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Lunes, 19 de agosto de 2013

TEATRO › ADRIáN BLANCO MONTó EN HASTA TRILCE HISTORIA, UN TEXTO DE WITOLD GOMBROWICZ

La conciencia de la inmadurez

Experto y pionero en la puesta de obras y bocetos del autor de Ferdydurke, el director pone en escena una suerte de autobiografía ficcional del escritor, que también funciona como la historia colectiva de un país e, incluso, de un mundo convulsionado por la guerra.

 Por María Daniela Yaccar

A mediados de los cincuenta, radicado en la Argentina, Witold Gombrowicz escribió Historia. Se trata de una obra que abandonaba y retomaba, en la que relató los vericuetos de su vida, y que fue rescatada luego de su muerte. Adrián Blanco –quien tiene vínculos con la viuda del artista– pone en escena esta autobiografía ficcional que es la historia personal del novelista, pero también la historia colectiva de un país o, mejor dicho, de un mundo convulsionado por los no límites de la guerra. A partir de ese boceto de Gombrowicz, nunca traducido al español hasta esta oportunidad, Blanco y José Páez han hecho un trabajo de dramaturgia delicado y atento a las exigencias del texto, que no son pocas. Historia (miércoles a las 21 y sábados a las 21.30 en Hasta Trilce, Maza 177) es una obra de muchos personajes, que dispara mensajes filosóficos complejos desde diferentes zonas –casi esquizofrénicamente– y que propone una doble mirada: hay que ser espectador de lo que pasa en escena (la adolescencia de Witold, por ejemplo) y, cada tanto, hay que mirar al viejo Gombrowicz, que está allí sentado, viendo pasar su vida y haciendo comentarios de vez en cuando.

Hay escenas fuertes en Historia, metafóricas, con una capacidad de condensación insuperable: los padres de Witold, que quieren tomarle un examen de madurez (como en Ferdydurke, la oposición madurez-inmadurez es central en esta historia), son, pasados los años, Hitler y Stalin. El Gombrowicz adolescente está descalzo, y así quiere permanecer, mientras su aristocrática familia insiste en convencerlo de que tiene que calzarse. Así, como está –no casualmente igual que la criada–, no podrá ser un hombre verdadero. Lo salvaje, lo primario, la no forma, lo sucio es aquí lo vital. El elenco lo conforman Ramiro Agüero, Manuel Bello, Estefania D’Anna, Diego Echegoyen, Mario Frías, Cecilia Tognola, Hugo Dezillio, Yamila Gallione y Luis Escaño.

Blanco ya había dirigido Trans-atlántico, que estuvo en cartel en el Cervantes, y se jacta de ser “uno de los primeros teatristas que hizo un Gombrowicz”. Conoce a amigos del escritor y se escribe correos con su última mujer, Rita. También dirigió Opereta. Y tiene una medallita invisible colgada en el cuello: en Radom, Polonia, participó del IX Festival Gombrowicz, donde, por Trans-atlántico, se quedó con los tres premios más importantes: mejor obra, dirección y actor.

–Dirigió Trans-atlántico para un teatro oficial. En este caso su obra está en un teatro independiente. ¿Qué diferencias hay entre el trabajo en ambos ámbitos?

–La diferencia principal es que en el teatro oficial tenés a los actores pagos. Por suerte, tengo una banda de gente que trabaja conmigo hace rato. Somos unos atorrantes que comulgamos con muchas cosas. Tengo un equipo muy profesional. Si sos actor, no me interesa si te duele la cabeza, si los chicos te volvieron loca, si te fue mal en el trabajo. Laburo mucho y fuerte porque si no, no llego. Hay que tener disciplina para tener nivel. Si no, te quedás en el nivel del 75 por ciento de los espectáculos del under. La mayoría está como el culo. Cuando hay laburo se ve. Al teatro independiente hay que hacerlo por placer artístico y estético, porque nadie gana guita. Esta producción me la iba a programar el San Martín, no hubo nada firmado, pero sí conversaciones. No lo hicieron y decidí hacerla igual.

