Jueves, 4 de septiembre de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Mariano Molina *
Era el año 1990 y en diversos lugares de la ciudad de Buenos Aires nacieron escuelas secundarias que tenían el eje puesto en la inclusión social y educativa de los jóvenes expulsados del sistema educativo tradicional.
Una de esas escuelas se ubicó frente a la Villa 20 del barrio de Villa Lugano. Allí fue a parar una docente que decidió, por convicción, trabajar en ese lugar. Fue directora desde su fundación y creó, junto con otros docentes, un proyecto educativo en condiciones muy adversas.
Esa persona se nos adelantó... y se despidió de todos nosotros los últimos días de agosto. Estaba enferma desde hacía un tiempo, pero siguió hasta el último día aconsejando sobre cuestiones educativas y dejando tareas. En imágenes fugaces de sus últimos años como docente pasan la lucha inclaudicable contra la impunidad por los asesinatos de dos alumnos de su escuela, Ezequiel Demonty y Camila Arjona, pero también tantos otros jamás cubiertos por los medios y tan cercanos a la vida cotidiana de estos barrios; la imagen de decenas de adolescentes y jóvenes emocionados junto a sus familias por haber logrado terminar el secundario o el comienzo de un proyecto inédito para la época: el programa de trabajo con alumnas madres de la ciudad, que nació en su escuela.
Cuando los chicos dejaban de ir al colegio, cruzaba la vía por el viejo puente y se internaba en la villa para saber por qué sus alumnos no estaban concurriendo a clase. Hablaba con las familias, con el cura, con quien fuera. Sentía en lo más profundo del corazón cualquier injusticia cometida contra un ser humano, pero mucho más si esa persona provenía de los sectores más humildes. Hablaba siempre de nuestros pibes, nuestros chicos. Esos seres que luchan día a día para sobrevivir, superarse y a los que todo les cuesta mucho más. Era peronista hasta los huesos y en los momentos difíciles le pedía una mano a Evita para no meter la pata.
Fue clave para dar la dignidad que se merecen a cientos de chicos y chicas de esos barrios, a los que nunca subestimó ni trató de pobrecitos, sino como lo que son, hombres y mujeres como todos, con miserias y virtudes, pero con derecho a vivir, a estudiar y a disfrutar de la vida.
Con algunas de sus alumnas peleó por un trabajo digno y les enseñó a ser docente y el compromiso que eso conlleva. Estaba convencida de que ser un trabajador de la educación era una responsabilidad social con los sectores más desprotegidos. No concebía otra forma de pensar la docencia.
Para los trabajadores de la educación, y sobre todo para quienes habitamos las escuelas medias de la zona sur y las EMEM “históricas” de la ciudad, Norma Colombatto fue un símbolo, un personaje que representaba lo que miles de docentes realizan día tras día.
* Docente.
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