Domingo, 29 de enero de 2012 | Hoy
ENTREVISTA A MARIANA MELGAREJO, COORDINADORA DEL EQUIPO DE INVESTIGACIóN SOBRE LA AUH
Por Tomás Lukin
“La plata de la asignación no se va en el paco y el juego, sino que se gasta en comida, productos de limpieza e higiene personal, remedios y útiles escolares. Discutimos científicamente los prejuicios existentes sobre la Asignación Universal por Hijo”, explicó a Cash la antropóloga Mariana Melgarejo. La coordinadora del equipo multidisciplinario que llevó adelante un extenso y riguroso estudio sobre los alcances cualitativos y cuantitativos de la AUH, financiado por el Ministerio de Salud, señaló que la extendida mitología sobre los planes sociales alcanza a los propios beneficiarios y muchos de los actores estatales encargados de implementar la medida como docentes y médicos. Luego de un año de investigación, la antropóloga, que forma parte del colectivo de investigadores populares, advirtió que “muchas veces las políticas del Estado están más adelante de los actores públicos que tienen que implementarlas”.
¿Cuál es el resultado más relevante del proyecto?
–La investigación nos permitió empezar a producir un discurso que discuta científicamente los prejuicios existentes sobre la AUH. Tener estos datos nos permite mostrar que la plata de la asignación no se va en el paco y el juego, como afirmó el senador radical Ernesto Sanz. Los beneficiarios compran leche, carne y artículos de higiene personal, mejoran la calidad de los alimentos que consumen y pueden planificar el consumo. La asignación universal es un derecho, no es algo asociado a los hijos de la pobreza, nadie se va a embarazar para cobrar 270 pesos por mes. Necesitamos desandar ese discurso. Hay mucho prejuicio sobre en qué gastan los pobres cuando se les da dinero, pero no es así. Nos cuentan que ya no tienen que comprar la bolsa con el fideo que se pasa y se pegotea, ahora pueden acceder a una mejora de calidad que antes estaba vedada. En esa elección se prioriza lo social y lo simbólico. Eligen mejorar la calidad de lo que comen, lo que viste, eligen festejar.
Durante la investigación encontraron que los mismos beneficiarios reproducen esos prejuicios sobre los planes sociales y algunos conciben la asignación como una medida meramente asistencialista.
–Sí, lamentablemente se reproducen los prejuicios entre los beneficiarios. Las mamás que consultamos hacen el mejor gasto posible pero siempre tienen una amiga o conocen una vecina que “gasta mal” y piensan que muchos no deberían cobrar la asignación. Pero más significativo es que no ven la AUH como un derecho, como la extensión del sistema de asignaciones familiares, que también perciben los trabajadores formales, sino como una medida asistencialista que pueden llegar a perder. En las entrevistas se repetía la frase “mientras llegue la plata”. Ven la AUH como una política parecida a los planes sociales y no como un derecho vinculado a los hijos. Va a tomar mucho tiempo cambiar esa concepción, nosotros consideramos que todavía hay limitaciones en la política de comunicación del Estado. Para lograr que la gente se despegue de las políticas sociales de los ‘90 es necesaria una resignificación de la ciudadanía.
¿Cómo respondió el sistema de salud a las nuevas demandas que generó la AUH por sus condicionalidades vinculadas a la vacunación de los hijos y la inscripción en el Plan Nacer?
–El sistema de salud está colapsado para la demanda que genera esta política pública. Pero son problemas “buenos”, porque para que las familias demanden servicios del Estado como salud y educación el horizonte de planificación tiene que pasar de la comida de la noche. Antes, según relatan las madres y el personal de las salitas, poco podían hacer esos establecimientos para tratar a los chicos por las condiciones en las que llegaban. Ahora, las madres se quejan porque tienen que esperar para ser atendidas, hay barrios donde los pediatras van solamente una vez por semana. También existen muchas quejas por la escasez de vacantes en el nivel inicial.
¿Los prejuicios sobre los beneficiarios de la AUH alcanzan a los docentes y médicos?
–A veces las políticas del Estado están más adelante que los actores que tienen que implementarlas. Hay sectores de la salud y la educación que todavía tienen prejuicios y poca confianza. Es necesario lograr un encuentro entre el discurso hegemónico de algunos médicos y escuelas y las demandas que genera la AUH.
¿Cómo perciben los niños la existencia de la AUH?
–Si bien todavía no se concibe como un derecho, madres y niños identifican que el dinero ingresa por los chicos. Los niños beneficiarios de la AUH no son diferentes al resto de los consumidores. Ahora tienen la posibilidad de elegir y por eso piden marcas que conocen por la televisión, piden postrecitos, zapatillas o celulares como cualquiera. Muchas madres establecen el vínculo desde ahí: “Esperá que cobre la AUH y lo compramos”, “cobro tu plata y te lo compro”, les dicen. Allí entra a jugar otro prejuicio, no se trata de pobres que consiguen dos mangos y se lo gastan en zapatillas. Sino que cuando poseen un ingreso fijo pueden planificar el consumo, seleccionar, elegir y posdatar. Desde que se creó la AUH los comercios del barrio volvieron a abrir las libretitas, los comerciantes permiten que los beneficiarios de la asignación les deban y paguen a fin de mes. La gente no lo identifica como tal, pero eso es crédito y consumo planificado. Ese vínculo se sustenta en lazos sociales de supervivencia, hacer algo que conspire contra esos lazos sociales es muy improbable.
¿Las familias dejan de buscar trabajo para seguir percibiendo el beneficio?
–Nos encontramos con otras formas de familia que funcionan habitualmente pero que uno no está acostumbrado a ver: muchas mamás solas jefas de hogar, padres que se borraron o aparecen a veces, mujeres asociadas que viven con la madre, la abuela o la hermana. A lo largo de las entrevistas que realizamos en distintos barrios de Laferrère, Morón, La Matanza o Tigre no nos cruzamos con una sola mujer que no nos dijera que “lo mejor sería estar trabajando”, o que querían buscar trabajo fijo cuando el pibe crezca. Una sola, una abuela que tenía a cargo a sus nietos no quería salir a trabajar. El Estado debe buscar cómo articular la posibilidad de que estas mamás se inserten en un trabajo formal contemplando su situación porque si no están condenadas a trabajar informalmente en el espacio de tiempo que pueden dejar a los niños y la reproducción doméstica cotidiana
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