Domingo, 5 de febrero de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › PáGINA/12 EN LA CELEBRACIóN RELIGIOSA AFRICANISTA EN LA COSTA DE QUILMES
Centenares de personas se reunieron el jueves para celebrar el Día de Iemanjá, reina de los mares y madre de los santos (orishás) de ese culto. Esta vez contó con presencia del Estado, como muestra de que “terminó la discriminación”.
Iemanjá aguarda en la ribera de Quilmes. Va y viene atravesando la tarde de nubarrones, de cantos, de danzas religiosas. Hipnotizadas por su ritmo, la siguen una decena de morochas talladas en las proas de pequeñas barcazas. Sus ojitos de acrílico negro están clavados en el horizonte, como ansiando entregarle las ofrendas que llevan encima a Ella, la reina de los mares. En tanto, los mortales ataviados de blanco bailan sobre las plantas de sus pies y dan tantas vueltas como el cuerpo permite. Y sólo cuando el momento apropiado llega, envían a la diosa sus barcas de regalos, deseos y promesas. El Día de Iemanjá, cada 2 de febrero, es una fiesta para los afrodescendientes y practicantes de religiones africanistas. Una multitud de portadores del legado milenario de la Africa negra participaron el jueves de la ceremonia y agradecieron el acompañamiento del municipio y de autoridades del Inadi. Para ellos, es “una muestra de que se terminaron los años de discriminación”.
La música despierta el interés de los primeros transeúntes. Centenares de seguidores han llegado a la ribera quilmeña desde temprano, desde distintos puntos de la provincia. Para muchos, el Día de Iemanjá es la fiesta más importante del calendario. La Reina de los Mares es la madre de todos los orishás, santos de la religión africanista, que proviene de la cultura yoruba, originaria de Nigeria. Es la protectora del hogar y la familia, de los barcos de los pescadores. De este lado del charco y después de años de sincretismo, la santa “es representada con la imagen de la Stella Maris, la Virgen María de la religión católica”, dice el pai Gustavo de Xangó. Los mascarones de las barquitas dan cuenta de eso.
El religioso sonríe mientras observa cómo cada quien cumple el rito a su forma. Las pulsaciones de un tambor guían los saltos de dos bailarines; más allá un cincuentón mira el agua en silencio, con un ramo de flores blancas en la mano. “Las religiones africanistas no tienen una escritura sagrada, como la Biblia. Nuestras creencias han pasado de boca en boca, aunque tenemos doctrinas y algunas escrituras. Hoy hay siete grandes corrientes y, luego, en cada casa las tradiciones varían. Somos cristianos, aunque a Cristo lo llamemos Oyalá. No nos olvidemos de que los esclavos negros de Africa tuvieron que adoptar el catolicismo y de ahí surge el sincretismo de esta religión.”
Quilmes no es un lugar escogido al azar para cumplir con el rito. Era uno de los lugares preferidos para el contrabando de esclavos de Africa, que traían consigo a sus santos. Sentado en el pasto, de cara al río, Alejandro de Ogún conversa con sus hermanos de fe. Llegó la noche anterior para guardar un lugar frente a la costa. Este año, no vino a hacerle un pedido a la santa. “Sólo a agradecer; y la mae sabrá recompensar. Este año le dejé mi pelo. Hace 20 años que no me lo cortaba. Por eso te digo. El Día de Iemanjá es muy personal. Cuando se entrega la barcaza le podemos dejar cartas con pedidos o hacerle una promesa. Hay que escribirle con respeto, pero con familiaridad. Porque Iemanjá es tu mamá, es la mamá de los santos que conducen nuestras cabezas. Por ejemplo, el mío, que es Ogún.”
Mae Alejandra de Iemanjá se para. Es la líder espiritual de esta hermandad de zona oeste y la encargada de definir la hora apropiada para hacer la ofrenda. Pone orden. Uno a uno, ubica a sus compañeros alrededor de la barcaza. Rodillas en el suelo, todos inclinan la cabeza cuando Horacio, el más joven, toma el tambor entre las piernas. Las manos vuelan sobre el parche y Mae Alejandra canta de cara al río. “Vos, Florencia”, indica. La joven rompe la ronda y se tiende sobre el suelo para batir cabeza a la orishá. En otras palabras, para saludar a la santa Iemanjá que rige en Mae Alejandra. La frente contra el piso es una expresión de respeto para con la santa.
“Ie/ Ie/ Ie/ Iemanjá/ a rainha das costas/ sereia do mar/ O qué bonito perfume Iemanjá” cantan Briant y Matías Cáceres, hermanos de religión y sangre, sentados en las gradas de la ribera. A lo lejos, se distingue el grupo de Isidro Casanova, que con el agua al cuello y las manos tomadas, se entregan a la diosa. La corriente ya se llevó su barcaza celeste. Y con ella, los collares, cartas, flores, sandías cortadas en forma de flor y una trenza con el cabello de Alejandro.
El verdadero baile se pone cruzando una cancha de volley, una ronda de religiosos que toman mate en sus reposeras y una feria de manteros con sus artesanías. Unas cuarenta personas se formaron en ronda. En el centro, dos mujeres y un joven con sendos sombreros de paja saltan sobre un pie. Giran descalzos al paso que ordenan los tambores, vuelan sobre sí mismos, como los chicos que dan vueltas para marearse. Sólo paran para besar el pico de una botella de cerveza o vino.
“¿Querés? Es vinada con shhhubito” ofrece al fotógrafo de este diario una mujer desde su indescifrable turbante azul. El vino con juguito tiene un rojo intenso, pero el reportero se le anima. A unos metros verá una pata de gallo en un charco de barro. La mujer se ríe y se va a bailar. Un chico la observa: “¡Ay! Re lindo, boludo. Si supiera los pasos, me sumaría”.
“La gente no sabe por qué, pero empieza a sonar el atabaque (tambor) y el cuerpo se mueve”, dice el presidente de la Agrupación Social Cultural y Religiosa Africanista y Umbandista (Asrau), Santiago Allegue de Ogún. “El africanismo es así. Es una religión de mucha cultura que hoy entre fieles y simpatizantes convoca a más de tres millones de personas en Argentina. Es una fe milenaria que fue muy perseguida. Pero hoy el acompañamiento del Estado demuestra que se terminaron los años de discriminación.”
Las primeras gotas caen. Los hijos de la reina de los mares toman la última barcaza, la más grande, que porta una estatua de la santa en tamaño humano. Baten cabezas a su orishá y comienzan a caminar por el río. Iemanjá los recibe en la ribera.
Informe: Rocío Magnani.
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