Viernes, 18 de junio de 2010 | Hoy
TEATRO › ERNESTO POMBO Y MAXIMILIANO GARCIA PRESENTAN SU OBRA QUIEBRE
La pieza, que se presenta en Ciudad Cultural Konex, profundiza en los aspectos más dolorosos de una realidad que, ante los ojos de muchos, aparece naturalizada: la brecha cada vez más ancha y profunda entre ricos y pobres.
En la encrucijada de tomar la pastilla roja o la azul, Neo se jugaba la posibilidad de entender cómo funcionaba un mundo que no era más que ilusión colectiva. “La Matrix está en todos lados”, le advertía Morfeo, para luego enumerar las “prisiones para la mente” (Matrix, 1999, Larry y Andy Wachowski). Ver Quiebre, de Ernesto Pombo y Maximiliano García, equivale a consumir la pastilla roja: la pieza (que se presenta los sábados a las 21 en Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131) profundiza en los aspectos más dolorosos de una realidad que, ante los ojos de muchos, aparece naturalizada. El eje principal es la brecha cada vez mayor entre ricos y pobres. “No es cuestión de dar respuestas ni panfletos. Con que el espectador se vaya con cuestionamientos hay un terreno ganado. Cuando era chico, mi mamá me decía ‘pobres los que están en Vietnam, con la barriga hinchada porque no comen’. Esto sucede hoy en nuestro país y nos acostumbramos. Es parte de la escenografía ciudadana”, explica Pombo.
La dupla García-Pombo se conformó con El ojo del panóptico (2007), espectáculo que también abordaba la problemática social. En esta oportunidad ambos comparten la dirección general, aunque sus roles están bien definidos. Mientras que Pombo es autor del texto, los videos y la música, García se ocupó con más énfasis de la dirección de actores. Nacida cuando aquella primera creación conjunta aún estaba en cartel, Quiebre apela al mismo lenguaje: la fusión de teatro de imagen y multimedia. Una pantalla transparente colocada durante toda la obra delante de los siete actores proyecta videos impactantes, anticipa con un concepto lo que ocurrirá en cada escena y dispara imágenes que participan del paisaje de las situaciones planteadas. En ellas, que duran apenas unos segundos, aparecen todos los síntomas de una sociedad enferma: la obsesión por el dinero y el poder, el culto al cuerpo, la pobreza, la anestesia generada por los medios de comunicación.
–En cuanto a la estética, Quiebre es una propuesta superadora de El ojo... ¿Cómo nace a nivel conceptual?
Ernesto Pombo: –Nace de ver un país que hace años se jactaba de tener una gran clase media, hecho que cada vez es menos real. Hay lugares de lujo que se llenan y gente que gasta, que puede, ¡por suerte! Pero de ahí hay un quiebre hacia abajo: gente que duerme en la calle, que no tiene ningún acceso a la cultura. La obra se inspira en una brecha bien tercermundista que se está abriendo en todo el mundo y que en la Argentina se nota mucho.
–Es una obra desesperanzadora...
Maximiliano García: –La sensación que transmite es que hay otra forma de hacer las cosas, una posible solución. La propuesta es desesperanzadora, pero deja un mensaje de que todo podría ser distinto a largo plazo.
E. P.: –Queríamos ser sinceros con nuestro pensamiento, entonces no podíamos ser esperanzadores. Si le dábamos un final feliz, estábamos mintiendo. La obra tiene un doble final que te lleva a interpretar que tiene una punta esperanzadora o todo lo contrario. Es tan nostálgico el final que podés pensar “mirá cómo podría haber sido y no es”.
–Si la obra plantea una solución al problema de la brecha socio-cultural, no lo hace por el lado de la política, ¿por qué?
E. P.: –Lamentablemente, todos los sistemas que se han probado terminan deformando en otra cosa. El capitalismo en teoría es un sistema generoso y bondadoso, pero deriva en una porquería total. Puramente planteado, el marxismo es hermoso, pero acaba en burocracias autoritarias. Es el ser humano el que se tiene que replantear y hacerse un bicho más bueno, más solidario. Si no hay una revolución ahí no va a haber sistema que funcione. El cambio empieza por cada uno y todos en su conjunto, en una revolución interna, quizá de corte intelectual. El principio es abrir los ojos a lo que tenemos incorporado. En la obra sufren todos: el más indigente, el clase media bombardeado con toda la porquería, y el que maneja los hilos, aunque sea el responsable de todo esto.
–El ojo... parecía echarle la culpa a la sociedad como objeto externo en la pérdida de valores. ¿Quiebre es un llamado a la autocrítica?
E. P.: –Es una lectura válida, pero El ojo... es más intimista. Esa culpa que le vino metida a un tipo por educación o por lo que fuera es algo a superar interiormente. En cambio, la de Quiebre es una visión global: esto es un desastre y lo creamos todos.
–¿Qué lugar le cabe a la tecnología en Quiebre?
E. P.: –Conseguimos un casamiento muy funcional entre tecnología y teatro. Nuestra idea con lo multimedia es que cuente a la par de los actores, que no sea un mero efecto visual o escenográfico. Y el resultado es que ninguna cosa es más importante que la otra. No hay forma de contar lo que estamos contando sin multimedia. Al mismo tiempo, la presencia humana con su carga, su magia y su verdad, produce una cosa distinta a una proyección.
M. G.: –En El ojo... era más fácil separar lo físico de lo multimedia, porque el actor estaba por delante de la pantalla.
–García, ¿dónde estuvo puesto el acento en la dirección de actores?
M. G.: –Trabajamos con parte del elenco de El ojo... y abrimos una convocatoria porque necesitábamos otros volúmenes corporales, otras destrezas. Quiebre es mucho más física, tiene más riesgo escénico y requiere cuerpos dúctiles. Hubo un doble entrenamiento: intenté que los actores se metieran en lo que la escena debía generarle al público. Y, por otro lado, Quiebre no es una obra en la cual el actor pueda disfrutar de un personaje, como pasa en otras estéticas. Está sumamente preocupado todo el tiempo, no sólo porque tiene muchos personajes, sino porque tiene que entrar y sacar objetos. Hay toda una partitura matemática ejecutada por los actores, no hay ningún asistente. Y para la variedad de personajes y la distinción de clases sociales utilizamos el afuera. Lo más difícil fue representar a los cartoneros. Lamentablemente tuvimos que pasar cerca de ellos y prestarles atención. Teníamos un problema: ¿cómo diferenciarlos de personas como nosotros, de clase media? La forma de vestir es tan similar... También nos cuidamos de que los cuerpos no sean exagerados al punto de degradarlos.
–¿Qué diferencias puede aportar la experiencia del teatro de imagen en combinación con lo multimedial respecto del teatro convencional, cuando aborda temáticas que son clásicas para este último?
M. G.: –El teatro de imagen es movilizante: lo sentís, te envuelve. Es más crudo. Todas las estéticas teatrales son válidas, pero creo que nuestro lugar es más efectivo porque nadie puede ser ajeno a lo que estamos mostrando. Hay obras de texto que pueden tornarse aburridas, y eso hace que el espectador a veces escuche y a veces no, o diga “esto ya lo conozco”. En una propuesta como Quiebre, no te podés correr de lo que está sucediendo en la pantalla y en las actuaciones porque es un bombardeo constante. ¿Cómo te escapás de ahí?
Entrevista: María Daniela Yaccar.
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