Jueves, 5 de diciembre de 2013 | Hoy
TEATRO › JULIO CARDOSO, MANUEL LONGUEIRA Y LA EXPERIENCIA DE LLEVAR ISLAS DE LA MEMORIA POR LATINOAMéRICA
El programa del Cervantes permitió llevar la puesta a pueblos y ciudades de México, Cuba, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. “Las fronteras desaparecen cuando leemos las cartas de los soldados mirando a los ojos del espectador”, dicen el autor y el director.
Por Hilda Cabrera
“No fue sólo el tema lo que produjo el acercamiento con el público. Creemos que con este formato teatral logramos recuperar la historia desde el lugar más franco de la sensibilidad y el coraje de los personajes”, responde el director Julio Cardoso, cuando se le pregunta por Islas de la memoria (Historias de guerra en la posguerra), espectáculo que regresó para continuar el acuerdo con el Teatro Nacional Cervantes, tras cumplir una gira latinoamericana en la que ofreció catorce funciones en pueblos y ciudades de México, Cuba, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Cardoso (aquí autor y codirector) y Manuel Longueira (codirector y actor) destacan la experiencia vivida por el equipo y la intención de continuar una línea de trabajo que los acerque al teatro popular, “término amplio y ambiguo, pero que con un poco de sentido común entendemos todos”, según detallan. La intención es que sea “legible para un público que no es el tradicional de la ciudad de Buenos Aires o de los núcleos urbanos de las provincias”. Egresados de la EMAD y habiendo conformado un equipo por afinidades, han estrenado El verso de La Mandrágora; Mayo (con dramaturgia y dirección de Cardoso y Poli Bontas); Idiota procesión del tiempo y esta Islas de la memoria, cuyo inicio fue el documental Locos de la bandera, de 2004 (guión y dirección de Cardoso); seguido por Malvinas, viaje del Bicentenario (2010) y una muestra de objetos de la zona de batalla con intervenciones actorales. El próximo trabajo apunta a la cuenca del río Matanza, otra historia de avasallamiento, y continuarán con Islas... solicitada por las escuelas de nivel medio del conurbano y de interés para otras de Buenos Aires.
–¿Qué entienden por “público tradicional”?
Julio Cardoso: –El que lee el espectáculo y busca su sintonía en relación con la crítica, también la académica y la de los grandes centros europeos de teatro. Ese es su campo, aunque a veces lo viole. En nuestras prácticas hemos trabajado con personajes como los vendedores de los trenes, los glosistas del chamamé y de la bailanta que en teatro aparecen sólo en términos pintorescos. Aspiramos también a espacios adaptables. La resistencia a no modificar lo instalado es un signo de desaceleración del teatro. Hubo épocas en que se rompía el piso de un teatro para mostrar una obra de investigación.
–Una de las escenas más conmovedoras de Islas... es aquella en que el espectador toma conocimiento del contenido de las cartas de los soldados. ¿Cuál fue la reacción del público?
J. C.: –El cubano conectó inmediatamente con sus soldados muertos en Angola y el nicaragüense con la guerra a los Contras (las organizaciones opuestas al gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional, en el poder desde 1979 hasta 1990).
–¿Necesitaron adaptar el lenguaje al lugar?
Manuel Longueira: –No, sólo algunas palabras, y la disposición de la escena cuando lo exigía el espacio. Hicimos funciones en salas grandes, con escenario a la italiana, en otras pequeñas y en lugares no convencionales.
–¿Qué se conocía de la guerra de Malvinas?
J. C.: –En el estado de Baja California, en las ciudades de Mexicali, Ensenada y Tecate no parecían informados. Era público de festival y se mostraba dispuesto a ver cualquier oferta. Tampoco el folleto de prensa decía demasiado. Sin embargo, no percibimos indiferencia.
M. L.: –En cambio, tuvimos problemas con la carga. Quedó retenida en la Aduana e hicimos cuatro funciones sin vestuario ni decorado. Pasar por la aduana de cinco países fue un drama. En Baja California y en Costa Rica trabajamos con ropa de calle. Conservábamos las tarjetas con las explicaciones y las historias de los soldados, y las repartimos. Hicimos un sketch sobre las complicaciones en la Aduana, y lo entendieron. Esto nos pasó también en Cuba.
