Lunes, 10 de noviembre de 2008 | Hoy
MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS
Una reflexión sobre cómo en la lengua lo negro está manchado irremediablemente. La llegada al poder de Obama hace oportuno revisar por qué las hadas son blancas y las brujas se visten de negro. Y algunos apuntes sobre la profesión periodística, la responsabilidad de quienes trabajan en los medios y el necesario cuidado del lenguaje.
Por Sandra Russo
Hay un vallenato del colombiano Andrés Landera que se llama Cuando lo negro sea bello. Así se llama también un programa de radio en la 93.50. En él participo leyendo columnas que escribí en el 2001. En ese programa pasan una deliciosa música tropical; deliciosa y compleja. Es la cumbia original, antes de que pasara por las discográficas que le dejaron sólo su esqueleto rítmico.
El título de Landera es hermoso y pertinente. ¿Qué pasará cuando lo negro sea bello? ¿El mundo quedará patas arriba? ¿Qué haremos, cuando lo negro sea bello, con la enorme cantidad de connotaciones peyorativas, despreciativas y discriminatorias que nos proporciona el habla cotidiana para referirnos a lo negro?
En Estados Unidos deberían comenzar a considerarlo. En la lengua, inglesa o española, los negros son quienes tienen la piel del mismo color que todo lo que nos espanta. Cualquier inocente día de semana se asienta en la catástrofe o la tragedia cuando al martes o al viernes se le agrega el adjetivo “negro”. Las Bolsas de todo el mundo manejan perfectamente el código.
En el uso autóctono, la expresión “un negro” no necesita ser completada con ningún adjetivo, pese a que frecuentemente la gente que usa esos términos la completa con ganas. Pero además define al emisor. Hay un tajo profundo entre quienes se refieren a los pobres como “los negros” y quienes jamás lo harían. Pueden cortarse romances, amistades recientes y buenas vecindades entre alguien que se queja de “los negros” y alguien que escucha esa expresión y se resiente tanto que se vuelve marxista y peronista al mismo tiempo aunque sea por quince minutos.
Lo negro, como la izquierda, ha sido desplazado en la lengua hacia zonas oscuras y miserables. Mientras lo blanco connota pureza, lo negro trae la idea de suciedad. Mientras blanco es el vestido de las novias y negro es el vestido de las viudas, actuar por izquierda es hacer trampa, corromperse o implicarse en cualquier delito. Ir por derecha, en cambio, es ser frontal, tener coraje, tener paciencia, tener moral.
En el mundo en el que vivimos, lo negro ha sido marginado y sacrificado, porque lo negro es ajeno. La historia occidental está escrita por una mano blanca. Es comprensible el estallido de alegría que vivieron las minorías en Estados Unidos, ahora que un afroamericano es tan americano como un descendiente de ingleses. Pero las expectativas políticas deberían ajustarse a lo que cree Obama, a lo que plantea Obama, y no a su negritud. Colin Powell y Condoleeza Rice son dos ejemplos de negros que fueron aceptados en el poder cuando demostraron que podían olvidarse de quiénes eran.
Sin embargo, el hecho simbólico de un negro allá arriba de todo es una buena ocasión para revisar las costuras de nuestro lenguaje, que fueron hechas cuando lo negro estaba lejos de ser bello, lejos de acceder a decisiones importantes y todavía más lejos de poder dar su propia versión de las cosas.
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