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Jueves, 17 de julio de 2014

TEATRO › DARíO GRANDINETTI Y NOVECENTO, DE ALESSANDRO BARICCO

“Es teatro químicamente puro”

El actor encarna, bajo la dirección de Javier Daulte, a un pianista que nació y vivió en un transatlántico y nunca bajó a tierra. “Es una bella historia que nos remite a lo que es fundacional en nuestro trabajo: contar como lo hacían los juglares”, destaca.

 Por Hilda Cabrera

El actor es el relator y el imaginario testigo de una leyenda. En la escena hace las veces de presentador que gusta de las bromas, de trompetista de una banda de música contratada para amenizar la travesía de un transatlántico y del pianista Danny Boodman Lemon Novecento, nombre que da título al monólogo Novecento, creación de 1994 del novelista, dramaturgo y ensayista italiano Alessandro Baricco. El eje de la historia que se cuenta es la peripecia vital del pianista que nació y vivió en un transatlántico y nunca bajó a tierra. Una historia conmovedora que en versión del director Javier Daulte, interpreta Darío Grandinetti, artista varias veces premiado por sus trabajos en teatro, cine y TV. “Novecento es un recorrido por el estado de ánimo de un personaje que se mete en el recuerdo, y va y viene describiendo a un ser extraordinario”, señala el actor ante el estreno del próximo sábado, en el Metropolitan Citi. Una propuesta que –opina– aporta contenido y le genera entusiasmo, como su próxima participación en un capítulo de En terapia, que en esta tercera temporada dirigen Alejandro Maci y Alberto Lecchi para la TV Pública. Dice proponer calidad y “no meterse en la cabeza los prejuicios de los demás”, que lo importante es “mantener la dignidad del oficio, por uno mismo y por los que esperan que uno haga un buen trabajo”. Conmovido por el personaje Lemon Novecento, se pregunta sobre su real existencia, aun cuando sabe que el mismo Baricco (celebrado autor de Seda) aclaró que es ficción y que la obra fue escrita a pedido del actor Eugenio Allegri. “Sé que es una fantasía –apunta Grandinetti–, pero necesito pensar que existió. No puedo decir que este deseo influya en mi trabajo de manera directa, ni siquiera sé si me sirve, pero tiene que ver, creo, con manías personales.”

–¿Cuál es la manía en este caso?

–La de armar una estructura de trabajo de una historia que es irreal, que no puede ser.

–¿Algo así como darle forma y salida a lo que no tiene explicación?

–Novecento es una fábula, y a mí, salir me resulta fácil por el oficio. Estoy saliendo todo el tiempo de la realidad. Por eso, fuera de mi trabajo como actor, intento hacer la menor cantidad de cosas relacionadas con un estreno o un evento paralelo a mi oficio. Me siento incómodo en los lugares que traen aparejada la exposición.

–¿Preferiría huir de las entrevistas?

–A ver..., depende. Si la entrevista es sobre mi tarea como actor, no me molesta, pero a veces me llaman para que hable sobre mi vida. No me gusta que hablen de mí como si fuera un personaje.

–En cuanto al personaje Novecento, ¿qué le impide a este pianista bajar a tierra?

–Supongo que ese rechazo tiene que ver con la habitualidad, si cabe esta palabra. Hay que estar preparado para afrontar los cambios. Ya no los personajes, sino nosotros nos resistimos. Se dice que la mudanza es una de las primeras causas de estrés, después de la muerte de un ser querido y de un despido. Me pregunto cómo será entonces para este pianista vivir en tierra después de pasar treinta dos años en el barco.

–El texto no sugiere una respuesta de tipo psicológico ni intelectual...