J. C.: –Cuba tiene una legislación muy severa para el equipaje no acompañado. La verdad es que ante tantas dificultades recordamos las enseñanzas de los grandes teóricos del teatro y nos preguntamos qué es teatro. Finalmente, superamos todo por la entrega del elenco, el corazón del espectáculo.
M. L.: –Sobrevivimos a las circunstancias...
J. C.: –En Costa Rica presentamos la obra en un teatro oficial e importante, como el Cervantes. Cuando anunciamos que haríamos la obra sin vestuario ni escenografía, nos miraron como a locos. Al terminar la función, el clima había cambiado. Dijeron haber comprendido todo. Ese intercambio de energía y sentido se encuentra en el diálogo y en las cuestiones que están en la calle. En la Argentina la búsqueda de un vínculo con la platea fue importante en los años ’60 y ’70 a través del discurso político. Se intentó reciclarlo en el regreso a la democracia, y en los ’90 la comunicación se dio a través de estímulos fuertes.
–¿Experimentaron esa comunicación durante la gira?
J. C.: –Cuando llegamos a la comunidad campesina de Malpaisillo (Nicaragua) –que estaba en alerta roja por el dengue– finalizaba una asamblea vecinal en un galpón abandonado de ferrocarril, porque allá también cerraron ramales. Al lado había una canchita de papi fútbol, y ahí presentamos la obra. Vino gente en bicicleta, en moto... Estábamos por empezar cuando un hombre nos alertó pronosticando lluvia. Y a los pocos minutos empezó a caer agua...
M. L.: –Seguimos la obra en el galpón, junto con la gente. Ese encuentro es lo que nos gusta del teatro, el de mayor sinceridad con el público.
J. C.: –El organizador de la gira en Nicaragua fue el diputado Filiberto Rodríguez, fundador del grupo La Espiga en los días de la guerra a los Contras. Con él y sus compañeros hicimos un teatro donde la creación artística y el compromiso social estaban en igualdad de condiciones.
–Algunos grupos locales trabajan en ese sentido...
J. C.: –Pocos. Podríamos tener un despliegue mucho más poderoso. Nosotros encontramos un cruce fructífero en las autoridades del Teatro Cervantes que sostienen un espectáculo como Islas de la memoria, diferente de las producciones habituales. Recibimos el respaldo de la Universidad Nacional de Lanús y el apoyo de instituciones culturales y embajadas. La función en Casa de las Américas de La Habana fue otro momento fuerte. Nos habíamos presentado en el Centro Cultural El Mejunje (Santa Clara) y el Teatro Miramar, y nos llamaron para la Sala Che Guevara. Estuvieron presentes funcionarios de Cuba y la Argentina, y el dramaturgo cubano Abelardo Estorino, Premio Nacional de Literatura y Teatro. Al terminar la función, obtuvimos una devolución artística de una fineza que no habíamos imaginado.
M. L.: –En Casa de las Américas me quebré. Me emocioné tanto como en Malpaisillo. Todos hemos crecido mucho en esta gira. Pienso que, además del tema, lo que produce una sensibilidad mayor es la manera de llevar adelante el trabajo actoral. Las fronteras desaparecen cuando leemos las cartas de los soldados mirando a los ojos del espectador.
J. C.: –Sostener vivo el espectáculo en una encrucijada límite, de la mano de otros y con alegría es apostar a una cultura que nos une. Es verdad que en la obra hay información sobre Malvinas, testimonios de ex combatientes y documentos, pero el eje de la obra es el de todos los pueblos usurpados.
* Islas de la memoria (Historias de guerra en la posguerra), de Julio Cardoso. Con Lucía Adúriz, Alejandro Cobas, Marcela Haimovici, Manuel Longueira, Pablo Mariuzzi y Cristina Suárez. Diseño de escenografía: Leonardo Borré. Iluminación: Ricardo Sica. Vestuario: Cristina Suárez. Música original: Leonardo Fucci. Voz: Ana Cardoso. Asistente de dirección: Alejandro Bontas. Dirección y puesta en escena: Julio Cardoso y Manuel Longueira. Producción del TNC y el Observatorio Malvinas de la UNLA. El elenco retoma su ciclo de presentaciones dentro del Programa que el TNC mantiene con el Ministerio de Educación.
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