Viernes, 5 de diciembre de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › SUSANA CHIAROTTI BOERO, REPRESENTANTE DE ARGENTINA ANTE EL COMITE DE EXPERTAS DE LA OEA
La abogada rosarina describe las diferentes variantes que persisten como método de dominación de las mujeres por los hombres. Apunta a que el Estado debe mostrar que no tolerará la discriminación y el atropello y que cada agresión tendrá una respuesta clara.
Por Mariana Carbajal
“La violación es una herramienta política de disciplinamiento que el patriarcado utiliza desde sus orígenes para recordarle a la mujer que debe ocupar un rol de servidumbre y obediencia al hombre”, señaló la abogada Susana Chiarotti Boero, representante de Argentina ante el Comité de Expertas de la OEA que monitorean el cumplimiento por parte de los Estados de la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia hacia las mujeres, conocida como Belém do Pará. En una entrevista con Página/12 Chiarotti profundizó sobre la violencia sexual, una de las formas de la violencia machista, en un año en el que la sociedad se conmovió por varios casos de adolescentes que fueron abusadas y asesinadas, como la joven Melina Romero. Y advirtió que si al Gobierno “realmente le interesa prevenir estas conductas, tiene que contar con políticas de Estado, sostenibles y sustentables, que muestren que no se tolerará la discriminación y atropello a las ciudadanas; que cada agresión contará con una respuesta clara y contundente del sistema de justicia –y no con la impunidad o el festín mediático–; además de lanzar un plan federal de prevención de la violencia contra las mujeres, con capítulos provinciales, que tenga una partida presupuestaria importante, especialmente etiquetada para violencia contra las mujeres, niñas y adolescentes”.
Chiarotti se recibió de abogada en 1974, en Rosario, donde fundó en 1996 el Instituto de Género, Derecho y Desarrollo (Insgenar) que dirige actualmente. Tiene una larga trayectoria en la defensa de los derechos humanos. Integra, entre otros espacios Cladem, el Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres.
–Salieron a la luz en el último tiempo algunos casos de adolescentes violadas por otros adolescentes o jóvenes conocidos de boliches o del colegio. También en EE.UU. surgió como problemática visible la violación de estudiantes en campus universitarios por parte de otros estudiantes....
–No creo que estos hechos sean un fenómeno nuevo, sino que tienen ahora una visibilidad que era impensable años atrás. Recordemos la película La patota, donde Mirtha Legrand, joven docente, era violada por un grupo de jóvenes alumnos...
–¿Qué se pone en juego en la violación en banda y hacia una compañera?
–La violación es una herramienta política de disciplinamiento que el patriarcado utiliza desde sus orígenes. Sirve para recordarle a la mujer que debe ocupar un rol de servidumbre y obediencia al hombre; que debe limitar sus salidas y diversiones; permanecer en el hogar y no invadir la calle, el espacio público, que pertenece a los varones. No importa cuán modernos sean la ropa, el celular o los autos que tengan los jóvenes. En el fondo se arrastra algo atávico sobre la inferioridad de las mujeres. Los varones sienten que hay que recordarles a ellas todo el tiempo que no son iguales a los varones ni tienen los mismos derechos, especialmente, el de libertad de circulación, por cualquier lugar, a cualquier hora.
–Pareciera que a pesar de tantos años de luchas feministas, en las nuevas generaciones se sigue pensando que hay chicas que son para consumir y descartar... ¿Por qué piensa que esto ocurre?
–Pensemos que las luchas feministas fueron discontinuas. Luego de feroces derrotas, como por ejemplo la de las revolucionarias francesas como Olimpia de Gouges, los avances se detienen, se producen retrocesos y sólo se retoman décadas o centurias después. La última ola feminista lleva unos 40 años y los avances producidos en el tema de la violencia son impresionantes. Pero no alcanzan para deconstruir una cultura de 4 milenios o más de patriarcado que permeó cada aspecto de nuestras vidas. No creo que haya que desalentarse, sino pensar que estamos en un cambio cultural gigantesco, pero que es como una escalera con muchos peldaños y solo pudimos subir algunos.
