Lunes, 16 de mayo de 2011 | Hoy
TEATRO › LAS ISLAS, DE CARLOS GAMERRO, CON DIRECCIóN DE ALEJANDRO TANTANIAN
La obra aborda estéticamente la toma y el despojo de Malvinas, los años de la última dictadura militar y la década del ’90.
Por Hilda Cabrera
El personaje que en silencio observa al público desde el escenario espera que estén todos ubicados para después preguntar por qué son importantes las Malvinas y pedir que se coree con ganas “Las Malvinas son argentinas”. Esta consigna es el pasaje a una obra que promete develar un secreto. Una fábula coincidente con el gusto por el disparate y lo excesivo que trasunta la puesta. Desmesura que acotada en los tramos finales da lugar a una construcción más poética y dialogada. En ese comienzo, los personajes articulan un trabajo gestual y corporal en la línea del cabaret, género que, al igual que otros, es utilizado para hurgar en los entretelones de una sociedad en decadencia. El dueño de este rompecabezas es Fausto Tamerlán, potentado que halla placer dando azotes al hijo que sodomiza. Convencido de su linaje gracias al oro, “origen de la fortuna familiar”, ambiciona ser protagonista de la tercera fundación de Buenos Aires. ¿Qué ofrecen estas tierras para producir semejante arquetipo? Drogón enriquecido, pilotea sus negocios desde una torre de Puerto Madero y lleva al límite su sadismo. Se burla de su hijo César, y dice sentir dolor por el otro vástago, Fausto, que desapareció en Malvinas, pero antes, rebelde, pasó a la guerrilla y colaboró, junto a sus compañeros militantes, en el secuestro de su libidinoso padre. Tanto embrollo entre violencia y política no alarma, porque, se sabe, la realidad supera a la ficción.
La obra centra la acción en 1992, pero no se enquista en el “menemato” (1989-1999). Dispara hacia décadas anteriores. De ahí que estos ’90 acumulen el terror y la plata dulce de los ’70 y las esperanzas y contradicciones de los ’80. En ese panorama, la violencia y las groseras actitudes de Tamerlán padre –que convierte en reliquia su sorete– irritan sin dar tregua. No es el único que somete, pero sí el que destripa la relación entre personajes y fuerza al espectador de Las islas a encontrarle sentido a la mirada que se le propone, diferente de la habitual.
Abordar estéticamente la toma y el despojo de Malvinas, los años de la última dictadura militar y los ’90, con su secuela de pobres – inadvertidos para gran parte de la población–, exige sacar a la luz segmentos de la historia y exponerse, quiérase o no, al juicio de un público que le pide un plus a la ficción y a sus creadores. Entre otros, evaluar a conciencia aquello que se quiere expresar y cómo hacerlo. Pero esta ficción le dispara al cedazo y vuelca todo, o casi todo, sobre el escenario, generando rechazos. Al puro invento se lo enlaza con la copia de realidades, porque no es novedad que las acciones de estos superiores entrenados para humillar y matar se encuentran enquistadas en la sociedad. Acaso no padeció tortura y violación el conscripto Omar Carrasco, asesinado en marzo de 1994. Este crimen, perpetrado en un cuartel del regimiento de Zapala, hizo estallar lo que ya era un secreto a voces.
El sentimiento de unidad con Malvinas –coreado por el público la noche del estreno– abarca a los soldados alistados para la guerra, aquí protagonistas de escenas risueñas y mansas. Ellos son los fantasmas que acompañan al sobreviviente Felipe Félix, devenido en hacker y requerido por Tamerlán para que investigue qué pasó con el hijo muerto. La fantasmagoría funciona a modo de contrapunto de los desbordes de los victimarios, tipos retratados desde la fanfarronería y la sexualidad más cruel. No se discute el derecho de las víctimas a exigir y perturbar, pero sí la actitud de quienes idean una farsa en torno de historias de víctimas y victimarios y las exponen entre bromas sobre el escenario. Un ejemplo es la invención que muestra a dos jóvenes actrices personificando a dos niñas con síndrome de Down, concebidas –según la ficción– por una ex guerrillera y su torturador. Una secuencia de impacto no amortiguada por lo que expresa la madre. Para ella, Malvina y Soledad son ángeles.
En Las islas, la relación entre situación y lenguaje (con sus dobles y triples significados) se equilibra de modo diverso, mostrando una frivolidad atrevida pero añeja (¿la fiesta de los ’90?) o desacralizando tabúes. Y esto en acciones hábilmente sincronizadas por el director Alejandro Tantanian, y con lucimiento del elenco. Entre los protagónicos se destaca Analía Couceyro, en una actuación que no enfatiza los instantes trágicos y tiende a la comicidad; Luis Ziembrowski, como el exaltado Tamerlán; Diego Velázquez, el ex combatiente pasajero de dos mundos; e Iván Moschner, intérprete de Arturo Cuervo, el militar que tortura y mata. Personajes que no son ajenos a una sociedad, donde la idea de independencia y la libertad de elección no avanzan juntas. Otro acierto es la escenografía de Sebastián Gordin; el aporte musical de los intérpretes que, en escena, configuran un constante diálogo con la acción, dirigidos por Diego Penelas, y el diseño de luces de Alejandro Le Roux, creador de poderosos y deslumbrantes contrastes.
7-LAS ISLAS
de Carlos Gamerro
Elenco: Analía Couceyro, Luis Ziembrowski, Diego Velázquez, Iván Moschner, Julián Vilar, Pablo Seijo, Nahuel Cano, Juan Pablo Galimberti, entre otros.
Concepción musical: Alejandro Tantanian y Diego Penelas.
Dirección musical: Diego Penelas. Músicos en escena y voces.
Coreografía: Diego Velázquez.
Iluminación: Alejandro Le Roux.
Escenografía y proyecciones: Sebastián Gordín.
Dirección: Alejandro Tantanian.
Lugar: Teatro Presidente Alvear, Av. Corrientes 1659. Funciones de miércoles a sábado, a las 20, domingo a las 19.30. Entradas: 45 pesos, miércoles 25. Res.4373-4245. Duración: 135 minutos.
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