Domingo, 22 de enero de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › HISTORIAS DE PUELCHES Y JESUITAS A VEINTE KILOMETROS DE MAR DEL PLATA
En tiempos de la colonia, lo que hoy es el parque público de Laguna de los Padres fue una reducción jesuítica.
Por Carlos Rodríguez
Desde Mar del Plata
Entre 1735 y 1752, la región en la que se encuentran la Laguna y la Sierra de los Padres fue parte del territorio bajo dominio del cacique Cangapol, llamado “El Bravo” por los invasores españoles. Perteneciente a la etnia de los puelches o “serranos”, Cangapol tuvo etapas de buena vecindad con algunos religiosos, pero nunca con “los españoles, de quienes hemos recibido muchos agravios en todos tiempos”. En virtud de la firma de un tratado de paz con Cangapol y su gente, el 13 de noviembre de 1746 los misioneros jesuitas Joseph Cardiel y Tomás Falkner, uno español y el otro inglés de ascendencia irlandesa, fundaron la reducción Nuestra Señora del Pilar, uno de los atractivos turísticos que tiene hoy la Laguna de los Padres, llamada al principio “de las Cabrillas” y rebautizada para rendir homenaje a los dos curas. La edificación original, que incluía una pequeña capilla, tuvo que ser abandonada en 1751 ante un nuevo enojo de Cangapol y dos siglos después, en 1949, fue hallada bajo tierra y reconstruida con los mismos materiales, luego de que Juan Domingo Perón expropiara las tierras de propiedad privada y las convirtiera en reserva pública.
El guardaparques Daniel Méndez resume en pocas palabras el recorrido que se ofrece al turista, a media hora de viaje desde la ciudad de Mar del Plata: “El circuito empieza en la laguna, que incluye la reserva jesuita y el Museo José Hernández, y luego sigue en Sierra de los Padres, con el minizoo, la gruta de los pañuelos, la hotelería y los restaurantes” (ver aparte). Méndez, como su misión lo indica, se centra en las maravillas de la laguna: “Tenemos más de 130 especies de aves, entre ellas el cisne negro, distintas especies de patos, gallaretas, macaes, garzas, colibríes, pájaros carpinteros y Martín pescadores, además de mamíferos como el carpincho, el roedor más grande del mundo, el coipo o falsa nutria, comadrejas, cuises y hasta gato montés”.
En la laguna se puede pescar durante casi todo el año –el único período de veda es entre el 1º de noviembre y el 1º de diciembre– y la presa favorita es el pejerrey. Los pescadores pueden tirar sus líneas en la orilla o internarse en botes a remo o en lanchas con motor eléctrico, únicamente. En la laguna “todos los animales están protegidos y no se puede cazar ni capturar presas, ni siquiera la cotorrita verde, que es plaga”. Mientras hace la aclaración, Méndez señala la existencia de jaulas y otros elementos destinados a la captura de pájaros que fueron secuestrados por los guardaparques, mientras tres jilgueros corretean despreocupados, a metros del lugar de la charla.
Méndez cuenta que a la laguna llegan golondrinas en noviembre y se van a fines de enero, y que ellos, los guardaparques, también intervienen en el cercano Atlántico, donde con frecuencia aparecen pingüinos empetrolados y víboras que llegan del Brasil. Las capturan y las entregan a las autoridades, que las destinan a algunos de los varios zoológicos que hay en la zona. Entre los pájaros locales, su preferida es la jacana, un tipo de gallareta multicolor que cuando abre las alas para emprender el vuelo “parece un arco iris”.
En la reconstruida Reducción del Pilar, la capilla permanece con una luz tenue que permite observar en detalle el pesebre “traído este año desde el Vaticano”, informa Mónica, que vende artesanías y recuerdos religiosos. Las construcciones actuales, realizadas bajo la dirección del arquitecto Guillermo Furlán respetando la idea original, son tres, además de la capilla. En una de ellas trabaja Mónica y en las otras dos se conservan objetos que pertenecieron a los curas Cardiel y Falkner. En el predio hay seis tumbas. Tres corresponden a los sacerdotes que le dan nombre a la zona y al religioso Matías Stroebel, que supo ser muy respetado por el bravo cacique Cangapol. Las otras tres cruces recuerdan a otros tantos jefes de los pueblos originarios de la zona: Chuyantuya, Marike y Taichoco. No hay nada que haga referencia a Cangapol.
En el epitafio colectivo se lee: “Y cuando ya mi tumba de todos olvidada no tenga cruz ni piedra que guarde su lugar, cuando en la tierra sienta el golpe de la azada, entonces mis cenizas, volviendo de la nada, saldrán de mi sepulcro los campos a alfombrar”. Es una estrofa del poema escrito en 1896 por el héroe nacional filipino José Rizal, poco antes de ser ejecutado por las autoridades coloniales españolas en su país, acusado de formar parte de la guerrilla que peleaba por la liberación nacional.
En la reserva llegaron a vivir cerca de 1200 puelches (“gente del este”), hasta que llegaron las huestes del general Julio Argentino Roca. En el siglo XIX proliferaron las estancias y en 1844, a los 9 años, tras la muerte de su madre, en la Laguna de los Padres se instaló con su padre José Hernández. Dicen que el autor del Martín Fierro “se hizo gaucho” en este lugar y aprendió a realizar las faenas rurales. En la actualidad, en el casco de la estancia en la que vivió, se encuentra el Museo Municipal José Hernández. La Laguna de los Padres, que nació antes que Mar del Plata, tuvo su puerto marítimo del mismo nombre y desde allí se enviaban productos agropecuarios a otras zonas del país.
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