Miércoles, 11 de enero de 2012 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Mela Bosch informa que con el sostén económico de la Dirección de la Biblioteca Nacional Argentina, un equipo de especialistas lleva adelante en forma colaborativa el proyecto Acervo digital anotado de Literatura Argentina.
Por Mela Bosch *
El Acervo digital anotado de Literatura Argentina, un proyecto colaborativo que se realiza con el apoyo de la Biblioteca Nacional, será una biblioteca digital de software libre con especial atención en los contenidos y el agregado de anotaciones de autores de época y contemporáneos, estudiosos e intelectuales que comentarán los textos uniendo nuestro presente y pasado. Además contará con una cronología exhaustiva y biografías para dar énfasis al enriquecimiento y cruzamiento de los textos fundantes de nuestra cultura nacional. Será accesible con una interfaz atractiva pero simple desde las pantallas de las netbooks del programa Conectar Igualdad, para los niños de las escuelas más distantes hasta las escuelas secundarias, universidades y casas de familia.
Es una palabra que no se escucha en el ámbito de las bibliotecas. Forma parte más de la terminología de los estudiosos, los docentes, los escritores; alude a algo intangible y a la vez compartido, como nuestra literatura. Justamente hablando de escritores, Julio Cortázar inventó un mundo con tres tipos de seres de los cuales todos tenemos un poco: los curiosos cronopios, las puntillosas famas y las ilusionadas esperanzas.
Con espíritu de famas veamos la definición de acervo en el Diccionario de la Real Academia: Del lat. Acervus: 1. m. Conjunto de bienes morales o culturales acumulados por tradición o herencia. 2. m. Haber que pertenece en común a varias personas, sean socios, coherederos, acreedores, etc. Los bibliotecarios utilizan el concreto término de biblioteca, que acumula, registra, analiza y ofrece libros que se referencian en catálogos para que sean identificados y accedidos por los lectores.
¿Pero cuál es el acervo en las bibliotecas? Habitualmente se habla del fondo bibliográfico. Los acervos o el acervo es un territorio que recorre transversalmente catálogos y fondos, inasible, inexpresable, escapa a los inventarios. Es así porque estamos en el espacio del contenido, hemos abierto el libro, no solo para catalogarlo, o clasificarlo, sino para entrar en él.
Así como el mundo analógico dispone los libros en bibliotecas y ostenta una valiosa tradición de análisis bibliográfico y servicio a los lectores, el mundo digital presenta un nuevo actor que es el reservorio. No es la trasposición de los anaqueles ordenados a los bytes, que es lo que proponen las bibliotecas digitales. El reservorio es el lugar de acumulación, el almacén, más cerca de la tienda de libros que de la biblioteca. Es la propuesta de Google books; se dirige a clientes y esperan que en el futuro sean justamente las bibliotecas digitales y todos nosotros esos clientes.
Los libros digitalizados llegan a los reservorios por muchos caminos, la espontaneidad y hasta piratería como en los de música y video, pero ahora también por acuerdos institucionales, editoriales y empresariales, muy discutidos por cierto, a través de los cuales las bibliotecas y los editores facilitan los libros a estos reservorios que acumularán en forma fiel y responsable y así evitarán duplicaciones de esfuerzos, etc., etc. Esto, en la visión optimista, mientras los escépticos se sienten vagamente expoliados pero sin saber por qué.
El porqué es que cuando se acumulan libros también se acumulan obras, que cuando hay bibliotecas no hay solo fondos, hay acervos. Por eso queremos ir más allá del reservorio y de la biblioteca, dar tangibilidad, al menos relativa, a los bienes comunes de nuestra cultura.
La discusión acerca de si cuando se acopian libros se acumulan obras, es decir, valor intelectual que va más allá de lo físico, fue planteada ya por la Federación Internacional de Asociaciones e Instituciones Bibliotecarias (IFLA) que propone un modelo denominado Functional Requirements for Bibliographic Records (FRBR) que es la versión digital de las normas de catalogación que utilizan las bibliotecas.
Este nuevo modelo parte de separar la obra de sus manifestaciones concretas. Así los ejemplares de un libro, sus ediciones, pero también las películas, ilustraciones, grabaciones, etc. del Martín Fierro remiten todos con una modalidad diferente al Martín Fierro: la obra. Hacen explícito algo que es evidente de manera intuitiva para nosotros los lectores, vulgares cronopios.
Es un gran avance, la catalogación tradicional partía del libro concreto que se tenía en la mano, las FRBR cambian el paradigma planteando que la catalogación no sea el producto de la descripción de un libro concreto, sino una práctica colaborativa en la cual las diferentes bibliotecas compartan la catalogación de las obras y se diferencien en los libros específicos de sus fondos.
Aparentemente todos ganan: el trabajo colaborativo potenciará el registro y descripción de los contenidos de los reservorios a través del trabajo de las bibliotecas, al mismo tiempo que las bibliotecas se nutrirán de las catalogaciones de otras bibliotecas, ¿pero es realmente así?
La realidad es que ningún texto, impreso o en computadora, existe fuera de su materialidad. Sin embargo, todos sabemos qué es una obra de un autor, aunque no sepamos qué libro concreto, qué dirección de Internet lo alberga. Entonces estamos en un dilema: Google nos venderá libros que son concretizaciones de obras de nuestro acervo cultural.
Podemos declararnos impotentes o intentar dar algo más, tangibilidad a lo intangible, sumar a nuestros libros aquello que los de Google books no pueden ofrecer, más allá de la enorme potencia del motor de búsqueda, más allá de las palabras de búsqueda libre, agregar un recorrido, una historia, biografías, imágenes, comentarios, ideas, discusión: un acervo.
Es el intento de este proyecto en marcha. Y volviendo a Cortázar, recuerdo algo que le escuché decir en una grabación, era más o menos así: “Es posible que no todos seamos cronopios, pero créame señor, que en las empresas los famas son los poderosos y las esperanzas, bibliotecarios”.
* Consultora lingüística. Docente de la Cátedra Tecnologías en Comunicación Social de la Facultad de Periodismo de la UNLP.
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