Miércoles, 7 de julio de 2010 | Hoy
TEATRO › A LOS 88 AñOS, MURIó LA ACTRIZ Y TITIRITERA SARAH BIANCHI
Referente ineludible del arte del títere, utilizó diferentes técnicas y produjo innovaciones vinculadas con el espacio escénico. Todo lo transmitió en una intensa actividad docente. También batalló durante años para que se fundara el Museo Argentino del Títere.
Por Hilda Cabrera
Sarah Bianchi creía en el poder de los títeres y supo pregonarlo con humildad en su camino artístico. “¿Por qué no, títeres al poder?”, se preguntaba en uno de los numerosos homenajes que recibió. Uno de éstos le fue brindado junto al dramaturgo Carlos Gorostiza, también titiritero, en el auditorio de Argentores como pionera de este arte en la Argentina. Entonces Tito Loréfice la calificó de gigante, jugando cariñosamente con la pequeña figura de esta actriz y titiritera que acaba de fallecer a los 88 años, a causa de una complicación renal. Pionera como pocas, compartió con su maestra Mane Bernardo la Compañía Nacional de Títeres, creada en 1943, con sede en el Teatro Nacional Cervantes, desarrollando su labor en una época nada estimulante para el desempeño de un arte que se mostraba exclusivo de varones. Sarah comenzó pintando telones y modelando títeres, participando de esa rareza de ser una adelantada en la disciplina. Y eso se comprobó incluso años después cuando, también con Mane, presentó una versión de El rey desnudo, que trajo complicaciones. Pero hubo otros títulos más inocentes, como El encanto del bosque, Los traviesos diablillos y Una peluca para la luna.
En los varios homenajes y premios recibidos en los últimos años, Sarah solía recordar circunstancias felices y otras que no lo fueron, sin por ello mostrar resquemor: el hecho de que ella y Mane fueran desalojadas del Cervantes en 1946, y perdieran gran parte de sus materiales debido a un incendio que no creía casual, o la peripecia por la que atravesaron cuando fundaron el Teatro Libre Argentino de Títeres, en 1947, luego de que el estatal les cerró las puertas. Entonces, debieron cambiarle el nombre al grupo, porque la palabra “libre” estaba prohibida. Lo sustituyeron por el de Títeres de Mane Bernardo-Sarah Bianchi, y así quedó hasta que “Mane se fue de gira”, como prefería decir al referirse a la muerte de su compañera.
La utilización de la mano desnuda formaba parte de las nuevas técnicas para retablo que compartió con Mane, así como la incorporación de títeres no antropomórficos, anticipándose al después denominado Teatro de Objetos. “Cualquier objeto se convierte en personaje de teatro y cobra vida por la manipulación del titiritero”, decía. Recorrió de modo itinerante la Argentina sin dejar de privilegiar el teatro de sala, donde produjo innovaciones respecto del espacio escénico, transmitidas en su actividad docente. Dedicación que benefició a quienes fueron sus alumnos, entre otros la actriz y titiritera Adelaida Mangani que, justamente, en aquel homenaje de Argentores, agradeció emocionada sus enseñanzas.
Sarah conmovía con su presencia y su actitud traviesa, en el decir y la mirada. Supo bromear también cuando, en aquel tributo, recibió una plaqueta de manos del dramaturgo Roberto Cossa. Sostenía en sus brazos a Lucecita, su alter ego, al que nunca quiso dejar en una vitrina, y le dio voz. Lucecita protestó, y con razón, porque los premios eran para Sarah y no para él. Por eso, rebelándose, anunció que cambiaría de oficio: de ahora en adelante sería político, porque eso le daría prensa, y que su partido sería Títeres al Poder.
Artista plástica, hija de un director de orquesta de Bérgamo, Bianchi había nacido en Buenos Aires en 1922, dedicando parte de su vida a las letras y la docencia. Fue profesora en la Escuela de Arte Dramático y el Instituto Vocacional de Arte, y empecinada viajera con sus títeres. Recorrió junto a Mane casi toda América y Europa y conoció el norte de Africa llevando sus títeres para chicos. Cuando el público infantil mermaba, la apuesta eran los espectáculos para adultos con obras clásicas del teatro español y francés, y en los últimos años, programando obras con diferentes grupos, algunos surgidos de su taller. Entre sus títeres, Lucecita fue “el amor nunca olvidado”, el muñeco que la acompañó siempre, y el que además le dio título a un libro suyo: Autobiografía y memorias de un títere genial.
Batallando siempre, logró en 1983 convertir la casona de Piedras 905 – donde había nacido Mane– en el Museo Argentino del Títere, donde se hallan expuestos más de cuatrocientos títeres (y otros resguardados), a los que dio vida utilizando diferentes técnicas: de varilla, guante (su técnica preferida), dedal y sombra. En esa casa han hallado cobijo otras marionetas, algunas muy antiguas, de Indonesia, China, Africa y piezas europeas del siglo VIII, adquiridas o donadas, y en ocasiones obtenidas por trueque con otros artistas. Bianchi admiraba el arte oriental y la técnica del pulcinella y el puppi italianos, y recordaba emocionada las enseñanzas de Mane, su compañera artística hasta 1991, año en que falleció Bernardo. Se resistía a la brujas “feas y malas”, porque, “¿cómo transmitir una personalidad que no me interesa?”. Guardaba en el Museo los títeres más preciados, como los del legendario Teatro Sicilia, de La Boca, que funcionó hasta 1925. Epoca en que las marionetas no alcanzaron la popularidad lograda luego de la visita de Federico García Lorca en 1934. Un año de despegue para las creaciones de Javier Villafañe y su célebre Juancito (títere de guante), al que siguieron, entre otros maestros, Mane Bernardo y Ariel Bufano.
Las funciones realizadas junto a Mane son incontables, como los espacios donde mostraron su arte. Sarah llegó incluso a la TV. Condujo algo semejante a “un circo en la pantalla”, donde el guía era el payaso Picaporte. En esas andanzas aparecía por allí La Monita Pintora, a quien se acercaban los chicos para que les hiciera un retrato. Artista varias veces premiada, en el país y el extranjero, gustaba memorar los inicios de la actividad titiritera, remitiéndose incluso a aquel Concilio de Trento que en el siglo XVI la consideró perjudicial, y obligó a la trashumancia y el armado de retablos callejeros que, finalmente, fortaleció una de las peculiaridades del títere: la de ser figura característica de un lugar y hasta de un pueblo. Experiencia que a su vez conoció Sarah recorriendo la Argentina de norte a sur, visitando escuelas, dialogando con los lugareños y recibiendo cartas de los chicos, constituyéndose en otro de los legados de esta maestra que sin solemnidad afirmaba: “No existe en todos los idiomas una palabra más importante y hermosa que libertad”.
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