Domingo, 25 de septiembre de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › EL PAROISSIEN, HOSPITAL AMIGABLE
Por Soledad Vallejos
“Hay que borrar las marcas que la discriminación institucional ha dejado en el imaginario travesti”, explica la activista Diana Sacayán. Porque la memoria de algunas escenas no se pierde fácilmente, al principio “las compañeras” escuchan a regañadientes cuando las promotoras les cuentan sobre el consultorio que el Hospital Paroissien, de La Matanza, abre los miércoles y viernes (entre 11.30 y 14.30, y de 13 a 15, respectivamente). Dicen “para qué, no, si siempre es la misma situación: vas y se cagan de la risa. Total...”.
La resistencia puede ser tenaz (“a mí me ha pasado que he llegado a promocionar hasta tres veces a una misma persona”), pero después de la segunda, la tercera visita, algo cambia. Algún click logra que escuchen, que se permitan “entender que está disponible este servicio, que no tienen que sacar turno para hacerse el testeo de VIH, que pueden ir en un horario cómodo, que hay un circuito para las interconsultas y los turnos, que tienen servicio de odontología... Cuando vos trabajás hasta tarde y, en lugar de ir a las cinco de la mañana a sacar turno para arreglarte la muela, podés ir a la una del mediodía, con una compañera que te gestionó dos días antes el turno, es una diferencia enorme”.
De otro modo, ir a la consulta médica puede volverse arduo y emocionalmente agotador. Porque “lo que para cualquier persona significa un trámite común, como ir a sacarse una muela, a nosotras nos significa pasar por situaciones hostiles, discriminatorias, que terminan volviéndose una práctica expulsiva”.
Porque había que convencer a sus compañeras de que algo podía cambiar, Sacayán y las promotoras del proyecto (“en realidad, tres chicas trans y un chico gay”) insistían, visitaban las casas, ciertas zonas del barrio, algunas esquinas, varias veces. En esa insistencia, en el ir y venir para que la confianza que puede despertar una persona conocida o afín, la promotora, se traslade a una institución habitualmente poco receptiva, se entreabrió la puerta de la posibilidad. Pero del otro lado debía, también, haber algo diferente a lo que “las compañeras” de Sacayán estaban acostumbradas a encontrar.
El Hospital Paroissien y las activistas del Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación (MAL) arrastraban una historia de desencuentros y acusaciones de maltrato a chicas trans: seis denuncias en los últimos tres años. Pero ellas leían esos episodios en clave de desconocimiento. “Era importante que ellos, los médicos, conocieran nuestra realidad. No sólo que pudiéramos plantearla, sino que se dieran cuenta de que lo que decimos realmente ocurría”, explica Sacayán. Al comenzar el proyecto, “decían ‘no discriminamos’”, pero a medida que podían mostrarse ejemplos “empezaron a descubrir que había un mecanismo de discriminación institucional; y por eso las personas que son parte de la institución también caían en la práctica discriminatoria”.
Sin maltratos verbales, insultos explícitos o frases hirientes, ¿qué hilacha muestra el prejuicio? “Bueno, por empezar, el hecho de presuponer que una persona, por ser travesti, sólo puede querer ir a atenderse por asuntos relacionados con el HIV. O dejar a la compañera en la guardia y que vayan desfilando desde el enfermero hasta el último médico para verla.”
En los tres meses que lleva de atención, 50 chicas pasaron por el consultorio amigable de La Matanza. Casi todas volvieron para buscar resultados, iniciar tratamientos, animarse a algo tan fundamental como un chequeo anual. Allí las esperan la psicóloga, el infectólogo, la infectóloga, el dentista y la extraccionista.
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