Miércoles, 19 de agosto de 2015 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
A propósito de la reciente instauración del Consorcio Noroeste de la Televisión Universitaria, Daniel Rosso sostiene que la iniciativa afrontará el desafío de construir nuevos lenguajes que articulen el entretenimiento con los saberes desarrollados en los claustros universitarios para que éstos no sean marginados de la esfera pública.
Por Daniel Rosso *
Hace unos días, los rectores y vicerrectores de siete universidades nacionales se reunieron en la sede de una de ellas, la Universidad de General Sarmiento, para conformar el Consorcio Noroeste de la Televisión Universitaria.
Carlos Rafael Ruta, rector de la Universidad de San Martín; Héctor Hugo Trinchero, rector de la Universidad de José C. Paz; María Cristina Serafini, vicerrectora de la Universidad de Luján; Manuel Gómez, vicerrector de la Universidad de Moreno; Víctor Nicoletti, vicerrector de la Universidad de La Matanza; Bruno Risolini, rector de la Universidad Tecnológica Nacional, Sección Pacheco, y Gabriela Diker, rectora de la Universidad de General Sarmiento, junto al presidente del Consejo Interuniversitario Nacional, Jorge Lozano, y al representante de las universidades ante la Afsca, Eduardo Rinesi, dejaron conformado el Consorcio Noroeste de la Televisión Universitaria, dando un nuevo paso en la aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Las áreas de producción audiovisual de estas siete universidades, que ya vienen realizando tareas conjuntas, profundizarán a partir de ahora su agenda en común.
Esta confluencia se produce en un momento clave del desarrollo de los lenguajes televisivos.
Por un lado, asistimos a procesos de hibridación entre lo periodístico y los recursos del monólogo humorístico, el stand up, las imitaciones y una amplia gama de prácticas burlescas, cuya expresión más sofisticada es Jorge Lanata. Esta hibridación rompe la anterior alianza entre el periodista -cuya tarea consistía en monopolizar la mirada a cámara, manteniendo el contacto y la identificación con las audiencias- y una serie de columnistas, a los que el primero consultaba, y que dotaban a los programas de saberes producidos en ámbitos especializados. De este modo, esta alianza entre lo específicamente periodístico televisivo –el contacto con las audiencias– y los saberes con los que el periodista dialogaba, constituía un aparato en vivo de búsqueda de la verdad. Este nuevo lenguaje hibridado, lejos de perseguir la búsqueda de la verdad en vivo, ordena una serie de datos en clave de impacto humorístico o de operación política que señalan lo absurdo o grotesco de las prácticas gubernamentales. Es decir: más que producir verdad, la búsqueda de este lenguaje consiste en estimular la risa y la burla. O el miedo y la indignación.
Por otro lado, asistimos a formatos de programas políticos, que han sido diseñado bajo la hegemonía de las prácticas del espectáculo, donde el conflicto y el vértigo de intervenciones encimadas, superpuestas y alteradas, desvinculan las frases de sus significados, produciendo vacío o sinsentido o un universo de contenidos destituidos, como si la palabra política fuera puesta en escena para no ser escuchada. Más precisamente: como si la palabra política no mereciera ser escuchada. La expresión más sofisticada de este lenguaje televisivo es el programa Intratables.
Estos nuevos lenguajes –junto a otros en desarrollo en la televisión comercial– producen dos efectos confluyentes: por un lado, dificultan la construcción de una esfera pública argumentativa en la búsqueda de una mayor calidad democrática; por el otro, cientos de voces del mundo académico –al que estos nuevos lenguajes periodísticos hibridados abandonan– quedan definitivamente fuera del espacio público o en sus márgenes.
En un libro legendario –La Realidad Satírica. 12 hipótesis sobre Página/12–, el actual director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, alertaba hace ya más de veinte años sobre “... un nuevo intelectual sin repercusión pública, encerrado en su gabinete florentino, sustituido por comunicadores sociales, vedettes del rock o artistas inteligentes de TV, ya definitivamente lejos de los modelos de un Sartre o un Voltaire”.
Bien: la fundación del Consorcio Noroeste –junto al Consorcio Sur ya establecido– tiene, entre muchas otras tareas del presente, construir lenguajes televisivos que articulen el entretenimiento con los saberes rigurosos desarrollados en los claustros universitarios, para que éstos no sean marginados de la esfera pública como ya sucede en los nuevos lenguajes emergentes.
Para ello, será necesario tener siempre presente que entretener quiere decir producir placer. Y que, entonces, habrá que buscar los lenguajes en los que confluyan contenidos argumentativos desarrollados en los claustros con formas que produzcan placer en el televidente.
En esa oscilación entre el saber y el placer se juega no sólo el éxito o fracaso de los nuevos actores comunicacionales sino también en qué manos quedará la mediación comunicacional en la esfera pública del futuro.
* Sociólogo y periodista.
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