Miércoles, 16 de septiembre de 2009 | Hoy
TEATRO › ANA ALVARADO Y SU PUESTA DE EL úLTIMO FUEGO
La directora de El Periférico de Objetos dice que la obra de la alemana Dea Loher tiene que ver con la realidad argentina.
Por Cecilia Hopkins
La directora Ana Alvarado parece interesada en cambiar los ejes de la teatralidad que la definió hasta el momento. Fundadora y directora de El Periférico de Objetos junto a Daniel Veronese y Emilio García Wehbi, Alvarado acaba de estrenar un espectáculo que no reviste las características de su producción habitual: “No quise hacer una obra para experimentar desde lo formal ni quise utilizar objetos, sino dirigir actores”, afirma en la entrevista con Página/12. El cambio, no obstante, es reciente: en mayo, la directora dio a conocer El cachorro de elefante, una versión de El elefantito, obra que Bertolt Brecht escribió en 1926, concebida por la artista como una farsa para actores, objetos y músicos en escena. Y al mismo tiempo en que avanzaban los ensayos del nuevo montaje, Alvarado repuso Visible, estrenado el año pasado, un espectáculo que cruza teatro y performance, sobre el tema de la tecnología cotidiana.
Con la idea de invitar a Alvarado a concretar la puesta en escena de alguno de los autores más representativos de la dramaturgia actual alemana, el Instituto Goethe de Buenos Aires le acercó diversos textos. El último fuego, de Dea Loher –la dramaturga alemana más prolífica y premiada en su país en los últimos años, ver recuadro–, fue la obra elegida por la directora. La pieza ofrece un retrato áspero de la vida cotidiana de los habitantes marginales de un suburbio, pero también muestra a una familia de clase media sin aspiraciones: “Droga, vértigo, violencia, quizás amor y ángeles caídos que van buscando, o simulan buscar, una nueva vida”, resume Alvarado. Tal vez por estas razones, la obra le resultó muy fácil de trasladar a nuestro medio. Integran el elenco Claudia Cantero, Carolina Tejeda, Claudio Martínez Bel, Mario Petrosini, Guillermo Aragonés, Tatiana Sandoval, Mónica Driollet, Germán Rodríguez y Alberto Montezanti. Las funciones se ofrecen los sábados en el Espacio Callejón (Humahuaca 3759).
En El último fuego, Dea Loher presenta a una serie de personajes cuyas vidas se encuentran en estrecha relación, en gran parte, a pesar suyo. Los sucesos tienen lugar a la vera de una ruta, en una vecindad de clase media en decadencia. Un accidente de tránsito es el disparador de la acción: un chico es atropellado por la mujer policía que persigue a un joven delincuente que es sospechado de terrorista. En la puesta de Alvarado, la escenografía –obra de Alicia Leloutre– muestra la casa de los padres de la víctima, la pensión de enfrente, habitada por el único testigo del accidente, además de incluir una lavandería, lugar de trabajo de la amante del padre del chico y una casilla donde habitan marginales, entre los cuales se encuentra el sospechoso. Un narrador se hace cargo del racconto de lo sucedido, pero esa voz se vuelve colectiva porque va rotando entre los demás personajes.
Sin realizar cambios de relevancia en el texto, Alvarado compactó la acción integrando algunas escenas, con la intención de acotarlo: “Había visto en video la puesta alemana y me pareció demasiado extensa”, afirma. “Además pensé que estaba interpretada desde una neutralidad que a nosotros, como espectadores, nos parecería insoportable.” De allí la idea de dirigir a los actores con la perspectiva de lograr momentos de intensa expresión emotiva. “La obra es muy radical: instala al espectador frente a un hecho muy doloroso y no lo deja escapar ni le da la oportunidad de descansar”, asegura Alvarado.
–No es ésta una puesta muy representativa del teatro del circuito alternativo...
–Me dio ganas de hacer esta obra porque uno está acostumbrado a ver en los medios cosas tremendas, pero me da la sensación de que todo eso es visto, en parte, desde afuera. En el teatro existe un discurso poético y es por esto que es posible adentrarse en el drama del otro y, de algún modo, hacerse cargo del sufrimiento ajeno. Sé que alguien puede decidir que no quiere atravesar por esa experiencia o puede ocurrir que se enoje luego de ver el espectáculo. Es el riesgo que corremos.
–¿Qué es lo más singular de El último fuego?
–Me interesó la mirada de la autora sobre la marginalidad. Es una realidad que también es la nuestra: la falta de trabajo, el paco, el robo. Estos personajes nos interpelan y nos cuentan que sus vidas no son nada. Son el resultado del descuido social, al igual que nuestros chicos adictos y asesinos, producto del mismo abandono.
–Sin embargo, es un texto que proviene del Primer Mundo...
–Me impresiona que esta obra haya sido escrita en Alemania, porque el texto evidencia una gran falta de contención social, algo que a uno le parece imposible que se pueda dar en un país desarrollado. Habla de un suburbio donde las calles están rotas y donde ocurre un accidente por desidia. Del accidente es culpado alguien que perdió el control sobre sí mismo.
–¿Cómo fue trabajar con este texto?
–Hay algo del dolor terrible que atraviesa la obra que nos pegó a todos. Estoy acostumbrada a tomar un texto y hacer operaciones, es decir, fragmentarlo, trabajarlo con objetos, con música. Pero esta vez decidí dirigir actores y asumir ese desafío. También ellos querían trabajar desde la actuación.
–¿Cómo están delineados los personajes?
–Se ve que lo escribió una mujer, porque los personajes femeninos son los que llevan adelante la obra y a los personajes masculinos no les perdona nada. La madre del chico muerto tiene una vida convencional y aburrida, sin grandes pasiones. Elige cambiar de vida y busca a alguien que esté a la altura de su dolor: un sobreviviente de guerra (que a nosotros nos remite a un ex combatiente de Malvinas), un hombre de pasado oscuro y violento que prefigura el desenlace trágico.
–Esta puesta no parece ser una de las suyas...
–Con esta obra no quería hacer un espectáculo para mi público de siempre o para mis alumnos. Quisiera que viniera otra gente, no un público de consumo, pero sí espectadores capaces de reflexionar sobre lo que ve. No es una obra utópica que muestra algo tremendo y al final salva a los personajes. Y, aunque no quiero pontificar acerca de la necesidad de reflexionar sobre la realidad, la verdad es que yo necesité hacerla porque me siento angustiada de vivir en esta sociedad.
–¿Pasa por un buen momento el teatro alternativo local?
–Se dice que hay muchas cosas buenas para ver, pero yo me siento algo desilusionada. Hay quienes siguen experimentando y eso me parece muy bien. Pero hay jóvenes que se han desarrollado desde la limitación económica y entonces todo está puesto en la actuación: hay algo de la puesta, de eso que hace que una obra se diferencie de otra que no está porque no hay medios. Yo noto esa carencia: no hay escenografías o puestas de luces que “cuenten” por sí mismas. Igual, me parece que de este momento de meseta algo va a cambiar.
–¿Vuelve El Periférico?
–En 2006 hicimos nuestro último espectáculo, pero este año lo volvimos a hacer en Alemania. Lentamente nos estamos reuniendo para armar una especie de tríptico, a partir de la pintura de Francis Bacon. Pero no puedo decir nada más.
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