVITOS Y COLEANDO”, EN VERSION 2002
Una obra que hizo historia
La comedia musical infantil de Hugo Midón parece inoxidable: sus canciones, de fines de los 80, hablan de la Argentina de hoy.
Hugo Midón está parado en el centro del hall del teatro. La función recién termina y el lugar va llenándose de caras felices. “Yo pensé que la obra era para chicos...”, le dice al pasar, con gesto de complicidad, un padre que en la sala no paraba de aplaudir, como mandan las leyes de la catarsis. “Yo la vi por primera vez hace veinte años”, exagera una madre que lleva de la mano a dos niñas. Midón los mira a todos desde su altura de basquetbolista, como el dueño de una fiesta que despide de a uno a los invitados queriendo cerciorarse de que todos la pasaron bien. No todos los espectadores saben que ese señor longilíneo parado sobre unos pantalones negros de cuero es el autor de Vivitos y coleando. La mayoría de los que sí saben no resiste a la tentación de hacerle un comentario, como si se tratara, en rigor, de un viejo conocido. Es posible que lo sea o vaya a serlo: históricamente ha sido imposible irse de una función de Vivitos y coleando sin tararear alguna de sus canciones, sin prometerse un retorno. Las obras de Midón son al teatro infantil de los últimos veinte años lo que los temas de María Elena Walsh fueron para el mundo de las canciones infantiles a partir de la década del 60.
Vivitos y coleando se estrenó a fines de los 80, en la era de la hiperinflación y las inestabilidades institucionales derivadas de unas fuerzas armadas a las que la democracia les resultaba por momentos intolerable. En su versión original –¿cómo olvidar el talento de Roberto Catarineu, Andrea Tenuta y Carlos March?–, esta comedia musical para chicos era también un acto de resistencia. Desde la hermosa canción inicial que disparó un título que siempre hubo que explicar a los pequeños, la obra de Midón y el notable músico Carlos Gianni siempre pegó fuerte en los padres. Que entendían-entienden como parte de un contexto histórico sus apelaciones a la necesidad de estar juntos, a no pensar sólo en barrer la propia quinta, a ponerse los zapatos para caminar rumbo a lo que queda por hacer, a no creer que el único fin es el dinero, a saber distinguir entre el problema y el problemón. Los chicos, que cantaban y cantan esas mismas letras, acaso no entendían/entienden ciertos ojos brillantes, pero seguro estaban/están aprehendiendo estribillos imborrables. El éxito de la obra fue tal que hubo un Vivitos y coleando 2 y un Vivitos y coleando 3, mientras el programa que Midón conducía en ATC empezaba a ser recuerdo y en el canal se enseñoreaban otras estéticas, esas que apuntan a chicos ya domesticados por la propia televisión.
El retorno al auditorio de San Isidro de una adaptación de Vivitos y coleando no parece casual, en una Argentina en crisis como la actual. Es difícil pensar en una obra o creación artística, de cualquier género, cuyo contenido conserve tamaña vigencia. Lo que equivale a decir que muchas cosas deben estar hoy como estaban en 1989. Salvo que lo que entonces era esperanza general en un futuro más claro, ahora parece escepticismo colectivo sobre la posibilidad de que detrás de lo que ocurre se recorte un país mejor. Sin embargo... todo el mundo sale con ganas de cantar y agradecer. Por ejemplo, que todavía estén los payasos para hacer reír y pensar, para transformar la realidad en algo más que una fotografía gris,para cacerolear en escena con la alegría que miles y miles perdieron en la marcha hacia la adultez en un país que se llama Argentina –de argentum, plata–, pero en que el dinero brilla por su ausencia.
Los payasos de esta versión recortada son parejos y simpáticos, a la altura de la historia. El carisma de Alejandra Perlusky y la innata simpatía de Diego Odara apenas sobresalen en un elenco ajustado y exigido por el ámbito en que se desarrolla la acción. Los que vieron el original (conservado en casetes y compacts que se venden el hall, y en un film que hace algunos años Página/12 editó para el Día del Niño) extrañarán algunas canciones, como el rock “Mi padre no tiene corazón” o “El cepillo dental”. Pero ¿que no se achicó en la Argentina, de entonces a hoy, en que otra vez hay que comenzar desde menos 0?