Viernes, 22 de mayo de 2015 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION > UNA MIRADA SOBRE LOS MEDIOS Y LA JUSTICIA
Las preguntas de Mirtha Legrand, la legitimación popular de la violencia contra las mujeres y los fallos judiciales que evidencian la complicidad del poder patriarcal con los agresores.
Por Mariana Carbajal
Los mitos que sostienen la violencia machista son múltiples: que los varones son violentos por naturaleza, que sólo la sufren las mujeres sumisas e ignorantes, que es cosa de pobres, que si se quedan en la relación es porque les gusta que las maltraten, que si no hay golpes no es violencia, que no hay que meterse en los problemas de la pareja... La lista sigue. Estas falsas creencias las escuchamos coladas en conversaciones coloquiales, en el almacén de la vuelta de casa, en la plaza, en la puerta del colegio de nuestros hijos, en el club. Pero también en programas de televisión y, peor aún, en fallos judiciales.
Otro de los mitos más comunes es aquel que sostiene que las víctimas son responsables de las violencias que reciben y se replica con frases como: “Ella lo provocó” o “algo hizo para que él la trate así”. Los mismos maltratadores suelen apelar, después de dar el cachetazo aleccionador a ese razonamiento falaz: “Mirá lo que me hiciste hacer” o “Mirá cómo me ponés”, revictimizando a la víctima. El “por algo será” remite al sentido común que pretendió instalar la última dictadura militar para justificar el terrorismo de Estado.
El domingo, Mirtha Legrand se encargó de sumar su voz para justificar la violencia machista, en un repudiable segmento de su programa de Canal 13, cuando le preguntó a la cantante Laura Miller, quien había sido invitada para hablar sobre una denuncia a su ex pareja por violencia de género. “¿Pero vos qué hacías para que te pegara?”, le largó sin filtro. Molesta, incómoda, Miller le replicó: ¿Cómo yo qué hacía?”. Y la diva insistió: “¿Hiciste algo anormal, algo malo?”. “No, lo que pasa es que nadie tiene el derecho de levantarte la mano”, aclaró Miller. Recién en ese momento, cuando se dio cuenta de que no iba a poder pisotear a “su” víctima, Legrand intentó torcer su rumbo, pero con poco éxito: “Está mal hecha mi pregunta, ¿qué motivaba que ese hombre tuviera que golpearte?”, pretendió corregir. Otra vez, aparece la idea de que puede haber causas, motivos, para que un hombre tenga derecho a sancionar con golpes a su pareja. Otros invitados buscaron salir en ayuda de la popular conductora, pero siguieron abonando a otros mitos. “Qué le disparaba a él, porque la verdad es un enfermo”, dijo el comediante conocido como Jey Mammón, sin advertir que los hombres que ejercen violencia contra su pareja o su ex pareja no son enfermos ni nacen violentos: “aprendieron” así a resolver sus conflictos en una relación supuestamente amorosa, muchos, tal vez, fueron testigos de violencia intrafamiliar en su infancia. Un porcentaje menor pueden ser psicópatas. “La pollera corta o el escote, porque viste que a algunos les pasa por ahí”, agregó en la mesa de Mirtha el periodista de espectáculos Daniel Gómez Rinaldi. Otra vez la búsqueda de responsabilidad en las conductas de la víctima por las agresiones que pudiera recibir.
Las justificaciones de la violencia machista no son nuevas en la tele. Están arraigadas como todavía lo están en la sociedad. Pero en la pantalla se legitiman. Unos años atrás, hubo otra escena emblemática, que protagonizó Susana Giménez, al entrevistar a Victoria Vanucci. Fue en 2011. La conductora de Telefe, primero, preparó el terreno: “Yo no lo conozco, pero lo veo por la tele... todo amoroso...”, le empezó a decir a su invitada, en relación con su ex pareja, Cristian “el Ogro” Fabbiani. Y finalmente, con su voz cándida, una simulada timidez y astucia, Susana le largó la pregunta que tanto quería pronunciar: “¿Vos le hiciste algo para que te pegue?”. A Vanucci –que un año antes había acusado al futbolista de malos tratos y denunciado judicialmente por amenazas– se la vio desconcertada, también incómoda, como a Miller. Susana había pasado (otro) límite: ella, que también supo ser víctima de violencia machista, a manos del ex boxeador Carlos Monzón, quien terminaría asesinando a otra de sus parejas, Alicia Muñiz, en 1988.