–No, porque si hay una explicación, ésta es emocional. El pianista promete que en tres días bajará a tierra, pero esa decisión no parte de un razonamiento, sino de los deseos que le estaban destrozando el alma. Deseos de cosas que no podía hacer reales. Encontrarle una solución a esto no es en él un trabajo que parta de la cabeza. Pensemos que este personaje es una esponja: vive lo que imagina que sucede afuera del barco a través de lo que cuentan los pasajeros y de sus propias observaciones. Un día, un pasajero, un campesino, le dice que ver el mar desde tierra le reveló que la vida era inmensa. Novecento busca esa revelación y decide bajar para sentir lo mismo que ese campesino.

–Lo intenta, pero se detiene.

–Ahí sí, podríamos entrar en el terreno de la psicología. El mundo es para él, como para muchos de nosotros, “uno y su circunstancia”. Su mundo es el barco, pero vivir en tierra es un barco y un viaje demasiado largo para él. Cuando se detiene en el tercer escalón, pone en juego la visión del distinto, del que vive en tierra, y pone en juego su identidad. Al que nació en una estancia y no conoce más que su trabajo en el campo, donde pasó años, es posible que le cueste trasponer la tranquera. En algún sentido es una cuestión de comportamiento, de miedo a salir. Baricco es un autor admirable: reconoce humanidad en cada acción de los personajes y también en este monólogo fantasioso sobre una historia que no es verídica. Nosotros mismos, ahora, estamos haciendo un análisis posible sobre una historia que es una fábula, y tratamos a un personaje de leyenda como si fuera real. Esto se debe a los hallazgos del autor.

–¿Conocía este monólogo?

–Lo leí en el 2000 y desde entonces lo tengo en la cabeza. Estábamos presentando El cartero, de Antonio Skármeta, sobre el poeta chileno Pablo Neruda, cuando la actriz y directora Silvia Baylé me dijo que debía interpretar Novecento, una bella historia que nos remite a lo que es fundacional en el trabajo del actor: contar como lo hacían los juglares.

–Incluyendo acontecimientos de época, como la emigración europea.

–Que nos toca también a nosotros, aunque Baricco se refiera a una travesía con destino a Nueva York y no mencione a Buenos Aires, pero sí a otras ciudades y algunas de América latina, como Río y Santiago de Chile.

–Un viaje donde los emigrados, según el texto, no olvidan su música.

–La música tenía mucha incidencia en los años ’30. En Estados Unidos estaban de moda el ragtime, el dixieland y otros estilos de jazz. Todavía no existían ni el rock ni Los Beatles. Aquella música de los ’30 y ’40 fue desapareciendo, como las tradicionales de las regiones. Con el tango pasó lo mismo. Durante muchos años no se difundió ni bailó tango. Pero no les vamos a echar la culpa a Los Beatles ni al rock. En la obra recortamos las menciones a los inmigrantes. El lector necesita refrescar a veces lo leído y volver a una y otra situación, pero en el teatro es distinto. Una vez plantado el concepto no se repite. Si el espectador se da cuenta, bien. Para mí, la esencia de este monólogo es el actor. El papel del actor relator es central. Y lo dice un personaje en esta versión: “Nunca estarás del todo jodido mientras tengas una buena historia y alguien a quien contársela”. Novecento ofrece esa oportunidad. Es teatro químicamente puro. Nos está diciendo que para contar no se necesita siquiera estar en un lugar especial, que contar una historia a otro que nos escucha es ya un hecho teatral.

* Novecento, de Alessandro Baricco. Versión y dirección de Javier Daulte. Con Darío Grandinetti. Escenografía: Alberto Negrín. Iluminación: Matías Sendon. Vestuario: Ana Markarian. Sonido: Pablo Abal. Director técnico y de montaje: Jorge Pérez Mascali. Producción general: Pablo Kompel. Teatro Metropolitan Citi, Av. Corrientes 1343. Funciones jueves y sábados a las 20; viernes a las 22 y domingos a las 21.

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“Lo importante es mantener la dignidad del oficio”, dice el actor. La obra se estrena el sábado en el Metropolitan.
Imagen: Rafael Yohai
 
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