–¿Cómo fue ganar tantos premios en Polonia por Trans-atlántico?

–Estuvimos en Radom una semana. Cuando se daba el resultado del festival, teníamos que hacer funciones en Varsovia. Yo propuse que nos quedáramos en Varsovia porque pensé que no íbamos a ganar nada, pero los actores querían ir. Terminamos la función y alquilamos una combi. Llegamos y no entendíamos nada cuando nos nombraron. La experiencia fue espectacular. Eso era Marte, no sé dónde era, pero acá no era. Qué loco ese lugar. No conocía nada, no conocía ni Europa, no había viajado nunca. Las obras que vi no me gustaron mucho. Allá trabajan con otro nivel de producción. Acá hacemos veinte espectáculos con la guita con la que ellos hacen uno. Medio vestuario nuestro es de Cáritas, del Ejército de Salvación, del Cotolengo de Don Orione. Historia tiene muchos personajes, mucha ropa, mucha chaqueta militar. Andá a comprar eso. Te come la billetera.

–¿Por qué continuó trabajando a Gombrowicz con este espectáculo?

–Es un estilo de espectáculo transgresor, no te cuenta el cuentito, tiene veinte cuentos encima. El héroe está pidiéndoles a todos que abandonen, que huyan, que sean cobardes. Rompe con los valores de la hombría. Una polaca, a quien no le gustaba nada Gombrowicz y que vio Historia, me decía que él se fue como una rata de Polonia. Ella lo leyó como quiso. El no creía en la Segunda Guerra Mundial, no se quería pelear por eso y matarse. Seguramente yo hubiera hecho algo muy parecido. Por eso siempre se peleó con los polacos. Tengo mi sentimiento argentino, pero no un nacionalismo pelotudo.

–¿Cuándo y cómo se acercó a los libros de este autor?

–Empecé a leer a Gombrowicz a través de Germán García, un lacaniano a ultranza, un psicoanalista. Hace veinte años que lo leo. Me copé, me gusta mucho. Me parece brillante, está para provocar, a veces no se sabe si habla de verdad, si miente, se desdice... todo está en función de provocar algo. El amaba la juventud. Toda su tesis tiene que ver con la cosa de la madurez versus la inmadurez. El es un inmaduro consciente. Quiere vivir en un estado menos cerrado y lo grafica, por ejemplo, con esto de los zapatos en Historia: no quiere zapatos que lo opriman. La imagen del pie descalzo me parece mucho más fuerte que dos horas de un zurdo hablando de la igualdad social. El iba a reuniones y terminaba hablando con los mozos, porque no se llevó nunca con la cosa academicista. Iba a donde estaba la vida, como Retiro.

–¿Cómo elaboraron la dramaturgia?

–Usamos toda la dramaturgia del autor. Historia fue la columna vertebral, el cuentito, que empieza con el pie descalzo versus la familia, y sigue con sus parientes tomando otros roles. Usamos toda la obra de Gombrowicz para poner situaciones similares a las que había en Historia, porque este texto era un borrador. Historia es la historia de su familia, con los nombres reales. Después del examen de madurez y uno para ingresar en el ejército, sus familiares toman otros roles. Sin embargo, siempre es la familia. Pone a todos los dictadores en el padre y la madre. La escena de Hitler y Stalin no la escribió, pero dijo que quería escribirla, y la dejó ahí. Nosotros la escribimos, con textos de él, armando un rompecabezas, con Casamiento y varias cosas. Los reaccionarios están en la misma familia: esa estructura ha generado la educación occidental y el capitalismo. Creo que dejó esa escena inconclusa, que no se animó a seguirla porque era mucho para la época.

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Blanco ya había dirigido Trans-atlántico, también de Gombrowicz, que fue premiada en Polonia.
Imagen: Pablo Piovano
 
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