Viernes, 19 de diciembre de 2008 | Hoy
TEATRO › CLAUDIO MARTINEZ BEL, ANTE SU DEBUT COMO DIRECTOR
El actor estrena hoy en el Cervantes El enfermo imaginario, de Molière. Señala que su puesta busca disparar el humor “no a través de la ocurrencia, sino en consonancia con la idea general de la obra”.
Por Cecilia Hopkins
En el marco del encuentro Teatro del País –evento coordinado por el Teatro Nacional Cervantes–, una nueva obra de Molière llega a la cartelera porteña. Esta vez no se trata ni de El misántropo ni de Las mujeres sabias (textos estrenados este año por Berta Goldenberg y Willy Landin, respectivamente) sino de El enfermo imaginario, en una producción de la Comedia de la Universidad del Litoral de Santa Fe, pero con dirección de Claudio Martínez Bel, intérprete y docente especializado en clown y comicidad. Hoy viernes 19 y mañana podrá verse en la sala María Guerrero el resultado de la primer experiencia como director de este actor que suele trabajar junto a Enrique Federman, a veces como compañero de elenco (así fue en Cosas de payasos) o bajo su dirección, como en Perras y No me dejes así, todos éstos espectáculos que, por otra parte, continúan su andadura a pesar de haber sido estrenados hace varias temporadas. La puesta de El enfermo... le demandó a Martínez Bel ocho meses de idas y vueltas a la ciudad de Santa Fe, donde se concretó el estreno un año atrás, en la flamante sala de la UNL. Ya fogueada convenientemente (la obra también fue vista en Rosario, Rafaela y Córdoba), la puesta ganó en la Fiesta de su región el derecho a participar de la próxima Fiesta Nacional del Teatro, a celebrarse en Resistencia, Chaco.
Como en otras comedias del dramaturgo más conocido por su apodo que por su nombre real –Jean-Baptiste Poquelin–, también El enfermo... desarrolla una fuerte crítica a las costumbres de la época en la cual fue escrita. Estrenada en 1673 con el formato de una “obra-ballet” en tres actos, Molière vuelve a discurrir sobre las relaciones por conveniencia y las debilidades humanas. Esta vez desde el personaje de Argán, un hipocondríaco que no sabe vivir sin rodearse de una corte de facultativos que velen por su salud, personaje que, además, pretende forzar a su hija a concretar un casamiento que él juzga conveniente, ya que el postulante es médico, al igual que su padre. Fue ésta la última comedia escrita e interpretada por Molière en el rol protagónico, ya que, según cuenta la tradición, el dramaturgo debió interrumpir la cuarta representación, y falleció días después. En esta versión, la escenografía de Mario Pascullo y el vestuario de Verónica Bucci tomaron distancia de la época original y crearon volúmenes abstractos y contemporáneos, en tanto que la música original de Mariano Cossa le brinda a cada personaje un leitmotiv que lo presenta y diferencia.
“Sabía que quería hacer un clásico, porque como era mi primera experiencia como director, necesitaba contar con una estructura perfecta”, afirma Martínez Bel en la entrevista con Página/12, consciente, además, de que no tendría tiempo para gestar una creación colectiva o una obra escrita por él mismo. “Por eso recurrí a Molière, un autor que me parece un desafío, además de tener poder de convocatoria para mucha gente, porque es muy conocido”, bromea. Para singularizar su puesta, el director pensó en agrandar a ojos vista los males imaginarios que aquejan al protagonista. Así “las bacterias que pululan en el aire fueron corporizados en bichos extraños con máscaras, lo cual le dio una rareza inquietante a la obra”.
Escrita por él mismo, la adaptación se ciñó a la necesidad de “hacer la obra comprensible y actual, por lo que quité los intermedios musicales que no me interesaban y le cambié el final, para darle un cierre romántico que, según me parecía, era el más indicado”, describe Martínez Bel. El ritmo fue otro de los objetivos principales a conseguir por el director, convencido de la eficacia de la dinámica propia de la comedia de enredos. Los elementos humorísticos, por otro lado, merecieron un tratamiento decisivo: “Creo que hay una tendencia a trabajar el humor a partir de la ocurrencia, que no siempre es válida”, puntualiza. “Por eso mismo traté de que nunca aparezca el humor por fuera, sino siempre en consonancia con la idea general de la obra.”
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