ESPECTáCULOS
"El padre", una guerra a muerte entre los sexos y el matrimonio
La puesta de Diego Ruiz rescata un texto de August Strindberg que opera como muestrario de sus problemas en la temática sentimental.
Por Cecilia Hopkins
Ante la posibilidad de que el marido la separe de su hija, una mujer elabora un plan maestro: siembra en el esposo dudas acerca de su paternidad, para desequilibrarlo emocionalmente y de este modo ejercer la tutela sobre la adolescente. Planteada como una guerra a muerte entre los sexos en el campo del matrimonio, El padre fue escrita por el sueco August Strindberg en 1887, cuando a éste le faltaba poco para cumplir cuarenta años y ya llevaba a cuestas varios matrimonios frustrados. Se trata de una de las piezas de su período naturalista –es decir, anterior a su experimentación con los códigos del simbolismo y el expresionismo–, en la que ya están presentes algunas de las modificaciones que, a su entender, habrían de iniciar un teatro diferente.
Estos cambios fueron detallados por él un año después, en el prefacio a su obra La señorita Julia. Allí, Strindberg renegaba, entre otras cosas, del maquillaje estereotipado y de los parlamentos pensados tan sólo para arrancar el aplauso del espectador, y teorizaba acerca de la escenografía: "En el momento en que no se ve toda la habitación con sus muebles, se la puede imaginar", proponía. También planteaba que "en el teatro, una puerta imitada tiembla al menor choque y no puede servir, por ejemplo, para expresar la cólera de un padre de familia que, después de una mala cena, sale dando un portazo". Al mismo tiempo, imaginaba un cambio drástico en las dimensiones de las salas teatrales al uso y su iluminación, poco propicias para introducir las novedades que en materia óptica aportaban los pintores impresionistas: "Si pudiéramos obtener una oscuridad completa en la sala durante la representación, un escenario y una sala pequeña -aseguraba–, es posible que viéramos nacer un nuevo arte dramático".
Como inspirada paso a paso en este escrito de Strindberg, la puesta de El padre que se está ofreciendo en el Sportivo Teatral se destaca por su atmósfera íntima y la sencillez que devienen de su pequeño formato. Pablo Ruiz, el director (formado en los talleres de Ricardo Bartis e intérprete, incluso, de La última cinta magnética, de Samuel Beckett, con dirección de su maestro), logra condensar en poco menos de una hora lo esencial de la pieza de Strindberg sin dejar de serle fiel a su texto. El elenco -evidentemente, el criterio de elección de los actores se orientó según la noción tradicional del phsysique du rôle– se distingue por no incorporar en sus discursos gestuales o vocales esa afectación que suele contaminar los intentos de naturalismo.
La historia se desarrolla en dos ambientes contiguos, divididos por una gran puerta que la escenógrafa Marta Banach propone abierta de par en par frente a la pequeña platea. De esta manera queda expuesto de modo fragmentario el comedor donde la familia del capitán festeja el cumpleaños de la hija, poco antes de que la lucha entre los esposos muestre el peor de sus episodios. Las luces de Leandra Rodríguez colaboran con sus medios tonos, ocultando o subrayando perfiles, multiplicando sombras. La única nota discordante de esta puesta es el ritmo precipitado que plantea el desenlace.