Lunes, 15 de septiembre de 2014 | Hoy
TEATRO › UN DíA ES UN MONTóN DE COSAS, EN EL CENTRO CULTURAL ROJAS
Dos familias, una judía ortodoxa y otra del mundo psi, se vinculan en esta puesta que apela al humor y a resaltar la profundidad del texto, sin caer en la solemnidad. La obra fue ganadora del Premio Rozenmacher de Nueva Dramaturgia.
Por Carolina Prieto
El jurado del Premio Rozenmacher de Nueva Dramaturgia no dudó en que Un día es un montón de cosas, de Jimena Aguilar, merecía el primer premio del concurso organizado por el Centro Cultural Ricardo Rojas y el Festival Internacional de Buenos Aires. El cruce de dos familias, una judía ortodoxa y otra del mundo psi, el humor y la densidad capturaron al crítico Jorge Dubatti, la dramaturga, directora y actriz Andrea Garrote y su colega Mariano Saba. La obra recibió el galardón en octubre pasado, en el marco del FIBA; fue publicada y traducida al inglés, portugués y francés y acaba de estrenarse en el Rojas. La dirige la autora y actúan Gabriel Wolf, Marinha Villalobos y Mora Arenillas (padre psicólogo, madre en crisis e hija punk, los tres miembros del clan psi) y Marcelo Saltal y Enzo Pedroni, padre e hijo respectivamente, de traje, peyes (los tradicionales bucles) y un poco de marihuana que comparten de noche mientras miran la tele, desolados. Es que Malka, la madre, acaba de desaparecer; sólo dejó una nota misteriosa que sumió al padre en una gran depresión. Harto de ver a su padre sin rumbo, el hijo decide llevarlo a su terapeuta para intentar salir de esa situación. Así se entrecruzan los dos mundos y las certezas y convicciones comienzan a tambalear.
En ningún lado están bien las cosas. Natán no soporta ver a su padre sin otra capacidad de reacción que no sea el llanto, la queja y el porro. Del otro lado, el terapeuta no está mucho mejor. Encerrado en su trabajo, no conecta ni con su hija (que directamente opta por no hablar) ni con su mujer (una estupenda actuación de Marinha Villalobos) que busca vanamente en él un interlocutor, para que la ayude a cambiar en algo una vida que siente vacía y desaprovechada. La sala Biblioteca del Rojas (toda revestida en madera) le sienta muy bien a esta puesta intimista, que transcurre en el interior de ambas casas y con el público ubicado muy cerca de los actores. Una atmósfera amarronada y quieta como hábitat para dos familias que están estancadas. El movimiento comienza desde que padre e hijo llegan a la consulta con el terapeuta en su propia casa. Elías, el padre, no puede resistirse al olor a comida casera que se cuela desde la cocina. El encuadre terapéutico que indica sostener ciertas distancias se desvanece y consiguen quedarse a cenar en la casa del terapeuta. El analista se resiste, pero el afán de su mujer por dialogar con otros es más fuerte. El guiso de lentejas ya está servido en la mesa para los cinco comensales.
Tercera obra de Aguilar (antes escribió y dirigió Baladi y Dixit), Un día es un montón de cosas comenzó a germinar en un taller de dramaturgia de Matías Feldman. Allí, y a partir de una consigna que consistía en confrontar imágenes, aparecieron los personajes y algunas situaciones que decantaron en la obra. “Una banda de chicas punk, un entierro judío, un padre fumando marihuana en el auto con su hijo, una mujer llorando en la cama. Con estas imágenes hicimos un proceso de ponerlas en choque y ver qué salpicaba, qué salía”, comenta la autora, de 35 años, en la entrevista con Página/12. Son mundos que conoce bien: estuvo diez años casada con un hombre judío, ella misma tuvo su etapa punk de chica y el psicoanálisis es un saber que le interesa. Pero en su obra ni la religión ni la terapia salen muy bien paradas, con un personaje religioso al borde del precipicio y un analista tan poco lúcido como el mayor de los negadores. “Pone en evidencia que frente a los grandes cimbronazos de la vida, como la pérdida, no queda otra que transitarlos lo mejor que se pueda. Nada va a calmar el dolor, aunque por supuesto el psicoanálisis o la religión pueden alivianar un poco. Seas creyente o psicoanalista progre, sufrimos y nos alegramos por las mismas cosas. Antes ciertas cuestiones somos todos iguales. Frente al vacío y al abismo no hay mucho para hacer”, reflexiona la autora. Los hijos de ambas familias, testigos silenciosos de las frustraciones paternas, son los que ayudan y promueven el cambio. Natán llevando a su padre a la consulta y la hija dando una posible explicación ante la pérdida tan simple como contundente.
Sorprende que la figura del terapeuta aparezca como una persona básica, limitada, sin la cintura y la comprensión que se suele atribuir a dicha profesión. “Casi como mostrar el doble discurso del psicoanálisis, que propone algo que en la práctica no siempre es tan sencillo de hacer. A veces ayuda más hablar con alguien que no tiene fórmulas ni discursos preestablecidos de contención, sino simplemente ganas de ayudar y de escuchar, como el personaje de Ana, la hija”, sostiene Aguilar.
Pasar del texto escrito a la escena viva trajo sorpresas. “Nunca es como te lo imaginás. El aporte de cada actor, el color que cada uno les da a los personajes enriquece el material”, explica la directora, que antes de dedicarse de lleno al teatro estudió piano y filosofía. El desafío fue transitar una zona delgada: desde el registro actoral no subrayar ni forzar la comedia y a la vez buscar la profundidad del texto sin caer en la solemnidad. La intención fue que cada actor encarara su personaje “desde la mayor verdad” potenciando la fuerza del texto y de las interpretaciones. “En esta puesta no hay pirotecnias, es un planteo tradicional. Confío en la progresión de la obra, en lo que va pasando, lo que se va acumulando y contando. Eso ya me parece suficiente para atraer al público”, opina.
* Un día es un montón de cosas, viernes a las 21 en la sala Biblioteca del Centro Cultural Ricardo Rojas (Avenida Corrientes 2038).
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