Domingo, 25 de enero de 2015 | Hoy
TEATRO › 41 AÑOS DESPUES, REABRE EL TEATRO CAMINITO
Hace medio siglo, la intersección de Pasaje Caminito y Magallanes era escenario de un apasionante cruce entre el teatro y los vecinos. “Quiero mantener esta oferta de obras clásicas con un tratamiento popular”, dice Martín Bauer, su nuevo responsable.
Por Daniela Rovina
Un nuevo capítulo en la historia del Teatro Caminito empezará a escribirse este martes. A 41 años de su última función, su telón volverá a subirse en el corazón de uno los pasajes más representativos de La Boca. La reapertura oficial de este emblema de la escena porteña, creado en 1957 por el director y escenógrafo ucraniano Cecilio Madanes, se sellará con el estreno, a las 20.30, de Los veraneantes, texto del ruso Máximo Gorki adaptado por el dramaturgo Lautaro Vilo. “Arrancamos con este proyecto hace cerca de ocho años y lo empujamos hasta acá. Llamarlo ‘reapertura’ luego de cuatro décadas sin actividad es una forma de homenajear a Madanes, porque la discontinuidad es absoluta. La ciudad es otra, el país cambió. Mi expectativa apunta a abrir un lugar nuevo, a empezar un proyecto desde cero, pero con todo el peso de su historia. Ese es un punto de privilegio”, sintetiza Martín Bauer, director artístico del Teatro Caminito y uno de los impulsores de su reinauguración.
Todo comenzó más de medio siglo atrás, cuando Madanes eligió la intersección de Pasaje Caminito y Magallanes para replicar una experiencia de teatro al aire libre de la que había sido testigo durante un viaje a Venecia. Por entonces, el clásico paseo turístico de La Boca no era ni por asomo una atracción obligada para visitantes foráneos, sino apenas (y nada menos que) una postal sacada de un poema de Raúl González Tuñón. En ese escenario, el director ofreció por primera vez Los chismes de las mujeres, de Carlo Goldoni, convencido de que la puesta no superaría los quince días. Pero, al revés de sus pronósticos, el Teatro Caminito sobrevivió dieciséis años y tuvo doce temporadas de dos funciones diarias, de martes a domingo. Por sus tablas pasaron artistas como Antonio Gasalla, Jorge y Aída Luz, Juan Carlos Altavista y Diana Maggi, y colaboradores como el escritor Manuel Mujica Lainez –que tradujo del inglés y el francés varias de las piezas montadas– y los pintores Raúl Soldi y Carlos Alonso –que diseñaron las portadas de sus programas de mano– y Benito Quinquela Martín, encargado de elegir los colores con los que pintarían las fachadas de las casas vecinas.
“Si bien el vecindario como tal ya no existe, lo que me gustaría mantener es la oferta de obras clásicas con un tratamiento popular, en el mejor sentido de la palabra. Siempre trataba materiales sofisticados pero de un modo accesible para un público que no tenía por qué ser conocedor. El Teatro Caminito era de Madanes inequívocamente, aunque ahora estemos hablando de un proyecto más abierto e imprevisible”, explica Bauer. Con el acompañamiento de la Fundación Proa (Bauer destaca el apoyo de su directora, Adriana Rosenberg) y del Complejo Teatral de Buenos Aires, esta nueva temporada programará obras con entrada gratuita (y capacidad limitada) hasta el cambio de estación: Los veraneantes se ofrecerá miércoles y domingos a las 19, hasta el 8 de marzo; y desde el 13 hasta el 29, se podrá ver La historia de un soldado, de Igor Stravinsky y dirección del propio Bauer, los viernes, sábados y domingos a las 18.
“Lo extraordinario de la propuesta escénica era cómo excedía el escenario. Madanes tomó su formación teatral en París y sus puestas eran similares a las del teatro popular francés, en el que existía más de un plano haciendo convivir la realidad con la ficción. El escenario del Caminito incluía balcones y ventanas de las casas contiguas: eran usados por los actores o incluso por los vecinos para ver las obras. Tanto ellos como, por ejemplo, su ropa secándose en las sogas, formaban parte de las escenografía”, describe Diego Kehrig, dramaturgo, investigador y autor de Didascalias del Teatro Caminito (2013), libro que recupera recuerdos y anécdotas de quienes acompañaron la apuesta de Madanes.
La investigación, declarada de interés cultural por el Ministerio de Cultura porteño y financiada por medio de la Ley de Mecenazgo, es el resultado un trabajo de tres años en los que Kehrig reconstruyó la historia casi desde cero. Fue, según define, una tarea de sabueso porque “al tratarse de un teatro al aire libre, el único registro es la memoria viva de artistas y vecinos”. De sus charlas con todos ellos, conoció anécdotas pintorescas del detrás de escena, como el crecimiento de las cantinas y boliches de la zona, la venta de pizza en la platea antes de las funciones y el compromiso de los vecinos con los espectáculos. “Todas las noches de verano escuchaban una hora y media de García Lorca, Shakespeare o Molière. No prendían la radio para no interferir con la función y, si alguien se casaba, esperaban que la obra terminara para hacer la fiesta.”
Las historias mínimas del Teatro Caminito quizá sean las que mejor ilustran su mito. Por ejemplo, está Caty Bónica, una vecina que en 1960, a sus ocho años, participó de una función especial que protagonizaron los niños del barrio. Según le contó a Kehrig, a quien llegó a través de un grupo de Facebook, los chicos se pasaban horas escuchando ensayos y funciones hasta que, a fuerza de repetición, terminaban memorizando la letra. Fue Madanes el que les propuso que se calzaran el vestuario de Jorge Luz y Beatriz Bonnet, y cerraran la temporada con su propia versión de La zapatera prodigiosa. Muchos aún recuerdan las cenas de Bonnet en casa de una vecina entre escenas, y cómo corría por la calle vestida de zapatera en cuanto escuchaba que le daban pie sobre el escenario.
También está la anécdota de los relevamientos de Jorge Luz a las familias lindantes: el humorista tomaba nota de los faltantes de cada casa y, al final de la temporada, parte de las ganancias se destinaban a cubrirlos. De esa forma, dice Kehrig, los hacedores del Teatro Caminito devolvían al barrio algo de lo que se les daba. “Charlé con los protagonistas, incluso con Jorge Luz, que me concedió una de las últimas entrevistas antes de su muerte. Todos hablaron desde el trabajo. Lo que pasó con Caty fue distinto: ella habló desde el afecto. Esa fue la llave de todo. De otra manera hubiera sido muy difícil de hacer. El teatro estaba gestionado con afecto. Los actores respetaban el barrio y viceversa. Nunca se buscó tapar esa identidad. Y la incidencia que tuvo sobre lo barrial marca la brillantez de Madanes.” Donde hubo amor, teatro queda.
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