Por dar algún ejemplo más, se puede recordar que antes que Susana Giménez, en 2008, la revista Hombre, de la editorial Perfil, publicaba el famoso Test Tyson, llamado así en alusión al famoso boxeador, que fuera condenado por violación de una chica. La revista invitaba a sus lectores a responder un cuestionario para que pudieran definir qué tipo de golpeador eran. Lisa y llanamente, el Test Tyson era una apología de la violencia contra la pareja. “¿Madura el KO?”, provocaba desde el título y a continuación advertía: “Si ves a una mina golpeada y pensás ‘algo habrá hecho’, esto es para vos”. El texto rompía con todas las reglas de los consensos tácitos sobre lo que se puede escribir o los chistes que se pueden hacer en un medio de comunicación. La primera de las preguntas decía así: ¿Qué excusa usás para golpear a tu mujer? Las opciones eran: a) Los fideos estaban fríos; b) Te miró “con esa cara”; c) Tuviste un mal día de trabajo; d) No hace falta una excusa. Todo es textual, no hay exageración. La segunda pregunta se refería a “los métodos” de golpiza: a) Un puño envuelto en un repasador no deja marcas. b) El famoso cachetazo de proxeneta; con la cara externa de la mano derecha yendo en sentido diagonal de abajo hacia arriba y de izquierda a derecha. c) Tirás el plato (el de los fideos fríos, por ejemplo) al suelo y cuando se agacha a limpiar el enchastre la aleccionás con un puntapié en las costillas. d) Te gusta improvisar. El “Test Tyson” decía eso y mucho más. Por ejemplo, la sexta pregunta era: ¿Cada cuánto la aleccionás? Y la séptima se ocupaba de la duración de la “sesión adoctrinante” y entre las respuestas posibles figuraban “le das hasta que quede morado” o “aflojás cuando se te acalambra la mano”.
Pasaron siete años del Test Tyson y Mirtha Legrand cae en la misma trampa. ¿Cae? ¿O se mete sola porque realmente cree que es así, que hay mujeres que se merecen el golpe, el maltrato, la humillación o la descalificación, porque “algo habrán hecho”? Lamentablemente hay más voces que replican ese tipo de mensajes en los medios, tal vez de forma menos obscena pero no por eso menos dañina. También en la Justicia. Justamente, lo más grave del reciente pronunciamiento de los jueces de la Cámara de Casación Penal bonaerense, Horacio Piombo y Benjamín Sal Llargués, es que están convencidos de que es menos grave que un niño ya violado sea otra vez violado (aunque, incluso, ni siquiera se probó que realmente hubiera sido sometido a abusos sexuales previamente, aunque, claro, nada cambia). Hace tiempo que venimos leyendo sus fallos escandalosos. En 2007 redujeron la pena impuesta a un hombre que había matado a martillazos y cuchillazos a su esposa, al evaluar, entre otras cosas, la actitud “casi provocativa” de la víctima. Piombo fundamentó la resolución a la que adhirió Sal Llargués, mientras que Carlos Natiello votó en disidencia.
En 2013, la Suprema Corte bonaerense anuló por arbitrario y por fundarse en prejuicios discriminatorios otro fallo de los mismos magistrados que liberó a un pastor de un culto no reconocido que había abusado sexualmente de dos niñas de 14 y 16 años de familias pobres, y las dejó embarazadas, con el argumento de que el delito de corrupción de menores no se configuraba en ese caso al tratarse de “mujeres que viven en comunidades en las que el nivel social acepta relaciones a edades muy bajas” y que “además poseían experiencia sexual”. Por ese fallo –del cual informó oportunamente este diario–, Piombo y Sal Llargués enfrentan un juicio político “por mal desempeño de sus funciones”, que acaba de abrir la Corte provincial. Como señala un comunicado de la Asociación Católicas por el Derecho a Decidir, sus fallos componen “un mensaje que juzga moralmente a las víctimas y convalida el comportamiento de violadores, femicidas y abusadores”.
Cada vez que la labor jurisdiccional corre la mirada de las acciones reprochables de los violadores o femicidas y pone en tela de juicio a la víctima –de un delito sexual o de la violencia machista–, “se vuelve crudamente evidente la complicidad del poder patriarcal con los agresores y transparenta la misoginia que aún vive en ciertos sectores conservadores de la sociedad proyectada al interior de los Poderes del Estado”, dice CDD. Y –agrego– que peligrosamente puede ser amplificada a través de los medios de comunicación, con voces legitimadas popularmente.
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