PSICOLOGíA › ACTUALIDAD DE CONCEPTOS DE PICHON-RIVIERE, EN SU CENTENARIO

“Esa denuncia inconsciente y ciega”

La noción de que el “enfermo mental” es un “emergente” o “portavoz” de conflictos familiares silenciados integra el aporte perdurable de Enrique Pichon-Rivière, cuyo centenario del nacimiento se cumple este año.

 Por Ana P. de Quiroga

Este año se cumplen el centenario del nacimiento y treinta años del fallecimiento de Enrique PichonRivière, maestro del psicoanálisis y de la psicología social en la Argentina. Había nacido en Ginebra el 25 de junio de 1907, de una familia oriunda de Lyon, Francia. Falleció en Buenos Aires el 16 de julio de 1977.

Un hito en su pensamiento fue, a partir de su tarea en instituciones psiquiátricas, haber establecido relación entre el proceso del enfermarse y el acontecer del grupo familiar del paciente. Pichon-Rivière instaló una modalidad de abordaje que consistía en sesiones con el paciente y, también, reuniones con el grupo familiar, en general con la presencia del paciente. El trabajo con el grupo familiar permitía observar un interjuego de relaciones, las formas de presencia y ausencia de sus integrantes. Se hacían crecientemente manifiestos procesos de los que se podía inferir relaciones de causalidad, no lineal, sino dialéctica y compleja, entre el acontecer del mundo interno del paciente y las vicisitudes relacionales del grupo familiar.

Enrique Pichon-Rivière elaboró entonces la hipótesis de que el delirio, esa interpretación de la realidad, esa conducta que había llevado a la internación y, antes, a la patología, tenía entre sus condiciones de producción, que se daba en el interior de la trama familiar. Surge entonces su primera caracterización del paciente como emergente del grupo familiar: en el proceso del enfermarse, el paciente denuncia la situación imperante en el grupo familiar. Esa denuncia es inconsciente y ciega; habla de los montos de ansiedad en esa familia, de la conflictiva que no puede visualizarse ni resolverse, del destino de frustración de los integrantes.

El paciente, muchas veces, tiene ciertas percepciones ajustadas de lo que ocurre, aunque esto no pueda ser procesado por el sujeto en un aprendizaje, en una adaptación activa y transformante de la realidad. El padecimiento lo conduce a refugiarse en la estereotipia, la rigidización de sus mecanismos defensivos, la ruptura con una realidad que no se tolera.

Años más tarde, modificó la caracterización del paciente como emergente, y dirá que es la enfermedad lo que emerge, como quiebre de lo previo, como cualidad nueva, en una interacción patogénica. El paciente queda caracterizado como portavoz a partir del cual se muestra ese acontecer. Si bien Pichon-Rivière no lo tematizó específicamente, puede haber distintos portavoces, que expresarán diversos aspectos del acontecer familiar o grupal. Unos serán líderes de la depositación masiva, de movimientos de segregación; otros tienen una percepción más clara de la conflictiva y de que el lugar del paciente se relaciona con ella.

En un grupo familiar en crisis, ante la emergencia de una patología en alguno de sus integrantes, se evidencian trastornos significativos de la comunicación, en el orden del malentendido y el sobreentendido. Pichon-Rivière daba particular importancia a la existencia de los denominados secretos familiares. Los hechos tomados por el secreto o misterio familiar, más allá de su significación objetiva, pasan a ser algo peligroso, avergonzante o terrorífico. Y se instalan subgrupos: los conocedores del secreto, que tienden a instalar una zona de exclusión en torno de todo lo que pueda tener relación con lo oculto, y por otro lado los que intuyen o registran inconscientemente la presencia del secreto, y ese registro es motivo de perturbación.

Las conductas defensivas que suelen darse son alianzas, conspiraciones, negación, proyecciones masivas. Al instalarse esa proyección masiva se hace presente la situación del portavoz, quien, por su propia conflictiva, tiende a hacerse cargo de esa ansiedad, y enferma. “Por amor y de odio”, dice Pichon-Rivière, caracterizando la locura como “la expresión de nuestra incapacidad de tolerar cierto monto de sufrimiento”.

Cuando la patología estalla, puede darse, a partir de la proyección masiva –habitualmente liderada por un integrante, quizás el más frágil del grupo–, la construcción de un mecanismo de seguridad patológico que consiste en la depositación de los aspectos atemorizantes, dolorosos, negativos, que recorren a los integrantes del grupo, en el que asume el rol de portavoz; se configura un proceso de segregación, como fantaseado exorcismo de las ansiedades y padecimientos.

Según Pichon-Rivière, en el núcleo de esas ansiedades hay situaciones de duelo no elaboradas, referidas a pérdidas que ese grupo familiar experimentó y que no pudo reparar ni procesar, a veces en el curso de más de una generación. Los efectos patogénicos se incrementan en una interacción donde todos podrían definirse como víctimas y victimarios.

En la psiquiatría clásica, la familia era víctima del paciente: la familia sufría la desgracia y el paciente era considerado en cierto modo un verdugo, agresor, o, en el mejor de los casos, causante de tan profunda perturbación. Luego se dieron versiones inversas, pero quizás igualmente disociadas, en las que la familia victimiza al paciente. De hecho, en la complejidad de esa interrelación, el padecimiento los recorre a todos y a cada uno, y se desarrollan distintas modalidades de defensa.

Pero el grupo familiar puede ser también un instrumento terapéutico. En aquella estructura de relaciones puede darse una transformación radical en tanto los integrantes de ese grupo familiar, tomando conciencia de su conflictiva y su historia, movilicen roles y aspectos estereotipados, creciendo en comunicación, aprendizaje y sostén recíproco. En esta tarea, que no se da sin sufrimiento, los miembros del grupo familiar pueden trazar un camino hacia la salud. Pichon-Rivière decía que trabajaba en y con el grupo familiar para que éste se convirtiera en una empresa al servicio de la salud, recuperando su tarea, su continencia y su operatividad perdidas.

A partir de estas experiencias, Pichon-Riviére viró en su perspectiva del sujeto. Focalizó la interacción como proceso central en la constitución de la subjetividad, en sus dos planos: intersubjetividad e intrasubjetividad. Esto lo condujo a elaborar un concepto fundamental en la psicología social: el de vínculo, que marcó, en un momento, el pasaje del lugar teórico del psicoanálisis al de una psicología definida como social. La reubicación se da al modificarse –en la búsqueda de comprender al sujeto y su conducta– el objeto de conocimiento e investigación, que ya no estará centrada en la exploración del inconsciente: sin dejar de lado el interjuego entre procesos conscientes e inconscientes, pasa a primer plano la indagación del vínculo, como unidad básica de abordaje y comprensión del sujeto en una dialéctica permanente entre intersubjetividad e intrasubjetividad.

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