Martes, 3 de marzo de 2009 | Hoy
TEATRO › EL DIRECTOR MARCELO MININNO Y LA OBRA LOTE 77
El realizador focaliza en el devenir de una identidad masculina desde la infancia a la madurez. “Mi idea fue mostrar al varón en su esencia, más allá de lo que a cada uno le pasó en la vida y de las elecciones que haya hecho.”
Por Cecilia Hopkins
Escrita y dirigida por Marcelo Mininno, Lote 77 analiza los pormenores de lo que usualmente se llama “hacerse hombre”. Aunque el autor prefiere marcar bien las diferencias en función de que el hombre nace y el varón se hace. Así, Mininno precisa que el género no es otra cosa que una construcción, es decir, un proceso social que comienza en la primera infancia y que continúa, bajo la guía de otro hombre, para conquistar un título que también hay que saber merecer.
Obra seleccionada para representar a la Ciudad de Buenos Aires en la XXIV Fiesta Nacional del Teatro en Resistencia, Chaco, Lote 77 realiza un singular inventario de los atributos masculinos y los mandatos que suelen acompañarlos. A la vez, Mininno encuentra el modo de señalar las fisuras por donde hace agua el modelo, a fuerza de miedos, indecisiones y debilidades. Un año le llevó la escritura de ésta su primera obra, lo cual sólo fue posible, según él mismo aclara en diálogo con Página/12, a partir del trabajo junto a sus tres intérpretes, Andrés D’Adamo, Rodríguez González Garrillo y Lautaro Delgado. Encerrados en un laberinto de corrales recreado con elementos traídos del campo (Minnino nació y se crió en Salto, en el campo familiar, y fue su padre quien le ayudó a dar forma al espacio que armó en el Teatro del Abasto, de Humahuaca al 3500), los actores arman una estructura narrativa que reclama un espectador atento y sensible.
De adolescente, Mininno comenzó a estudiar teatro con el actor y director Daniel Di Coco, hasta que decidió mudarse a Buenos Aires, no sólo para intensificar su experiencia teatral, sino también para estudiar Ciencias Sociales. Pero el cambio de domicilio no fue un obstáculo para volver a Salto. De hecho, nunca dejó de colaborar en las labores de la hacienda junto a su padre, cada vez que sus tiempos lo permitieron. “No dejé de ser un hombre de campo –admite el actor y ahora autor y director–, porque el estar haciendo teatro no me transformó en un hombre de ciudad. Uno no se define según la geografía, sino a partir de las actividades que desarrolla.” Entre los montajes que realizó como actor figuran Living, último paisaje, de Ciro Zorzoli; Israfel y La zarza ardiente, bajo la dirección de Raúl Brambilla, y la recientemente reestrenada Chúmbale, de Oscar Viale, con dirección de Santiago Doria, las tres en el teatro Cervantes. Por otra parte, hacia mitad de año se lo verá en cine, en Fantasmas en la noche, de Santiago Carlos Oves, y La vieja de atrás, de Pablo Mesa.
No obstante la inmejorable repercusión de su ópera prima, Mininno no siente que haya comenzado una carrera como dramaturgo: “Ahora no me planteo escribir otra obra porque siento que por el momento no tengo qué decir”, resume. Al parecer, lo mismo le ocurre con el rol de director. Un año antes del estreno reunió a quienes serían sus actores y les mostró un video en el que acompañaba a su padre en el acto de castrar a un ternero. En principio, los actores no comprendían que, desde la intuición de Mininno, la obra iría conformándose si tomaban como punto de partida a todas las labores focalizadas en la cría del ternero. Se preguntaba; ¿qué aspectos de la cría determinan que un animal sea seleccionado para ser un toro reproductor o para ser un novillo apto para ser faenado? “La idea básica fue la de realizar un paralelismo entre la cría de los animales y la construcción de un varón”, explica a la vez que advierte: “La obra no es sencilla, pero atrapa cuando se entra en el código de interpretación”.
–¿Buscó tres personajes prototípicos?
–En Lote... está el hombre ganador, de clase alta, el que se siente perdedor, hijo de un albañil, y un hombre común, que ha vivido el exilio de su padre. Pero los tres no dejan de ser uno, porque mi idea fue mostrar al varón en su esencia, más allá de lo que a cada uno le pasó en la vida, de las elecciones que haya hecho. Hay mucho teatro que toma a la mujer como tema y en Lote 77 nos preguntamos acerca de nuestra esencia.
–¿Cuál es la esencia que define a un varón?
–Si lo tuviese claro no hubiese hecho la obra (risas). Yo traté de plantear preguntas que los hombres nos hacemos, que siempre tienen que ver con un contexto social. Para ser padre, ¿tengo que copiar modelos, debo regirme por lo aceptado socialmente? ¿Puedo dejarme ser, más allá de los mandatos recibidos? Hay algo en la obra que tiene que ver con un elemento duro, el cemento, que habla de la rigidez de estructuras que se nos imponen. Pero también está muy presente el agua, que habla del fluir, del dejarse ser.
–¿Cómo está planteada la relación padre-hijo?
–Está el padre que no acepta una sexualidad diferente o que no acepta que su hijo dé su apellido así como así. También está el hijo que busca al padre que no conoció. Todo esto, más allá del género, define la búsqueda de la propia identidad.
–¿El género es una construcción?
–Construí la obra desde esa hipótesis porque creo que todo es una construcción social. Por eso diferencio entre lo que es ser un hombre y ser un varón: se nace con un sexo y construimos un género a partir de lo que socialmente nos toca, desde la historia que tenemos que vivir. En Lote... se habla del exilio, de Malvinas, de la época del uno a uno, porque los hechos históricos construyen a una persona. La obra tiene una visión optimista a pesar de que pueda ser considerada muy dura. Cuando los personajes tienen un recuerdo, cuando lo cuentan, siempre lo celebran, aunque lo que narran pueda ser terrible. Esto es así porque celebrar un encuentro con uno mismo es una oportunidad para aprender de la experiencia y saber quién es uno.
–El espacio donde transcurre la obra es muy ambiguo...
–Sí, lo que es un corral es en verdad un baño, lo que es un frigorífico se transforma en el lugar del remate donde los animales –los hombres están por ser vendidos. El baño y el espejo constituyen un espacio que habla de mucha sinceridad. El público varón se siente reflejado y le parece que es muy bueno mostrarse débil. En cambio, el público femenino creo que se siente intrigado, como espiando.
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