–¿Cómo se debe trabajar desde el Estado para prevenir estas conductas?
–Si al Estado realmente le interesa prevenir estas conductas, tiene que contar con políticas de Estado, sostenibles y sustentables, que muestren que no se tolerará la discriminación y atropello a las ciudadanas; que cada agresión contará con una respuesta clara y contundente del sistema de justicia –y no con la impunidad o el festín mediático–. Además, lanzar un plan federal de prevención de la violencia contra las mujeres, con capítulos provinciales, que tenga una partida presupuestaria importante, especialmente etiquetada para violencia contra las mujeres, niñas y adolescentes. El compromiso político con este tema no se muestra con declaraciones sino con medidas concretas. Este plan debería incluir campañas permanentes con mensajes claros, cambios curriculares desde jardín de infantes hasta la universidad, programas de democracia familiar, de no tolerancia del acoso en los empleos y espacios públicos. También afrontar el reparto de las tareas de cuidado y estimular la participación de las mujeres en la toma de decisiones, desde el plano local hasta el nacional. Y luego, sistemas de estadísticas para poder medir la evolución de la situación y sistemas de evaluación de cada programa y política.
–¿Cómo analiza el problema de la violencia hacia las mujeres en estos momentos? Los casos de femicidios parecerían aumentar en la Argentina y algunos expresan un ensañamiento feroz. ¿A qué responde esta tendencia?
–El hecho de que un gran porcentaje de mujeres tenga ahora un relativo grado de autonomía económica, o esté informada sobre la violencia de género, les permite tomar decisiones autónomas y también cortar con una pareja con la que no se sienten a gusto. O sea, se permiten cortar una relación. Esa autonomía o esa posibilidad irrita a los varones que no han reconfigurado su rol frente a nuevos modelos de mujer. La reacción es feroz.
–Un centro integral de la mujer del municipio de La Plata ofrece un curso de defensa personal para mujeres víctimas de violencia. ¿Qué opina al respecto?
–Te voy a responder desde el estómago. A mí me cae bien que las mujeres sepamos defendernos y contemos con habilidades para ello. También creo que una mujer que puede y sabe defenderse está más empoderada que otra que no sabe o no puede. Eso no significa que crea que es la solución a la violencia de género. Esto último es complejo, multicausal y requiere un abordaje desde muchas áreas. No hablaría de debilidad de las mujeres, pero es una realidad que, en general, tenemos un 30 por ciento menos de fuerza física que los hombres y eso, muchas veces, puede ponernos en desventaja. Estas desventajas pueden suplirse con habilidades, como te enseñan en las artes marciales chinas. En fin, no es lo único ni todo lo necesario pero no está de más. Tampoco es nueva la iniciativa. En el año ’92 fui en Nueva Jersey a un taller que unas feministas norteamericanas hacían sobre defensa personal, donde enseñaban trucos para sobrellevar la debilidad física en casos de agresiones. Y ellas hacía varios años que estaban trabajando.
–¿Es posible pensar en una vida libre de violencia de género? ¿O es una utopía?
–Sí, es posible pensar una vida libre de violencia de género, pero para eso hay que disolver los nudos de poder centrales, que son políticos y requieren pensar también en otro Estado. Actualmente, tener a las mujeres dominadas de alguna manera y confinadas a roles tradicionales les permite al Estado y a los varones seguir contando con su trabajo gratuito, tanto para la reproducción humana como para la reproducción de la fuerza de trabajo. Sin la dedicación mayoritaria de millones de mujeres a las tareas de cuidado, de manera gratuita, sería impensable que la actual economía subsistiera. Por otro lado, la participación política de las mujeres, a pesar de los avances, nunca llegó a la paridad que habíamos pedido en la cumbre de Quito, hace 4 años. Habría que pensar en otro modelo de Estado. La violencia de género permite mantener a las mujeres ejerciendo ese rol. Si nosotras nos quedamos en medidas aisladas y no vemos que hay un nudo económico y otro político para deshacer, nunca abordaremos el centro del problema.
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