Miércoles, 29 de abril de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › UNA MAESTRA PORTEñA CREó UNA ESCUELA PARA QUINCE CHICOS EN UN PARAJE DE MISIONES
Nuria Lantos fue en 2008 a San Isidro Labrador, a 40 kilómetros de Puerto Iguazú. Los 32 chicos que viven allí tienen la escuela más cercana a 6 kilómetros. Entonces decidió crear un espacio para ellos: un aula que por ahora funciona en la casa de un vecino.
A 40 kilómetros de Puerto Iguazú y a metros del río Paraná, que allí es frontera natural entre Argentina y Paraguay, el paraje de San Isidro Labrador es un claro escondido entre plantaciones de pinos gigantes. Las piernas son el único transporte con el que cuentan los integrantes de las 50 familias que pueblan esas tierras coloradas y la venta doméstica de cigarrillos y caña, el único comercio existente. En medio de esa realidad, hablada casi por completo en guaraní, una joven maestra recién recibida en la ciudad de Buenos Aires decidió ejercer su vocación y abrir la primera escuela del paraje. Por ahora, funciona en la casa de un vecino y aún no tiene nombre. “Estamos charlándolo con los chicos”, confió Nuria Lantos, en referencia a sus 15 alumnos. En los próximos días se agregarían cuatro más.
En una sola aula, sentados alrededor de una única mesa –nada de pupitres– esos 15 chicos y chicas, de entre 5 y 14 años, aprenden con la “profe Nuria”, una porteña de 22 años que decidió dejar la ciudad de Buenos Aires a pocos meses de concluir su formación terciaria y comenzar a construir su camino profesional en tierra misionera. Llegó a San Isidro Labrador a fines de 2008, sin siquiera imaginar que lograría lo que obtuvo. En esa entonces sólo se imaginaba trabajando en una escuela primaria de la zona. Pero la más cercana queda a seis kilómetros y Lantos no tardó en comprender que tan difícil como le resultaría a ella llegar hasta allí para dar clases se les hacía a los chicos para aprender. “No hay colectivos que recorran la distancia entre el paraje y el pueblo más cercano, Puerto Libertad. Había que construir una escuela”, destacó.
A ese detalle sumó los resultados del censo que realizó entre los vecinos. Sobre 17 viviendas, los datos obtenidos justificaron su proyecto. Al menos diez de los 32 niños que viven bajo esos techos de caña no asisten por motivos de distancia; el resto dijo que se cambiaría a una escuela más cercana; el 75 por ciento de los adultos no ha finalizado o siquiera asistido a la escuela primaria. Con esos resultados se acercó hasta la Municipalidad de Puerto Libertad, suponiendo que la cadena de trámites a nivel provincial sería interminable. “Se comprometieron a construir un aula, pero sin apuros”, agregó. En cuanto a su sueldo, sólo le propusieron hacerle un contrato como proveedora de servicios, de marzo a diciembre, como monotributista.
Mientras tanto, Lantos comenzó a enseñar, y al poco tiempo se sumó su compañero, “que cada vez está más enganchado”. Un sector de la casa de uno de los vecinos, “la que figura en el punto medio del paraje”, explicó la joven docente, se convirtió en aula. Tras una serie de refacciones menores, las clases comenzaron el 2 de marzo, como estaba estipulado en todo el país. Hace dos semanas se animó y presentó un proyecto de aula satélite al gobierno provincial. Aún no obtuvo respuesta.
Las puertas del aula se abren a las 13.30, pero profe y estudiantes comparten el día desde bastante antes. La docente narró que “el que vive más lejos empieza la recorrida y así nos vamos buscando por las casas, a lo largo de las dos horas de caminata hasta llegar a la escuela. Los que viven más cerca nos esperan allí”. Sin que medie el acartonado saludo entre el docente y el alumnado ni otro detalle característico del sistema de educación formal, no bien llegan, se sientan todos alrededor de una mesa grande. Al cabo de cada jornada, a las 17.30, y alrededor de la misma mesa, toman la merienda.
La idea de la mesa compartida por todos también devela las ganas de trabajar distinto. Decisión “consciente –puntualizó la docente–. Así se produce mejor el intercambio de roles. Es necesario que los chicos se ayuden entre sí y, además, en el intercambio permanente entre el que aprende y el que enseña, en realidad, todos aprenden”, destacó. Su método de enseñanza se asemeja más al de educación popular que a cualquier otro, aunque aclaró que no se sujeta a ninguna teoría. “Voy probando. Trato de usar las teorías en las que creo, pero no me ato a ellas porque siempre se quedan cortas.” Improvisa mucho, no por falta de planificación, sino para dar espacio a las propuestas de los chicos que siempre surgen y a lo que día a día le ofrece el contexto. Entonces, los preceptos del educador brasileño Paulo Freire asoman, cuando Lantos asegura: “Trato de laburar respetando el lugar donde estoy parada. Y aprendo mucho de eso”.
Lo que ocurrió y ocurre con la lengua guaraní es un ejemplo. Por ahora, el lenguaje es prácticamente todo lo que están trabajando. “El nivel es bastante parejo en todos. Todos hablan guaraní a la perfección –la mayoría son familias paraguayas–, pero casi ninguno maneja el castellano”, explicó. Su idea es mantener ese idioma, pero también introducirlos en el español y que ellos hagan lo propio con ella y el guaraní. Ahí, el intercambio se da “todo el tiempo”. Aunque en menor medida la matemática también llena los cuadernos, “como para que no se oxiden los que ya saben y para que los más chicos vayan haciéndose amigos de los números”, comentó.
Si bien los contenidos de otras áreas, como las ciencias naturales o las sociales, no tienen aún una presencia marcada en la currícula del proyecto, la joven docente busca mezclarlos permanentemente y usarlos en esta etapa. “En el aprendizaje del lenguaje utilizamos permanentemente cosas de otras áreas. A veces recorremos el monte y describimos el paisaje, por ejemplo. Hacemos juegos teatrales, les leo mucho, sobre todo para que vayan incorporando vocabulario.”
La “profe Nuria” vende panes los fines de semana, para generar recursos para vivir. incluso, a veces le alcanza para comprar algunos materiales para la escuela. Otros los obtuvo de donaciones de Buenos Aires, de donde llegaron bolsas de harina, algunos otros ingredientes, útiles y materiales. No obstante, le quedan ganas de más. El proyecto con los adultos todavía está en etapa de diseño. La idea es hacer un taller de lectura y escritura dos veces por semana. “De la charla con ellos surgió que no les importa el título sino aprender a leer y a escribir”, concluyó.
Informe: Ailín Bullentini.
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