Martes, 20 de junio de 2006 | Hoy
TEATRO › CRISTIAN DRUT, DIRECTOR DE “CRAVE”
El director de la obra que se ve en El Lavapiés reconoce que la trágica muerte de Sarah Kane contribuyó a la proliferación de puestas, pero que en su caso quiso demostrar “lo buena dramaturga que era”.
Por Cecilia Hopkins
Autora de cinco textos que ya son objeto de culto del teatro europeo, la dramaturga inglesa Sarah Kane había querido ocultar su identidad cuando decidió editar su obra Crave, usualmente traducida al español como Ansia. Junto al seudónimo con el que firmaría la pieza (Marie Kelvedon), había inventado una autobiografía irónica que descubre un curioso aspecto de la dramaturga muerta por propia decisión a los 28 años: “Su debut en el Festival Alternativo de Edimburgo en 1996 fue un happening espontáneo detrás de la ventanilla del servidor de platos de un restaurante para una audiencia de sólo una persona”, escribió entonces acerca de su alter ego. “Después de dejar la prisión trabajó como taxista, como preparadora de escenarios para el grupo Manic Street Preachers y como presentadora de programas para la BBC. Ahora vive en Cambridgeshire con su gato Grotowski.”
Texto de estructura abierta, distribuido en cuatro voces, Crave encierra violentas contradicciones vitales y, en verdad, prefigura la escritura de 4.48 Psicosis, su obra póstuma, en estos momentos interpretada por Leonor Manso en ElKafka, con dirección de Luciano Cáceres. Ambas fueron escritas en 1999, poco antes de concretar su suicidio, acto final que aparece con recurrencia en su escritura. Recientemente editadas por Ediciones Artes del Sur, Crave y 4.48 Psicosis fueron traducidas por Jaime Arrambide. En el caso de la primera de las obras, el traductor también ofició de dramaturgista para el montaje que el director Cristian Drut y los actores Carolina Adamovsky, Javier Acuña, Gaby Ferrero y Javier Lorenzo estrenaron en El Lavapiés (San José 546). Sentados frente al público y en ajustado friso verbal, los intérpretes le dan cuerpo a un texto afín al fluir de la conciencia, sobre una iluminación digital en permanente cambio, obra de Fabricio Costa, Andrés Colubri y Esteban Ulrich.
–La traducción fue realizada simultáneamente a la puesta. ¿En qué medida incidió una sobre otra?
–En primer lugar, Crave es una obra musical. El inglés está lleno de monosílabos que en el español se pierden, y había que asumir esa pérdida. Con Jaime Arrambide ya había trabajado en el Festival Tintas Frescas y sabía que, por ser poeta, podría realizar el trabajo conjunto de traductor y dramaturgista. Crave es un largo poema a cuatro voces, pasible de ser interpretado de diversas maneras. Hay claves en el texto, cosas incomprensibles. Creo que en este caso fue fundamental el trabajo de mesa en el que nos poníamos a pensar cuestiones de sentido. Finalmente, la edición se publicó antes que nosotros estrenáramos, de modo que la nuestra no es exactamente la misma traducción que editó Artes al Sur. Jaime dice que es una traducción “rioplatense”. Pero, al mismo tiempo, quisimos dar cuenta de que la obra es inglesa.
–Hay en el texto una pulsión de vida clarísima y, a la vez, una reflexión sobre el suicidio. ¿Existió en un principio la tentación de privilegiar alguno de estos aspectos contrapuestos?
–Hay en la obra muchas citas, a Shakespeare, a textos bíblicos, incluso, en otras de las obras de Kane a letras de Radiohead y Joy Division. Nosotros pudimos descubrir algunas claves. En principio, nos apareció una pulsión de muerte y durante el proceso de ensayos trabajamos lecturas de suicidas. Al mismo tiempo queríamos despegarnos de esta cuestión de realizar una lectura de la vida de Sarah Kane en paralelo con la obra. También yo creo que es un texto que deambula entre una pulsión de vida y de muerte, como sucede en Hamlet, que se la pasa cuatro actos dudando. Nosotros decidimos meternos con nuestro “crave”. Esto sería algo así: cada uno sabe por qué decidió hacer esta obra y de qué está hablando con ella.Nosotros hacemos una obra de Sarah Kane pero no somos Sarah Kane, y desde ahí decidimos meternos con nuestras propias cuestiones asumiendo que no sabemos nada acerca del suicidio y de esos niveles de dolor.
–Esta puesta recuerda a aquella de 1998 sobre el texto de Marcelo Bertuccio, Señora, esposa, niña y joven desde lejos. ¿Qué rasgos marcaría en una y otra?
–La relación que se puede hacer de similitud entre ambas obras tiene que ver con actores en sillas, pero que poco tienen que ver los materiales. Yo era muy joven en ese momento y estaba haciendo uno de mis primeros trabajos, por eso le tengo mucho cariño a Señora, esposa... Pero hace sólo dos o tres años que siento que soy director de teatro.
En el caso de Crave, lo intentamos todo. Lo que nos pasaba es que todo tendía a explicar o a resolver las situaciones que se arman y desarman en la obra.
–El teatro de Sarah Kane es muy potente y atractivo pero, ¿no cree que hay un entusiasmo necrofílico en torno de su obra? ¿Cuál es, desde tu perspectiva, la razón de este interés generalizado?
–Si bien Sarah Kane era conocida en Inglaterra al momento de su suicidio y defendida por autores como Edward Bond, su muerte produjo un boom en cuanto a los estrenos en el mundo. En mi caso me golpeó a nivel generacional. Kane nació en 1971 y yo en 1973 y no pude, lo reconozco, dejar de impactarme con el suicidio de una autora teatral que sólo tenía cinco obras publicadas. Pero intentamos no pararnos en ese lugar. Entiendo que a nivel mediático es un “golpe de prensa” esto de estrenar a una autora suicida, pero nosotros queremos hablar de lo buena dramaturga que era. Tengo la impresión que se ha hablado mucho más de su suicidio que de su literatura. No alcanza con suicidarse para ser Pizarnik o Kane. En realidad lo que lamento es que no siga viva para poder pedirle sus nuevos textos vía mail.
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