PSICOLOGíA › ACERCA DE WITOLD GOMBROWICZ Y JULIO CORTAZAR
Ferdydurke, campeón de rayuela
Por Carlos Brück*
Todavía es necesaria alguna teoría sobre el seudónimo. Witold Gombrowicz –ese escritor polaco que llega un día a Argentina en una incierta misión cultural, semanas antes de que su Varsovia fuese invadida– tenía uno donde develaba que allí faltaba algo: algunas notas las firmaba como Jorge Alejandro, dejando suspendido lo que haría a un apellido. Había allí un espacio en blanco, quizá como el propio espacio del autor.
Respecto de Julio Cortázar podría establecerse una relación más elíptica con los seudónimos. Una vez, el director de una clínica psiquiátrica le envió unas cartas dictadas por una paciente que, además de presentar un cuadro delirante, sufría de una parálisis progresiva. Esta persona sostenía que Cortázar era un seudónimo o, más aún, un nombre falso, pero que ella igualmente estaba enamorada de él y que por eso mismo le escribía pidiéndole respuesta. Cortázar contestó con varias cartas, donde le preguntaba al director qué podía hacer por esa muchacha y le respondía a ella con delicadeza y ternura.
Articular en un solo término a Cortázar/Gombrowicz puede funcionar como un seudónimo; una condensación donde se articula una verdad que se cuenta como extrañeza y exilio. Tanto Cortázar como Gombrowicz son exiliados pero también viajeros. Julio Cortázar decidió irse de una Argentina que no le resultaba favorable. Witold Gombrowicz decidió quedarse en la Argentina porque regresar a Polonia no le resultaba favorable, poco después de la invasión nazi.
En la operación del destierro, se procedía al extrañamiento (así se llamaba) del sujeto. El poder colocaba en los bordes de un territorio a quien hasta entonces mantenía una relación familiar con una escena. La situación de extrañamiento, no formulada ya como un imperativo social, podría retomarse respecto de la posición de escritura de alguien ubicado como autor. No otra cosa sucede en un análisis con relación al hueco, la brecha entre la persona que se presenta a la consulta y aquello que, al hablar, le toma la voz ubicándolo como sujeto de inconsciente.
Proponemos: en esas brechas de lo familiar, entre la persona y el autor, entre el paisaje y la escena, se encuentra eso que retorna como lejano.
No es el paisaje de la geografía (cercano o distante) lo que produce ese efecto. Por ello Emilio Salgari, que nunca se alejó de su casa más que a una distancia de bicicleta, pudo narrar lo que pasaba en la Malasia. Aquí donde lo importante es la extrañeza y no la geografía, se ubica la novela Los Premios, de Cortázar. También allí hay un barco: un lugar para que transcurra la otra escena inquietante, aunque todo sea tan cerca de Buenos Aires y se vean las luces domésticas de Quilmes.
Pero, hablando de tierra y travesía, o sea de des/tierro, de un cambio de posición que va desde una persona a un autor, disponemos de una palabra clave: “rayuela”. Juego que consiste en partir de un lugar y concluir en otro: el cielo. En Rayuela, Cortázar cita Ferdydurke, de Gombrowicz, traducido al castellano en 1947. También allí procede a hacer extraña la geografía al priorizar la condición del significante: un bebé se llamará Rocamadour, como una región de Francia; una señora arbitraria tendrá el nombre de una zona, Herzegovina.
El escritor polaco no se quedó atrás al plantear la cuestión del yo como un permanente juego de desconocimiento y de imaginarios equívocos.
En la década de 1950, un asombrado Witold Gombrowicz se choca en Tandil con un grupo de jovencitos que lo había leído. Poco les interesaba que ese señor entre desolado e irreverente hubiera quedado anclado en la París de América o que trabajase en un banco polaco. Ellos le otorgaban la única filiación posible: ser el autor de un texto, pero más aún de un raro título. Witoldo –como lo llamaban esos jovencitos– hacía circular un texto titulado Ferdydurke de sí mismo, Gombrowicz de Polonia. ¿Cómo situar las coordenadas que hacen a este seudónimo Cortázar/Gombrowicz y a su verdad: el exilio y la extrañeza? Es posible que se entrelazasen en las líneas de esa rayuela. En lo más íntimo del ser. En la lengua materna, haciéndola trabajar, no en la superficie sino a pérdida. De manera que aparezca anudada en los juegos de palabras, deslizamientos, inflexiones y hasta en algunas reflexiones sobre la escritura, cuando la letra se hace materia de inciertos sentidos, de modelos para armar.
* Extracto de un texto presentado en el Encuentro Cortázar/Gombrowicz: Extrañeza y Exilio, que organizó la Fundación Proyecto al Sur.